Pienso que el pueblo venezolano está en la miseria, pienso que el principal culpable es el régimen dictatorial de Nicolás Maduro y sus secuaces, pienso que los integrantes de la sociedad también tenemos la culpa, pienso que el mundo está en proceso de destrucción y los responsables somos nosotros. Lo expreso detrás de un teclado y a viva voz, en las redes sociales y en la vida real. Lo hago porque quiero y porque puedo. ¿Y tú? ¿Qué esperas?
¿Dave Mustaine sí puede opinar acerca de la “multi-crisis” en Venezuela y yo no? ¿Pepe Mujica también puede criticar al Gobierno, llamar loco a Maduro y yo no? ¿Otras figuras de la política, la jet set y el deporte mundial pueden y yo no? ¿Cualquier extranjero puede y yo no? Pues, así parece, al menos para los que llamo “tiranos de redes sociales”. Son una especie de pseudo jueces que se propagan por Facebook, Instagram y Twitter, y tratan de “controlar” contenidos, aprobar o rechazar la opinión de los usuarios venezolanos dependiendo de su ubicación geográfica. Si el cibernauta se encuentra radicado en Venezuela, puede que su opinión acerca de la situación del país sea “permitida”, bien recibida y hasta divulgada; pero si vive en otras tierras, emigró por cualquier razón, entonces será juzgado y condenado.
Es un fenómeno que, al menos en mi timeline de Facebook, veo muy a menudo, y me preocupa, pero no por estos “dictadores”, sino por los que se callan para no molestar, para no despertar el ataque y ser “mal leídos” en las redes y cuestionados. A ellos van estas líneas, a esos venezolanos en el exterior que antes de emigrar les dijeron que de ahora en adelante no podían opinar acerca de lo que ocurre en el país porque “huían” de él y no hacían frente al problema.
Que si te fuiste del país no eres venezolano, que eres un cobarde, que huiste para vivir la buena vida y dejar en la miseria a los tuyos, entre otras frases ya trilladas, son las que esos “dictadores” emplean para amedrentar. Hermano venezolano, la razón por la que ya no estás en tu tierra fue tu decisión, es tu vida, y tú la manejas y la diriges hacia donde quieres para tu bienestar y el de los tuyos. Si duele partir, si extrañas tu terruño y sus costumbres, exprésalo. Si condenas lo que pasa en tu país y en cualquier parte del mundo, dilo. Hoy existen muchos venezolanos que hacen más por el país desde afuera, que algunos de los que viven en él. Y me parece que esos “tiranos” son de los que se desenvuelven mejor criticando detrás del teclado y producen poco en la calle.
Es antinatural para el ser humano dejar de opinar; evitar hacerlo por no caer en la guillotina de los “verdugos virtuales”, bien sea verbalmente, en persona, o a través de las redes sociales, es estúpido. Exprésense, digan lo que piensan, opinen, bien o mal; ojo, siempre de la mano con el respeto, el análisis centrado y concienzudo. No se trata de opinar por decir algo, por llenar un espacio en blanco porque hay que mantener activo el perfil en Facebook, Instagram o Twitter para no perder seguidores. Se trata de aportar, de nutrir, de entretener, de sumar, no de dañar y restar. Opinar implica ser responsable de lo que contiene el mensaje para defenderlo en caso de ser necesario. Aunque cuando se emite un juicio de valor “con todas las de la ley”, con bases, se entiende perfectamente, y pienso que no requiere argumentos adicionales.
Para eso son las redes sociales, ¿no?, para expresarse, interactuar sin intensidades, para darle descanso a la vida real, pero sin olvidarse de que está ahí afuera. También sirven para drenar lo que nos ocurre en el día a día, y nadie puede evitar eso, ni los “autócratas de las RRSS”. Bueno, quizás Zuckerberg y su equipo sí, sólo si se violan las normas.
