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Opinión
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José Vicente González Bethencourt, médico cirujano y senador

Aquella Academia de Tazacorte

  • "El 22 de agosto disfruté de un acto afectivo en la Casa Massieu"

José Vicente González Bethencourt y Justo Caridad Arias.

La importancia de las academias de enseñanza libre fue enorme en una época en que gracias a ellas muchos jóvenes que no vivían cerca de centros oficiales pudieron estudiar el bachillerato y luego carrera universitaria. Viví la experiencia de estudiar en tres de ellas, comencé el bachiller en la de San Pedro, en Granadilla, luego segundo en la de Tazacorte, y de tercero a sexto en la de don Pepe Lavers, en Los Llanos de Aridane, finalizando el preuniversitario, ya como centro oficial, en el Instituto de Santa Cruz de la Palma, y de ahí a Cádiz, donde cursé la carrera de Medicina. Una experiencia enriquecedora, sí, pero en una época de muchas estrecheces económicas, con viajes que se hacían eternos en guaguas y barcos, cuando no a pie, haciendo amigos y amigas en cada centro, y perdiendo a algunos con tanto cambio de domicilio, aunque a decir verdad, los reencuentros con ellos son un placer, y de hecho fomento y conservo su amistad todo lo que puedo.

Tal es el caso de mi amigo de la juventud bagañeta, Talio Noda, con el que he revivido agradables momentos de Tazacorte, visitando lugares entrañables, pateando lo viejo y lo nuevo, desde El Morro a la Vica, la casa de los Mártires (escuela entonces donde recibí clases), la sala de bailes Miami o la discoteca Tigotan, los bares La Cueva y Central, la casa de la consulta de don Manuel Morales, o el patio de la casa de mi amigo José Antonio Lorenzo, donde disfrutamos buenos guateques. Visité al amigo José Adolfo Martín días antes de fallecer, por cierto, en una actitud positiva de aceptación de su realidad, con la cabeza bien alta y la cadencia elegante en su conversación que tanto caracterizó su vida. El sepelio del acreditado farmacéutico y gran alcalde de Tazacorte confirmó el cariño y la entrega que dio a su pueblo y a su gente.

Pues bien, el viernes 22 de agosto disfruté de un acto afectivo en la Casa Massieu, el homenaje a los maestros nacionales que en una época de muchas dificultades económicas y políticas, en un gesto de valentía y entrega a la juventud de la época que les honra, pusieron en marcha una academia. Don Justo Caridad Arias aceptó la propuesta de don Antonio Acosta, y junto con el párroco don Evelio Concepción comenzaron a impartir clases en el curso 1953-54, de acuerdo con los datos que obtuve en el citado acto y del libro de extraordinario valor de Oswaldo Izquierdo Dorta "Los estudios de Bachillerato en La Palma", que me facilitó mi buen amigo y presidente del Cabildo Anselmo Pestana.

Comenzado el curso 1959-60, mi padre, de Breña Alta, y mi madre, de Velhoco, Santa Cruz de la Palma, se trasladaron a vivir a Los Llanos de Aridane, y aunque nunca entendí muy bien por qué, lo cierto que mi padre no me pudo matricular en Los Llanos y me llevó a Tazacorte, presentándome a don Justo Caridad, don Antonio Acosta y don Vicente Méndez, que me recibieron con los brazos abiertos en su academia. Y a partir de ahí todos los días me sentaba en el asiento junto al chófer de la guagua que me dejaba en La Vica y me recogía en la curva de Marina, cerca de los Grupos Escolares, para regresar a Los Llanos. Recuerdo que el cura don Pedro Capote, profesor de Religión, me subió muchas veces a su coche cuando me veía en la parada esperando la guagua, y por cierto, también recuerdo que le gustaba correr, cosa que a mí no mucho y a mi padre nada. Disfrutaba mucho en la guagua, me enteraba de todos los acontecimientos, siempre muy atento a las conversaciones del chófer con los pasajeros, me encantaba el paisaje de las plataneras y me llamaba mucho la atención el deje bagañete. Al curso siguiente ya me matriculé en la Academia de don Pepe Lavers, pero yo seguía bajando cada vez que podía a Tazacorte, a los bailes y paseos por la Avenida, al mar de Los Tarajales, a los guateques y sus fiestas.

El homenaje tuvo un protagonista excepcional, don Justo Caridad, que con 93 años hizo una semblanza prodigiosa y didáctica del Tazacorte de aquella época. Don Diego González no pudo estar, y su hijo Salvador leyó unas palabras muy sentidas en su nombre. Recordé muy bien a don Ricardo Hernández y al sacerdote don José Van de Valle, muy queridos y admirados ambos por su talante progresista y proximidad a los jóvenes, repitiéndose palabras de reconocimiento hacia todos los profesores, como don Benito López, doña María Vázquez y doña María del Carmen Velasco, siendo de agradecer la presencia activa en el acto de la alcaldesa, Carmen Acosta, la consejera insular Jovita Monterrey, las concejalas Amaya Labarga y Sandra Pérez, el concejal Carlos Camacho, y el cronista oficial Talio Noda, entre los más de 70 asistentes a tan merecido homenaje.

jvicentegbethencourt@yahoo.es
@JVGBethencourt

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