La genial experiencia realizada en Villa de Mazo, rompe los moldes clásicos del teatro
Los años 40 de Villa de Mazo.
Cerca del ascensor que nos eleva, desde la Baixa de Lisboa, al barrio alto y bohemio de la ciudad; en uno de los locales en los que se consume vino verde a granel al son de los gorgogeos de los cantores improvisados, oí por primera vez la definición de un fado que atribuyeron, no sé si con razón, a la gran Amalia.
¿Es canto ?¿ Es triste?¿Es la vida misma contada con pasión?… pues es un fado.
Recientemente he recordado algo parecido pero referente al teatro. Desde siempre se ha jugado a definir el teatro como la vida misma, con sus pasiones, sus tristezas y sus alegrías llevada al escenario. También se ha catalogado de teatro la farsa o ficción introducida en la vida real presentando como ciertos hechos que no lo son.
Siempre, el umbral que separaba la realiďad de la ficción era la presencia del escenario. Una historia real llevada al escenario adquiere visos de ficticia y una ficción representada en la vida real, a veces cuela como parte de la realidad.
A través de los años, por arte o por necesidad, el hombre (léase hombre o mujer ) se ha apasionado por dar vida a otro ser que está fuera de sí mismo: bufón o triste, alegre o trágico. Con la ilusión de hacer grato y creíble nuestro personaje, muchísimos hemos pisado las tablas del escenario o de la vida para hacer nuestro pinito en el “teatro”.
La genial experiencia realizada en Villa de Mazo, rompe los moldes clásicos del teatro. El escenario era real, un largo paseo por el centro del pueblo. Los personajes, reales y ubicados en los lugares claves de las historias. Los ambientes eran fieles, perfectamente cuidados y estudiados. El vestuario completamente real, probablemente reliquias guardadas por su valía de los años representados. Las interpretaciones perfectas, dignas de profesionales. En suma, un gran acontecimiento teatral en el que lo único ficticio parecía el público. En total, un recorrido por 19 cuadros inteligentemente interconectados por la labor de varios narradores, que en ocasiones eran personajes reales como: Plácido, Alfonso,Eufracio Monterrey, Migdalia Silva, Maruca Guerra, Juan Remijo. Miriam Cabrera, Veremundo Morales, Amparo Rocha, Toribio Brito, Dionicio Brito o Basilio Silva.
La Mezcla de la narrativa, el costumbrismo, la comedia, el drama, la fiesta y la verbena popular, el canto, la danza, el baile y hasta un retazo de zarzuela, bordaron un espectáculo completo.
Los objetivos, varios sin duda, dar a conocer la esencia o lo relevante de los años 40 en nuestro pueblo: la historia, los recursos, las profesiones, la idiosincrasia las dificultades, los miedos y las esperanzas de aquellos años difíciles de la posguerra.
La cultura, lo trágico, lo dramático, lo festivo, lo anecdótico, lo triste y lo jocoso se sucede intermitentemente. Mientras
los actores permanecen en sus lugares de referencia como anclados en su tiempo, y el público, en cómodos grupos desfila ante ellos perfectamente guiado por los conectores que daban movimiento y continuidad a la obra.
¿Objetivos logrados?
Sin duda, por las opiniones que los numerosos espectadores-visitantes fueron plasmando en el cuaderno de opinión puesto al efecto en la Sociedad La Unión, final del recorrido, podemos concluir que fue con creces. Todo son elogios y felicitaciones agradecimientos y sobre todo, peticiones de futuras entregas.
Por mi parte y del círculo familiar, nuestra felicitación a los autores, a todos los actores, mas de 200 nos han dicho, a los colaboradores y especialmente al Iltmo. Ayuntamiento por este regalo cultural.
Quizá a la hora de poner alguna objeción puede echarse en falta, aunque se toca el tema muy tangencialmente, algún cuadro que diera testimonio más directo de nuestra memoria histórica. Se extraña que los nombres de Manuel y Sixto no entraran a formar parte del conjunto de personajes como memoria de lo que nunca debió ocurrir y como recuerdo sangrante para que no ocurra jamás.
Felicidades a todos y esperando los 50.
Vivir para verlo.
Continuamos.
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PedroLuis
Compartimos la suerte de pasear por el escenario de Villa de Mazo, recorriendo las principales calles de El Pueblo, desde El Morro a La Plaza, recreándonos en los diferentes escenarios que, con acierto, reproducían retazos de la vida de los años cuarenta del siglo pasado.
El periodo analizado resulta ajeno a nuestra memoria directa, pero no las vivencias relatadas que, en partes contadas y en otras vividas, refrescaron nuestros recuerdos infantiles, con sus penas y glorias. Con especial emotividad revivimos la partida del emigrante rumbo a la prometedora Venezuela, lo mismo que la escena escolar, que nos trasladó a los bancos de la vieja Escuela de Monte Breña-La Rosa.
Recordar es volver a vivir, y aunque no todos los recuerdos son gratos, todos forman parte de nuestras vivencias. Del risueño “Alfonsito”, como cariñosamente lo llamaba don Ibrahím, eché de menos su bicicleta de goma-ancha (tal vez porque eso corresponda a los cincuenta o a los sesenta)… y en la escena del hombre del machete, que “amenazante” se dirigió a mi persona, me recorrió la espalda un hilo frío, y no es necesario explicar el porqué. O sí, para mantenerlo vivo en la memoria colectiva… y no repetirlo. Tiene razón don Máximo.
Enhorabuena a todos los responsables, promotores, guionistas y actores. También al público, pues no resulta fácil aguantar más de dos horas y media bajo un sol de justicia, por grato que sea escuchar “A la lima y al limón…yo si tengo quien me quiera”.
Abrazos.
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