Amigo venezolano, el que vive en el exterior y el que vive en nuestra tierra querida, amigo del mundo, de cualquier nacionalidad, los únicos que se pueden quitar el derecho a opinar acerca de lo que sea, en este caso, de la multi-crisis en Venezuela, son ustedes mismos. Cuando uno se va guarda sus efectos personales en una gaveta, pero los afectos siguen allá, la preocupación, el miedo y la crisis se mantienen vigentes en la mente y en cada conversación con los tuyos. Los lazos no se rompen con un boleto de avión ni miles de kilómetros de distancia.
Esos “tiranos” sólo existen si les dan interés y difusión. Estos se refugian en las redes sociales porque quizás la vida real los golpea duro, y no saben lidiar con esa crisis de la que no quieren que opinemos. Se sienten invencibles sólo detrás del teclado, un poder que se les acaba cuando le dan click al botón de “off”.
Pienso que el pueblo venezolano está en la miseria, pienso que el principal culpable es el régimen dictatorial de Nicolás Maduro y sus secuaces, pienso que los integrantes de la sociedad también tenemos la culpa, pienso que el mundo está en proceso de destrucción y los responsables somos nosotros. Lo expreso detrás de un teclado y a viva voz, en las redes sociales y en la vida real. Lo hago porque quiero y porque puedo. ¿Y tú? ¿Qué esperas?
Daniel Delgado Arocha es licenciado en Comunicación Social y venezolano.
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Juanf
El reino de la improvisación –
En los últimos tiempos, la política se ha dedicado a concentrar la totalidad de sus esfuerzos, de un modo obsceno, en la eterna construcción de poder. Todos recitan aquello de que la política debe ser la gran herramienta de transformación de las sociedades para progresar, pero no es lo que sucede.
Esa descripción de la política se ajusta mucho más a lo que debería ser que a lo que realmente es. Quienes intentan rescatarla, mejorarla y utilizarla positivamente sostienen que no hay que denostarla y que resulta imperioso apuntalarla para que sus loables objetivos no sean tergiversados.
La tendencia que muestra el presente es que en esa actividad la inmensa mayoría de sus protagonistas trabajan exclusivamente en la tarea de conquistar el poder y acceder a los anhelados puestos de decisión.
Aún los que no disponen de ningún espacio relevante pretenden alcanzarlo y se esmeran en hacer hasta lo imposible para, algún día, finalmente arribar a esa meta. En cambio los que están ahí, los que ya llegaron a esa cima, luchan denodadamente para no desmoronarse, para afianzarse y no ser desplazados jamás por sus adversarios de turno.
La experiencia empírica muestra que la política solo se dedica constantemente a edificar poder y cuando finalmente lo consigue, persiste para sostenerse indemne. La política así no se convierte en una herramienta de cambio, sino solo en un mero instrumento de poder. Es probable que por eso haya caído en desgracia y su descrédito global sea tan significativo.
La otra faceta relevante de la política pasa por darle contenido de fondo, algún sentido a ese gran propósito. Queda claro que si no se obtienen lugares para desde allí tomar decisiones parece improbable influir en la realidad, pero también es cierto que si se llega sin saber qué hacer, el presente tampoco se verá modificado y entonces todo seguirá igual.
Son dos instancias vitales pero también inseparables si se pretende tener éxito. La política debe construir poder, pero también prepararse para gobernar. Sin lo primero resulta imposible impactar sobre el presente, pero sin lo segundo lo previo no tiene mucho sentido. Deben ir de la mano ambas tareas, y por mucho que cueste comprenderlo, el arte de hacerlo bien es poner similares energías en sendas funciones esenciales.
Lamentablemente, por estas latitudes la política solo se ha convertido en una especie de infinita maquinaria electoral, que solo aspira a lograr adhesiones y seducir voluntades que luego acompañen en las urnas. El resto no parece demasiado relevante para la clase política contemporánea.
Abundan historias que demuestran que muchos talentosos que tuvieron la astucia suficiente para ganar elecciones luego ocupan sus puestos, pero no tienen programas para desarrollar y entonces todo finalmente fracasa.
