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Opinión
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Puerto de Tazacorte, igualito que el de Santa Cruz

Puerto de Santa Cruz de La Palma.

El sábado pasado, aprovechando la visita de unos amigos de otra isla que todavía no conocían La Palma, fuimos a pasar el día al Puerto de Tazacorte, donde comimos pescado, nos dimos un baño en la playa y terminamos tomando unos churros con chocolate en el animado puesto que había al final del muelle deportivo. Y el comentario que harían aquellos y daría pie a este artículo de opinión surgiría entonces de manera espontánea: “¡Qué diferencia entre el Puerto de Tazacorte y el de Santa Cruz, Señor!” Y tanto que sí, y tan grande. Y es que todo lo que en el primero eran puertas abiertas -en el caso de que las hubiera, que yo no las vi-, lo eran cerradas en el segundo. Lo que allí eran amplias zonas para pasear o aparcar, aquí eran espacios confinados entre vallas metálicas y verjas con el candado echado, y ya sin sitio alguno para estacionar, todo lo cual produciría en mis amigos, que llegaron en el Volcán de Taburiente, una sensación de rechazo inmediata. “¿Pero esto qué es, el puerto de Santa Cruz o la penitenciaría?”, preguntaría uno entre incrédulo y sorprendido. A lo que el otro, más guasón si cabe, pero no menos horrorizado, añadiría que deberían haber puesto “El rock de la cárcel” por los altavoces de la estación, para ir ambientando al personal según bajaba del barco. “Pues no os penséis que vais muy desencaminados”, les seguiría la corriente, “porque ya se comenta que en un futuro próximo traerán a los presos de arriba a hacer un rato de ejercicio todas las mañanas en lo que será el patio grande. Cuestión de que pongan alguna puertecita más y listo”.

En fin, lo que en uno era un ambiente festivo y desenfadado, recordaba en el otro el deprimente vacío de la calle Real un sábado o un domingo por la tarde. En realidad no existe comparación posible. Y no será que no podrían sacarse afuera algunas mesas de la cafetería de la estación marítima, por poner un ejemplo a imitar, para que se hiciera más sugestivo el paseo por el muelle -es decir, por ese lado del muelle con bancos y hermosas plantas ornamentales que permanece insólitamente cerrado de un extremo a otro, obligando a los pocos paseantes que frecuentan el puerto a circular por la otra parte, la de los coches y el muro gris del espigón-. ¿Qué es ahí donde atraca el barco de Armas? Bueno, pues que se retiren las mesas antes de que atraque. Habiendo buena voluntad, hay soluciones para todo. Lo curioso, volviendo a Tazacorte, es que el buen ambiente existía pese a la normativa y los vigilantes con que se supone que también debía de contar el muelle deportivo -pero digamos que sin hacerse notar ni lo uno ni lo otro-, pues tampoco me percataría de que hubiera gente cometiendo barrabasadas, que se cayera o se tirase al agua, que atentara contra las instalaciones portuarias y cosas por un estilo, razón principal por la que no se veían todas esas vallas metálicas, esas verjas o esos guardacantones de cemento que tristemente abundan por aquí, como si las personas que frecuentaran este otro muelle fueran de un gamberrismo tal que justificara todas esas medidas preventivas y que ahora, como comprobaríamos un día al acercarnos al Puertito a tomar unas tapas, se han extendido inexplicablemente a la dársena pesquera, toda ella vallada de verde.

¡Tela marinera! Qué encanto de muelle pesquero, qué estampa genuinamente marinera, y fotogénica… Como para salir corriendo. De modo que la pregunta que todos nos haríamos era la siguiente: ¿Por qué no puede ser igual en el puerto de Santa Cruz? O lo que es lo mismo, ¿por qué ha de restringirse tanto la circulación en éste, como si solo tuvieran derecho al muelle, y solo por un rato, los pasajeros que van y vienen, o como si fuera una especie de feudo particular constantemente amenazado de acciones vandálicas?

La respuesta simplificada y simplona diría que cada puerto es como es y para lo que es, lo cual equivale al palmerísimo: “Es lo que hay”, que viene a decir que las cosas son como son y punto, o a no decir nada en absoluto. El caso es que mientras esto no cambie -para mejor, pues para peor ya tenemos cambios casi a diario-, no nos quedará más remedio que seguir yendo al Puerto de Tazacorte para disfrutar -aparte del sol, los atardeceres y demás- de todo aquello que el de Santa Cruz ni nos ofrece ni es obvio que quiera ofrecernos, o de todo aquello, más bien, de que nos ha ido privando. Martin Eden.

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