Luis León Barreto. Foto de Jesús Ruiz Mesa.
Parece que estamos ante la tormenta perfecta: una nueva ola del covid, la falta de suministros que vienen desde China y que generará escasez de muchas cosas, el gran apagón, la inflación, los precios de la cesta de la compra que se disparan, la subida de los combustibles, la subsiguiente devaluación del poder adquisitivo de los salarios, la eficacia de las vacunas que nos hemos puesto para la pandemia, las próximas Navidades con restricciones, el incremento de los suicidios como consecuencia del estado de agitación social… Paralelamente, y como para desmentir tales vaticinios, se incrementan las ventas de viviendas, y las criptomonedas constituyen un gran negocio, aunque por cada bitcoin que se ponga en pie miles de africanos seguirán en la miseria. Para colmo, según J.J. Benítez, en 2027 llegará un meteorito que matará a 1.200 millones de personas, y que hará desaparecer países, entre ellos España y Portugal. No sabemos todavía si Canarias está incluida.
Entre el apocalipsis de ahora y la amenaza de nuevas desgracias, vivimos en el filo de la navaja y los informes son tan malos que dan ganas de mudarse. Nos vamos a infectar todos, pero dicen los psicólogos que el miedo es una emoción que forma parte de nuestra especie. Nuestros antepasados padecieron miedo muchas veces, y por ello hemos llegado hasta aquí: tuvieron que defenderse de las fieras salvajes, del frío, de las tribus rivales. Pues cuando se siente miedo aparece un estado de alerta que hace que estemos más concentrados y seamos más eficaces para enfrentarnos a las circunstancias. Puede decirse que gracias al miedo ha sobrevivido la especie, pues ante él tenemos dos salidas: huir o luchar. Con el miedo el corazón late más rápido, la respiración se acelera, los músculos se tensan y las pupilas se agrandan. Todo ello sirve para hacernos más efectivos y rápidos. En resumen, el miedo es una emoción que sirve para protegernos de las amenazas. Imposible tenerle miedo al miedo, le tenemos miedo a al miedo estamos perdidos porque el apocalipsis nos sorprenderá hablando por el móvil.
La realidad puede ser más fiera de lo que imaginábamos. Dentro de unos días o dentro de unas semanas o unos meses, cuando pare el volcán de La Palma y los damnificados comprueben lo que han perdido, ¿cuál va a ser la reacción de los damnificados al darse cuenta de lo que no pueden evitar la dura realidad? ¿Cuántos psicólogos y psiquiatras harán falta para que toda esa gente recobre la salud mental, para que se acepte a sí misma en las terribles circunstancias?
Los mensajes contradictorios y las medidas restrictivas confusas y cambiantes se han ido repitiendo semana desde el inicio de la pandemia y al cabo de tantos meses conviviendo con el virus, otro virus, el del cansancio y el aburrimiento, ha contagiado a muchos ciudadanos. Es la fatiga pandémica, ese hartazgo que sentimos ante una crisis sanitaria que se alarga en el tiempo y a la que no se le ve fin. Pero ese cansancio no solo provoca depresión, ansiedad o hastío, sino que también genera una enorme tendencia a desconfiar de todos los mensajes que llegan y a rebelarse contra ellos. Parece insólito que puedan cruzarse tantos vaticinios negativos, pero es lo que hay. Ni siquiera en las películas más catastrofistas se podía adivinar.
La industria del miedo no solo cotiza en Bolsa, sino que está incrementando las ganancias día tras día: se producen vacunas, gel, mascarillas, equipos de protección, máscaras con filtro de partículas, equipos para UCIs, pantallas faciales, etc. Sabemos que se ha invertido mucho en todo esto, y las ganancias serán magníficas.
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Es la realidad también que cuando el primate evolucionado u homo sapiens que somos adquirió la capacidad del pensamiento abstracto, lo utiliza para mediante diferentes suterfugios tratar de buscarle sentido a las cosas que le permitan ir tirando aunque sabe que en el fondo todo es fantasía. Pero es lo que hay.
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