Los bien intencionados aprenden en el camino, y en algún momento de su mandato deciden poner primera con esos proyectos, muchos de ellos endebles, que arrancan como pueden y que rara vez consiguen culminar.
Todo resulta muy mediocre. Existe demasiada gente poco preparada en los gobiernos, abundante cantidad de planes que se implementan a medias y una escasa capacidad para darle consistencia en el tiempo a lo iniciado.
Esta dinámica se repite con matices y variada suerte en diferentes asuntos fundamentales. Nobleza obliga, vale la pena reconocer que en algunos temas específicos se han llevado adelante planes realmente interesantes y de la mano de destacados especialistas, pero no es esa la matriz general.
Si la política quiere recuperar respeto progresivamente precisa salir de su habitual amateurismo e iniciar un camino de mayor formación de sus cuadros y de imprescindible profesionalización.
El problema no solo tiene que ver con los circunstanciales personajes y su ambición mal entendida, que es una característica indisimulable. También es parte de esa tragedia, la ausencia de ideas, la escasa capacidad para diseñar proyectos y la ineptitud para conformar equipos técnicos competentes que permitan viabilizar la concreción de esos sueños.
La política de este tiempo está en deuda con la sociedad. Probablemente porque la misma ciudadanía no lo demanda con la potencia que el tema amerita. Pero tampoco es saludable justificar esa indecente mediocridad endilgándole responsabilidad a quienes no lo solicitan vehementemente.
Es difícil encontrar excepciones a la regla. Con variantes, unos y otros se parecen demasiado y se obsesionan hasta el extremo por alcanzar el poder, pero mientras tanto hacen poco y nada por prepararse para ese momento sublime en el que inexorablemente deberán gobernar.
Los proyectos se esbozan solo para convertirse en eventuales promesas de campaña, en meras consignas proselitistas. Se explicitan siempre de un modo ambiguo, sin precisiones, ocultando sus inconsistencias sin pudor.
Los que dicen amar la política, los que creen en serio que se trata de una noble actividad que puede ayudar a la sociedad a mejorar sus vidas, deberían esmerarse mucho mas y hacer las correcciones del caso.
No se trata de que abandonen sus cuestionables prácticas de rutina de la noche a la mañana, esas que insisten de cualquier modo en alcanzar el poder. En todo caso podrían revisar sus controversiales métodos y optimizar los valores que defienden para conseguir un poco de respetabilidad.
El punto pasa por poner idéntico esfuerzo en construir planes de gobierno, en convocar a los mejores, en abrir la cabeza para diseñar proyectos consistentes que en el futuro, apoyo popular mediante, sean elementos vitales para implementarse en el corto plazo y abandonar esta vieja dinámica que ha convertido a la política en el reino de la improvisación.
Alberto Medina Méndez
albertomedinamendez@gmail.com
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ificrates
Igual que Martelero, regimen dictatorial, deje de leer.
Digame usted, en todo el planeta, en toda la historia de la Humanidad, una dictadura donde la oposición, ganara unas elecciones.
Puede gustarme más o menos Maduro, pero con gente que miente bellacamente, sobre lo que es dictadura o democracia, no comulgo ni comparto nada.
Podria criticar a Maduro, podria escribir páginas y páginas criticándolo, pero alguien que tienen que mentir para criticar, y mentir bellacamente, no me merece el más mínimo de los respetos.
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MIRMILLON
Cuanta razón tiene usted Daniel. Escribir uno algo en contra de la dictadura venezolana y salir treinta a decir que es mentira, es frecuente lamentablemente.
Se pueden y se deben defender sus ideas pero no a bases de ocultaciones demagógicas de la que ha hech gala siempre la izquierda. Hablan de democracia con la boca llena pero cuando gobiernan el sistema que utilizan es el dictatorial.
Todos tenemos un pariente o más en Venezuela. Todos cuentan, explican y envían fotos de la situación de los venezolanos. No solo es alguna prensa la que informa .
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Martelero
“régimen dictatorial de Nicolás Maduro”, ahí paré de leer.
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