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Opinión
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Contra los ruidos del puerto

Una solución sería modificar el horario del Volcán de Taburiente

Puerto de Santa Cruz de La Palma.

Me complace enormemente comprobar que ya se van sumando las voces de protesta que claman en el, hasta ahora, desierto de indiferencia representado por la Autoridad Portuaria capitalina.

Parece ser que ha empezado a estudiarse el tema de los ruidos a nivel político. Pero en tanto en cuanto la autoridad de aquí no reciba instrucciones de la de Tenerife y se tomen algunas medidas, si es que se toman, se me ocurre que una solución sería modificar el horario del Volcán de Taburiente: es decir, que viniera antes, pongamos por caso a las ocho de la tarde, y se fuera tan pronto como terminaran las operaciones de carga, tal y como sucede cuando atraca en horas diurnas o durante la temporada estival. Así, con un poco de suerte, igual a las diez de la noche ya estaba largando amarras y todos tan contentos. ¿Que esto supondría un trastorno para la naviera a nivel de oficinas? Bueno, no pasa nada, para eso se cobra, para solucionar problemas. Al fin y al cabo esos trastornos se traducen en beneficios, cosa que no ocurre con el trastorno ocasionado a quienes tenemos que sufrir el petardeo de sus motores.

No me parece una buena solución, en cambio ―como propone el señor Francisco Govantes, biólogo medioambiental, en un artículo aparecido en Eltime.es―, la de aislar el ruido de los contenedores que se quedan en tierra mediante mamparos, pues eso equivaldría a afear lo ya sobradamente afeado. Sería llenar la avenida de Los Indianos de tapias. Y para tapias creo que ya tenemos bastantes con las que ha colocado la autoridad portuaria en los aparcamientos, esos que se convierten en recinto ferial cuando viene a actuar gente como Julito Iglesias. Además, una tapia siempre ha sido sinónimo de fealdad, de abandono, de meadero de perros y humanos: cosa que, como se ve, no parece que le importe a quien manda ponerlas ―o no quitarlas ya―; ni eso ni la impresión estética producida en turistas y locales. Lo cual es curioso, pues cuanto más se proclama la necesidad de embellecer la ciudad para hacerla atractiva al visitante, más se encargan allá, en el citado desierto de indiferencia, de conseguir el resultado contrario, de producir una sensación de asco.

Tal vez, de lograr entre unos y otros que el barco partiera antes, también se irían con él los contenedores escandalosos, y, nuevamente, todos tan contentos. Martin Eden.

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