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La amnistía en un país centrista

Asistimos de vez en cuando a una tertulia en Radio Las Palmas, Sentirse bien, del psicólogo Alejandro Croissier. El pasado lunes éramos siete los intervinientes, empeñados en hablar sobre la amnistía y sus circunstancias derivadas. Resulta que esta palabra viene del griego “amnestia”, que significa sin memoria. La amnistía, entonces, supone borrón y cuenta nueva del pasado y fue utilizada tanto en Grecia como en Roma con cierta frecuencia cuando se llegaba a una etapa política en que era necesario renovar los principios.

Amnistía significa borrón y cuenta nueva, y el Gobierno ha pretendido generar una nueva etapa que tiene mucho que ver con el deseo de reducir las tensiones territoriales. Cataluña y el País Vasco son dos regiones muy diferenciadas dentro del Estado, y con los acontecimientos que se están desarrollando qué duda cabe que se asienta una mirada federal en la gobernabilidad.

Hay muchas tertulias radiofónicas, y en ellas se vierte todo tipo de argumentaciones. Pero, en general, se puede decir que hay una polarización bastante clara: por un lado están los negacionistas y por otra parte figuran las personas que entienden la necesidad de haber elaborado esta amnistía, que desinfle el ambiente independentista que tanto creció en los últimos años, aunque ahora mismo los partidarios de la unilateralidad han descendido bastante.

Si España es un país en el que sociológicamente la mayor parte de la población confía en soluciones moderadas y centristas, la agitación de la calle en estas fechas recientes nos recuerda los movimientos de Donald Trump cuando sus partidarios invadieron las dependencias del Capitolio, produjeron escenas de violencia, hubo pillaje, disparos al aire y por si fuera poco fue invadido el despacho de la presidenta del Congreso, Nancy Pelosi. Estos acontecimientos en la mayor democracia del mundo nos dieron a entender que algunos políticos no están a la altura de sus deberes.

La política es el arte de lo posible. Su origen es la palabra polis, ciudad. Creemos que el asomo de espíritu guerracivilista que se ha manifestado estos días en la mayor parte de las ciudades no se corresponde con la realidad sociológica de un país que intenta salir adelante superando la vieja escisión entre izquierdas y derechas. Más que nada porque la mayoría de la gente desea sensatez y sobre todo menos crispación.

Curar en la medida de lo posible el impulso independentista de Euskadi y Cataluña no es mala tarea, ya que históricamente estas dos regiones han manifestado un pensamiento diferencial respecto al resto. Eso no quiere decir que haya que perder la memoria del todo. Pues Puigdemont hizo una quiebra del sistema que nos aporta la Constitución de 1978, y por eso adquirió la condición de prófugo. De cualquier forma, está claro en los últimos sondeos que el impulso separatista en Cataluña está disminuyendo desde hace tiempo, con una tendencia muy marcada. En las últimas elecciones fue el PSOE la fuerza más votada en aquel territorio, como en su día Ciudadanos ganaba las convocatorias mientras los partidos independentistas iban reduciendo su empuje.

Vamos hacia la normalización, y queda claro que la Constitución del 78 sigue siendo una pieza básica para la convivencia.

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