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Martin Eden

Todo sigue igual en el puerto capitalino

Vuelve uno de vacaciones y, en lo que al puerto capitalino se refiere, todo sigue igual

Entrada norte al puerto de Santa Cruz de La Palma.

Vuelve uno de vacaciones y, en lo que al puerto capitalino se refiere, todo sigue igual: el vallerío inapropiado y gallinero-carcelario afeando el sitio y dando mala imagen entre los visitantes estivales; el barco de Armas atronando desapaciblemente, y aun con chulería, por las noches, y la puertecita peatonal de la entrada cerrada porque sí, obligando a la gente a dar toda una vuelta al ruedo, vaya andando, en silla de ruedas o con muletas, antes de poder dirigirse en línea recta a la estación marítima. Y a quien le moleste, que le moleste, pues la indiferencia al respecto de los responsables parece que también se mantiene tal cual, como si estos no tuvieran noticia del descontento de los usuarios de a pie y del vecindario, cuando lo más probable es que, directa o indirectamente, ya haya llegado más de una queja a oídos suyos.

¿Y hasta cuándo va a seguir esto así? ¿Hemos de cruzarnos de brazos porque ya se trató el asunto en su día sin obtener el resultado esperado? Pues no, ni mucho menos, porque en estos casos pierde quien olvida, o quien se acostumbra a lo que no le gusta. Así que me imagino que lo próximo será convocar una manifestación frente a la puerta condenada ―para ceñirnos a esta, o para ir por partes― con pancartas y fotógrafos exigiendo que se abra al público, y muy en particular a quienes, por desgracia, usen silla de ruedas, ya que para eso se hizo su rampa en su día. O quizás enviar este mismo artículo u otros anteriores, con sus correspondientes fotografías aclaratorias, a los periódicos de Tenerife, a ver si los queridos chicharreros se solidarizan con nosotros, se corre la voz y, de rebote, llega a conocimiento de la Autoridad Portuaria de allá, que es la que, a fin de cuentas, manda aquí. O incluso se le podría remitir un escrito a ésta, pero a través del Diputado del Común, claro está, denunciando este estado de cosas, por si resultara que desconocen el asunto y tuvieran la deferencia de pronunciarse a favor de la ciudadanía mandando abrir la puerta, que sería lo mejor para “todos”, porque así, como la orden vendría de arriba, ya no habría nada que objetar ni que temer por parte de “nadie”. O por si resultara, más bien, que fueron estos mismos señores quienes, basados en un probable informe de sus técnicos, decidieron que la puerta permaneciera cerrada. Técnicos estos, por otra parte, que vendrían, harían sus mediciones, y, en evitación de que un día pudiera pasar esto o lo otro ―siempre la misma preocupación por los accidentes, desvirtuando la palabra de su significado real―, recomendarían que aquella no se abriera: tras lo cual, curados en salud, se volverían a Tenerife tan panchos, pero habiéndonos dejado, eso sí, una tremenda… recomendación. No obstante, yo les pediría a estos señores técnicos que fueran menos técnicos y más humanos, considerados y respetuosos, para decirlo abreviadamente, con la gente de aquí. O que aconsejaran poner más señales de advertencia o de peligro, si es eso lo que tanto les preocupa: pero que no nos tomaran por tontos, por el amor de Dios, ni nos obligaran a dar el paseíllo tonto. ¡Un respeto, c…! ¡Ya está bien de caciquismos a distancia! Y se lo diría yo ―y como yo, tantos otros―, porque parece evidente, o bastante evidente, que el personal subalterno de aquí, aun estando al tanto de la confusión y las molestias ocasionadas por sus recomendaciones, se ha mantenido calladito y no lo ha notificado a la autoridad de allá. De lo contrario, tal vez este escrito no tuviera sentido, pues digamos que ya habría quien diera la cara por nosotros, por quienes sufrimos todas estas fastidiosas “medidas de seguridad”. Pero no, aquí se da la cara por los de allá, que para eso son quienes son.

En cualquier caso, con conocimiento o desconocimiento de la Autoridad Portuaria de Tenerife de lo que sucede con la puerta y demás, sería muy de agradecer que tuvieran a bien reconsiderar sus apreciaciones técnicas, así como todo el malestar ocasionado por las medidas adoptadas, y aconsejaran abrirla de una vez y para siempre.

Y una cosa más antes de terminar. Que no vea nadie en esto una amenaza ni nada que se le parezca, que no haga de ello una cuestión personal ―o que no diga que en el muelle manda la Autoridad Portuaria y punto, porque, puestos en ese plan, uno también podría responder que los puertos y los puestos de dirección de los mismos se mantienen con el dinero de los contribuyentes, de modo que lo mínimo que podrían hacer era tener contento al usuario, ponérselo bonito y, sobre todo, fácil: y no, justamente todo lo contrario―. Uno, volviendo a lo de antes, no está por complicarle la vida a nadie ni para que se la compliquen. Uno lo que pretende es no tener ruidos evitables en su casa y no tener que dar un rodeo de lo más inútil y ofensivo a la entrada y a la salida del muelle. Así de sencillo. Si a última hora no tuviéramos que presentarle nuestros respetos al Mcdonald´s (merecidísimos, por lo demás) o echar por un par de esquinas en que la concentración de vallas, así como el efecto visual resultante, resultara tan sumamente horrorosa… Pero ni aun así. Pues ya no se trata del recorrido en sí, sino de eso, de que te hagan pasar por el aro de lo absurdo quieras o no quieras. Por la falta de respeto, en suma, que la “medida” conlleva. Y como a nadie nos gusta que nos falten al respeto… Pues eso, que aquí estamos, volviendo a la carga tras unas descansadas vacaciones para que no se olvide lo que nos afecta e importa, por muy baladí que parezca en comparación con todo lo que se ve a diario en los noticiarios, a cual más vomitivo de ellos sin excepción. Martin Eden.

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