El Cabildo Insular de La Palma, a través del área de Acción Social, que dirige Nieves Hernández, firma un convenio de colaboración con el Ayuntamiento de Breña Baja, para la gestión de las quince plazas insulares en el Centro de Día para personas mayores en situación de dependencia.
Nieves Hernández señala que “con esta ayuda, el Cabildo mantiene su compromiso de garantizar el bienestar de las personas y, en especial, de un sector de la población especialmente sensible que, por causas de deterioro físico o mental, necesita una atención especializada, y dar un respiro al mismo tiempo a las familias o personas de su entorno encargadas de su cuidado”.
El Ayuntamiento de Breña Baja contará con una dotación de 82.163,69 euros para sufragar los gastos de mantenimiento y gestión de las plazas insulares del Centro de Día ubicado en su municipio.
Un convenio que se enmarca dentro del Presupuesto 2020 aprobado por la Corporación Insular con el objeto de colaborar con los ayuntamientos en los gastos de mantenimiento de los centros de mayores y discapacidad integrantes del sistema canario de atención a la dependencia.
Nieves Hernández explica que estas subvenciones forman parte del conjunto de acciones que el Cabildo impulsa en coordinación con los ayuntamientos, que son quienes más cerca están de la ciudadanía, para dar una respuesta eficiente y ajustada a las necesidades de las personas dependientes de la isla.
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Hace tiempo que no paro en Breña Baja, paso de largo por el pueblo sin detenerme, siempre me quedo en Breña Alta.
Pensaba que ambos pueblos eran el mismo municipio. ¿Cómo es posible que haya tantos ayuntamientos en un lugar tan pequeño como La Palma? Creo que con dejar solamente al Cabildo gestionando todo en la isla sobran los ayuntamientos, pero aquí se puede decir que si por algunos fuera habría un ayuntamiento por cada habitante. La cantidad de dinero que se ahorraría sin los ayuntamientos, pienso yo.
La última vez que paré en Breña Baja fue hace tanto tiempo que ya ni recuerdo a qué fui a ese sitio. El caso es que entré en un bar y la gente se me quedó mirando como cuando entraba un forastero en un salón (saloon) del lejano Oeste de los Estados Unidos del siglo XIX, esos que tenía una puerta que se podía abrir en ambos sentidos, miradas de mala leche que matan. Di los buenos días y nadie me contestó. Pedí un café y me lo sirvieron sin ningún problema, pero con cara seria y sin dar los buenos días ni nada. Pagué, dije adiós y nadie contestó. Luego en la calle una señora se me puso a gritar e insultar. Un señor que pasaba por allí me hizo señas poniéndose el dedo en la cabeza como indicando que esa señora no estaba bien. No era nada personal porque también se puso a insultar a otras personas que pasaban por el lugar. Seguramente tenía demencia. Seguí mi camino hasta el coche, me fui y hasta la fecha no he vuelto a pasar por ese pueblo.
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