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Mayte Pulido

Armas arrojadizas versus custodia compartida

  • Nunca debemos dejar de tomar decisiones en política por su coste electoral

Mayte Pulido es diputada regional del PP por La Palma. Archivo.

Son muchos los años que desde determinados colectivos se vine pidiendo la custodia compartida y por fin ayer ha sido un  Gobierno del Partido Popular el que ha dado el paso presentado un proyecto de Ley de Corresponsabilidad Parental que modificará el Código Civil para eliminar "la excepcionalidad" de la custodia compartida de los hijos menores en casos de separación, nulidad o divorcio, permitiendo que el juez la dicte aunque los padres no la pidan, mientras no existan "indicios" de violencia de género. Serán miles las críticas que le lluevan al ministro, los sectores  más progresistas dirán que se queda corta  la nueva Ley, cuando realmente se encuentra en fase de debate y aportaciones, algunos votantes conservadores dirán que esto no es propio de un Gobierno del Partido Popular y que hay temas más prioritarios. Ya sabemos ese refrán tradicional que dice que nunca llueve a gusto de todos, pero nunca debemos dejar de tomar decisiones  en política por su coste  electoral, debe primar el interés general.

Dicho esto me gustaría profundizar en nuestra faceta  de madres y padres. Yo siempre he pensado que ese dicho de que cuando tienes un hijo te cambia la vida se queda corto porque creo que se te acaba y me explico. Ya desde el embarazo empieza una nueva etapa en la que eres incapaz de pensar sin anteponer en tus pensamientos ese nuevo tándem madre-hijo. Comienzas a tener voluntad para comer sano, para dejar de fumar, para hacer ese ejercicio para el que nunca encontrabas hueco y plantearte muchas cosas que nunca hubieras hecho por ti misma, pero que por un hijo sacas fuerzas y tu voluntad se eleva al cuadrado.

La vida de pareja también cambia, porque anteponemos el cuidado de esa prolongación de nosotros mismos a cualquier otra circunstancia. Llevamos años quejándonos de sí los padres no colaboran o de si nosotras somos las que llevamos el mayor peso en la familia. Nuestro objetivo familiar es implicar a nuestra pareja en el cuidado diario de nuestro hijo, si por la noche se levanta a darle el biberón o si le baña él mientras nosotras preparamos la cena nos congratulamos de haber logrado que ejerza sus obligaciones de padre.

Toda una vida luchando por defender que los niños son una obligación compartida y sintiendo  envidia sana de aquellas amigas que nos cuentan el arte de sus maridos y como se ocupan y se manejan con el bebé, todo un modelo a perseguir. Luego comienza el colegio y nos congratulamos de la implicación paterna en las tareas escolares, disfrutamos de ver sus avances y sus éxitos  juntos y pobre de aquellos maridos que no lo hagan porque ese será siempre uno de nuestros peores reproches. Vemos padres ejemplares en los maridos implicados y colaboradores de nuestras amigas, los ponemos de ejemplo y exigimos a los nuestros seguir ese modelo. Acaba siendo el tema de conversación de las madres en las tardes de cumpleaños que compartimos mientras nuestros hijos juegan.

Pero cuando el amor se acaba, toda esta defensa a ultranza de responsabilidades compartidas se nos suele  olvidar y empezamos una verdadera guerra sin tregua y esta vez no es por defender un modelo de familia justa ni por la felicidad de nuestros hijos. Es curioso que el odio y el rencor hacia nuestra pareja nos haga a veces olvidar ese amor incondicional que sentimos por nuestros hijos e intentemos usarlos como un arma más de ese enfrentamiento con un enemigo al que conocemos y por tanto sabemos cómo hacer daño. Lo normal es que en estas circunstancias sea el Estado el que haga primar los criterios más relevantes para el bienestar del hijo como la edad, el arraigo social, escolar y familiar, así como actitud, la voluntad y las posibilidades de los progenitores para asumir sus deberes.

Me congratula que sea un Gobierno del partido, al que pertenezco, el que trate de primar el interés de nuestros hijos por encima de esas circunstancias que en momentos de nuestra vida puedan hacernos ver distorsionada la realidad e incluso hacernos perder el sentido común.

 

 

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