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Quino Guerra: Un sacerdote palmero con coronavirus en Nueva York

Un sacerdote palmero, Quino Guerra Piñero,  se encuentra en cuarentena, en Nueva York, después de haber dado positivo por coronavirus Covid-19. Afortunadamente, se encuentra en buen estado  y por lo que cuenta en un artículo que ha publicado en la página web de la Diócesis Nivariense (Nivariense Digital), “el virus no ha sido más que dolores musculares y cefaleas, además de algo de tos. Soy un afortunado”.

Quino Guerra viajó a Estados Unidos después de la conclusión de la etapa de formación en Roma, donde presentó el trabajo de doctorado en Teología en enero de 2020. “Tras concluir esa etapa y a la espera de realizar la defensa de mi trabajo ante el tribunal, marché en febrero a Nueva York, a colaborar durante dos meses en una parroquia del alto Manhattan, donde iba con la ilusión e inquietud de conocer la realidad de la iglesia y la sociedad norteamericana, de aprender de estas comunidades del otro lado del Atlántico, amén de practicar un poco el inglés y visitar esa imponente ciudad”.

Durante esta etapa pastoral, señala, que fueron llegando noticias de la afección que estaba teniendo en Europa, en particular en Italia y España,  el Covid-19. “A algunos les parecía que no llegaría a cruzar el océano y que las fronteras estadounidenses evitarían el crecimiento de la pandemia”.

“Sin embargo, nada más lejos de la realidad. Yo mismo estoy en aislamiento por dar positivo del Covid-19. De hecho, tanto el párroco de la iglesia en la que estoy colaborando como yo estamos ahora en aislamiento para no contagiar a nadie”.

Relata que “desde hace semanas, se han suspendido también en Nueva York las misas y cualquier tipo de reunión o congregación de fieles. Por tanto, como tantos otros, hemos acudido a las redes, para desde Facebook emitir diariamente la celebración de la Eucaristía desde la Rectoría (casa parroquial) para los feligreses, que hay que decir de paso, son muchos”.

PALABRAS DE QUINO GUERRA

Para mí estas tres últimas semanas, entre el proceso de la enfermedad y el aislamiento -que aún sigue-, han sido y están siendo un tiempo: “particular”. Por un lado, la distancia de los seres queridos y de la tierra, genera una cierta inquietud, incertidumbre, preocupación o tristeza. Por otro lado, el dolor que está produciendo en nuestro mundo esta pandemia, junto a la obligación del aislamiento, me encoje doblemente el corazón, pues recibo continuamente noticias de dolor y sufrimiento, pero no puedo hacer nada, porque mi presencia es peligrosa para otros (no hacer, no estar físicamente es ahora lo mejor que puedo hacer y eso me cuesta mucho aceptarlo).

Por tanto, este tiempo está siendo, como decía, “particular”. Aprovecho para escuchar el silencio e intensificar los tiempos de oración, para pensar y reflexionar sobre el sentido de la vida (y lo frágiles que somos) y los valores que nuestra sociedad ha exaltado equivocadamente como los más importantes. Aprovecho para hablar más -y con más calma- con la familia y los amigos (gracias a las tecnologías), para descubrir el valor de los pequeños detalles, para reeducar mi corazón y hacerlo más humano, más centrado, más de Dios.

En conclusión, está siendo un tiempo para saberme nada o nadie y a la vez descubrirme todo y capaz de mucho. Estoy viviendo la oportunidad de creer nuevamente en el potencial del ser humano, de soñar que en la debilidad nos acercamos más pues crece nuestra empatía, de renovar mi ilusión por servir a los otros y por no caminar esta vida en solitario, de experimentar el amor de los otros y el valor de mi ministerio, de esperar contra toda esperanza, desde la débil certeza de que Cristo es más fuerte que cualquier dolor y que cualquier muerte… en fin… estoy muriendo en algo para que la Vida del Resucitado me transforme y  renueve.

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