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Opinión
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Miguel A. Martín, profesor y prehistoriador

El solsticio de invierno desde las cumbres de la isla de La Palma

  • Comienza el nuevo ciclo awara

Foto enviada por Miguel Martín, Profesor y prehistoriador, para acompañar su artículo sobre el Solsticio de invierno.

Cuando llegan estas fechas en nuestro calendario, el cristianismo celebra el nacimiento del hijo de Dios, todo un alarde de asimilación de los antiguos rituales del nacimiento del Sol. Cada Año Nuevo, durante el solsticio de invierno, se produce el mito de la creación cosmogónica, se subraya la importancia del momento original en el que el mundo fue creado y se le atribuye a este acto las virtudes de creador del tiempo y ordenador del universo. Es el tiempo perfecto, la edad en que el cosmos está cargado de toda su fuerza vital. Es el Sol el principal encargado de ordenar los lugares sagrados en el tiempo considerado (solsticios y equinoccios). A partir de aquí el universo adquiere un orden, una armonía, se suceden los días, las estaciones, la muerte y el renacimiento del nuevo Sol.

Los solsticios son aquellos momentos del año en los que el Sol alcanza su máxima posición meridional o boreal, es decir, una máxima declinación Norte y Sur con respecto al ecuador terrestre.

El cosmos abarca todo lo que existe, tiene sentido. Es la esencia primordial, cargada de símbolos y significados. Por ello, los antiguos canarios buscaron trascender los límites de la humanidad elevando su alma al cielo por medio del mito, la arquitectura, el rito y el símbolo. Todo ello visible en formatos diferenciados -casas almogarenes o efequenes, amontonamientos de piedras, torretas, canales y cazoletas, queseras, círculos de piedra, grabados rupestres tallados en las rocas y objetos materiales cotidianos…- proporciona una convincente prueba del impulso al que esas prácticas dan forma a su cosmovisión. Aquellos hombres y mujeres marcaron el espacio con determinadas construcciones que vincularon al Sol. En el caso de la isla de La Palma, los awara construyeron unos sencillos templos al aire libre, antes de la era cristiana, sobre las cumbres que contornean la Caldera de Taburiente, amontonando piedras (igurar o majanos) de forma circular con un perímetro, en el mayor de los casos, de lajas hincadas en el suelo y rellenos de rocas y/o lajas de distintos tamaños. Se trata de sencillos recintos sagrados que suponen la primera manifestación arquitectónica religiosa en la isla de La Palma. Son más de 60 estructuras.

El templo es el centro del mundo, correspondiendo al espacio y al tiempo la necesidad de su recreación periódica. Los templos y otros espacios sagrados, axis e imago mundi, establecieron el orden cósmico, con estructura y normas propias de funcionamiento, se instalaron en un territorio para unirse al cosmos.

El pasado 21 de diciembre nos desplazamos a las Cabeceras de Izcagua II (Las Lajes, Garafía), en concreto a un amontonamiento de piedras situado a 2.030 m de altitud, en la margen izquierda de una barranquera. El majano posee un perímetro de rocas y lajas grandes de unos 11 m con un relleno que tiene como base un sustrato de tierra y piedras pequeñas y por encima se apilan un centenar de rocas más grandes. Su diámetro aproximado es de unos 3 m y la altura de 1,30 m. Contiene grabados rupestres y presenta un estado muy malo de conservación con muchas piedras caídas. Desde este lugar, el primer amanecer del solsticio de invierno es todo un espectáculo al producirse por el pico más destacado del entorno, Roque Chico.

Este acontecimiento no es algo aislado pues se repite en todo el contorno superior de La Caldera de Taburiente, en la misma fecha, en distintos lugares y con referencias naturales sobre las montañas de las islas de La Palma y Tenerife. La constante repetición de un acontecimiento constituye una prueba irrefutable, una convicción compartida por toda una comunidad. La elección de un lugar para emplazar un majano nos aporta un principio de comprensión sobre la intención espacial de la cultura awara. Desde estos lugares el espacio se conceptualizó y se sacralizó. Se establece un vínculo vertical jerarquizado de una triada eterna -grupo de tres diferentes figuras y/o elementos divinos o míticos especialmente vinculados-. Se parte del amontonamiento de piedras, continúa en un destacado punto del relieve y culmina con la aparición del primer Sol del Año. Se trata, por lo tanto, de un verdadero simbolismo cosmogónico. Se encomendaban pues a las celebraciones del Año Nuevo, al "comienzo" y la "renovatio", con la esperanza de que el mundo se renueve, que pueda comenzar una nueva historia en un mundo regenerado; es decir, creado de nuevo.

Según Mircea Eliade la cima de la montaña cósmica no sólo es el punto más alto de la tierra, es también el punto donde dio comienzo la creación. Cada 21 de diciembre los awara rememoraban el mito del origen, la génesis del principio, experimentando una hierofanía o la manifestación de lo sagrado. Lo sagrado se visualiza y se eterniza.

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