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Opinión
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Mary Nieves Hernández

En el 175 aniversario del pueblo de Fuencaliente

  • Ni el fuego ni las inundaciones pueden menguar la querencia por el terruño

Fuencaliente, pueblo pintoresco. Una corona verde, tejida de pinares erguidos y robustos, adorna su frente. Una alfombra de viñedos acaricia sus pies entre montañas. Volcanes, malpaíses y acantilados, dan a la punta de la isla esa apariencia exótica, belleza de lejanía, donde un faro se levanta para irradiar en su perennidad, más allá de la orilla espumosa y de sal.

Cercanos a la costa se encuentran entre otros, el volcán Teneguía, el más joven de España. El de San Antonio, longevo y majestuoso, del que siempre digo por la perfección de sus formas, que es un volcán hecho a mano, en el que Dios depositó gran esmero al moldearlo.

Gran mayoría de las edificaciones que conforman el pueblo, conservan el estilo de la arquitectura típica canaria. En ellas, el sol juega con sus rayos coloreando pétalos de claveles, dalias, rosas y orquídeas que se asoman sin recato, en los balcones y jardines. Su luz, amarillea los rincones. Las violetas tornasolan el atardecer. Las calles y los caminos se perfilan con geranios y palmeras. Algunos dragos colocados con esmero, son testigo del mimo y la atención que se les prodiga. Los huertos se adornan de árboles frutales. La flor de los naranjos, las ciruelas y los albaricoques, nos regalan los aromas más exquisitos. En las noches de plenilunio, la luna sonríe silenciosa sobre los techos rojos, dibujando caminos y sombras, el encanto multiforme del pinar.

Ni el viento ni el frío, ni el fuego y las inundaciones que en oportunidades le acometen, son suficientemente poderosos como para menguar la querencia y el arraigo de los fuencalenteros por el terruño que los vio nacer y crecer, porque llevamos impregnado nuestro ser, de sus formas, de aquellos colores de montañas y de mar; del olor a resina y a viñedos, a eucaliptos sacudidos de huracán, azucena blanca de mayo, al mosto pegajoso del lagar, a flores silvestres y a miel. Y en los ojos, grabado el espectáculo maravilloso de cada atardecer, ofrecimiento del sol en su despedida, dejando oír, en medio del silencio, las más hermosas palabras nunca antes escuchadas, con las que el alma parece romperse por tanta grandeza y tanto esplendor.

Pequeña muestra esta, de los encantos y fundamentos que se conjugan en este lugar, como en tantos otros de nuestras islas. Pero este, este es el pueblo de Fuencaliente, pueblo mimado una vez más por la Naturaleza, con esta fuente tan extraordinaria como para ser llamada "Fuente Santa".

Mary Nieves Hernández

 

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