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Opinión
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Mary Nieves Hernández

El emigrante y su verdad

  • "Volver a la tierra donde nacimos, es nuestro mayor sueño"

Atrás quedaban  noches  de amigos y de luna / la vid que  perfumaba sus días./ Atrás quedaban  atardeceres de balidos y campanas /  atardeceres… y  el corazón deshojando sus pétalos.

Hace unos días, pregunté a  un matrimonio canario de avanzada  edad, cuál era su mayor sueño. "Volver a  la tierra donde nacimos, es nuestro mayor sueño". -Me contestaron- "Volver allí, donde  abrimos los ojos a la vida, donde dimos los primeros pasos y aprendimos a mirar al cielo.  Volver a la tierra que aprendimos a amar, con sus cosas buenas y  las malas también. Aquella que, con lágrimas en los ojos, tuvimos que dejar un día, para ir más allá del océano buscando una mejor calidad de vida para nuestros hijos".

Me contaban, que habían partido de las islas hace más de cincuenta años a bordo de un pequeño velero, en el que navegaron por más de treinta días para llegar a Venezuela. Cincuenta años de trabajo,  de lucha  y privaciones.  Cincuenta años sin tener la oportunidad  de volver a ver su tierra y  su gente… ¡Demasiados años! -Pensé-  y sentí que el pecho se me rompía de pena. Imagino ¡cuántos pensamientos y divagaciones…! Cuántas vigilias recorriendo lugares, recordando  situaciones: aquellos caminos a ratos áridos, a ratos verdes y frondosos; aquellas noches a la luz de la  luna con los  amigos; conversaciones con la tierra, con las cosechas menguadas, con la lluvia tardía y las heladas, con el mar limpio y bravo que golpeaba las rocas y mojaba su cuerpo; posiblemente   echando de menos las pocas cosas que entonces tenían. Quizás sus ovejas, sus cabras, sus tierras… aquellos atardeceres de balidos tristones…  Balidos que en la distancia  se han quedado en el recuerdo con eco de nostalgia romanticona.  Me pregunto ¿cuántas  parejas como ésta se encontrarán dispersas por los pueblos de América?  ¿Cuánta gente nuestra viviendo los últimos años de la vida, mirando cada día a los cuatro Puntos Cardinales, esperando que salte la chispa de un milagro?  Un milagro que haga posible la realización de  su sueño. El sueño de volver. Volver a  su tierra. ¡Qué triste es  la vida del emigrante!  Pero eso no es todo. Aquél que, después de tantos años logra volver con la ilusión de reencontrarse con su pasado, tendrá que soportar el desmoronamiento de esa ilusión al  tropezar con la sorprendente realidad: aquella ciudad,  aquel pueblo  suyo tan querido, tan recordado y guardado celosamente en su memoria con tanta exactitud, ahora es, casi desconocido para él. Nuevas calles, grandes casas, edificaciones desconocidas, campos deportivos;  quizás hasta aquellos rincones que parecían tan suyos, hayan desaparecido para dar paso al progreso y a la modernidad.  Y aún peor, la mayoría de sus amigos, ya no están, y aquellos que quedan, poco lo recuerdan, porque el tiempo no pasa en vano, son muchos los años transcurridos, el progreso se ha hecho sentir, han cambiado las costumbres,  la actitud ante la vida también. Cada quien ha evolucionado de acuerdo a las circunstancias, a sus necesidades, a sus ambiciones y su  capacidad intelectual.  Así que, su único consuelo será  aferrarse a aquellas cosas de la naturaleza que, por imposible, no han logrado transformar: aquella montaña de forma tan peculiar que a fuerza de mirarla le era tan familiar; el volcán donde hurgaba  para descubrir el color de sus piedras y embriagarse con el olor del poleo y el tomillo; el mar radiante, a veces manto de lentejuelas  deslumbrantes, espumoso y golpeador otras; la magia de su cielo, la grandeza de los astros; son cosas,  a las  que  tendrá que aferrarse para llenar el vacío de esas otras  que ya no encontrará.

Yo no sé si los canarios que hasta ahora han gozado de bonanza económica, de becas y pensiones, sin haber conocido la escasez de tiempos pasados, no tan lejanos, puedan entender el sentir de estos otros canarios,  que un día, tuvieron que dejar su tierra, sus costumbres y su familia, adentrándose en el océano,  en  embarcaciones paupérrimas, pasando las necesidades que ya todos conocemos por referencia,  exponiéndose hasta el naufragio, para ir a un país desconocido, llevando como única herramienta de supervivencia, sus brazos y su voluntad de trabajo,  sólo con el fin de brindar a los suyos que atrás dejaban  -con gran dolor-  una mejor forma de vida.

También me pregunto ¿cuántos canarios recuerdan aquellos años no tan lejanos, cuando el gran   progreso de las islas y del bienestar de la mayoría de las gentes  que allí vivían, dependía de los aportes que enviaban estos canarios -ahora ancianos-  desde el exterior?  ¿Cuántos podrán entender no sólo su sacrificio y abnegación, sino también su pena por la lejanía  y la nostalgia. Esa nostalgia crecida de tiempo y de cansancio que sutilmente los va volviendo sufridores y melancólicos?  ¿Entenderán ellos  la necesidad y el derecho que tienen estos canarios ya mayores,  de ser acogidos y aceptados con el cariño y respeto que se merecen, si acaso tuvieran  la suerte de volver para  reencontrarse con el lugar tan querido de sus recuerdos, con la esencia de su ser, con sus raíces?

                                                       Mary Nieves Hernández

Caracas, Venezuela

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