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Opinión
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Conversaciones amerindias

Lucas López.

Tras su marcha a la Amazonía, me encontré de nuevo con mi hermano el también jesuita palmero Fernando en 2002, en Paraguay, donde yo trabajaba por entonces para el CEPAG (Centro de Investigación Social de la Compañía de Jesús). Fernando pasaba por Asunción con motivo de un encuentro latinoamericano de pastoral indígena. Ya se había incorporado al naciente Equipo Itinerante de la Amazonía, una singular propuesta de misión interinstitucional con participación de diversas organizaciones religiosas que en las dos últimas décadas ha hecho un trabajo espléndido de acompañamiento y defensa de los pueblos amazónicos. Fueron días preciosos de reencuentro y apasionadas conversaciones sobre lo divino y lo humano. Con amigos como Óscar Martín SJ, también palmero, que dirigía Fe y Alegría Paraguay -con cuya radio empezaba yo a colaborar-, o Maricarmen Schaerer (gerente educativa de la misma institución), nos tomamos unas jornadas para recorrer algunas de las antiguas misiones jesuitas entre guaraníes.

En nuestras conversaciones, desde mi mirada occidental, trataba de imaginar el contacto entre la teología cristiana y el mundo indígena en paralelo a lo que vivíamos en Europa: el diálogo entre nuestra fe y la cultura de la secularidad. A Fernando, mi mirada le resultaba insuficiente. Argumentaba una distancia cualitativamente diversa entre lo indígena y la teología católica, señalando que, al fin y al cabo, la cultura occidental actual es, en buena medida, hija del propio impulso cristiano que ya supuso una secularización frente al panteón romano o los mitos germánicos. Precisamente, en ese punto señalaba Fernando que lejos de un mundo plano, en la Amazonía se habita en un medio divino, tocado de la mano de una espiritualidad que se respira en todo. Importante diferencia que, además, se mostraba en que la teología europea evolucionaba al ritmo de la propia cultura occidental, mientras la teología indígena empezaba en pueblos que por primera vez se veían desafiados por el cambio de la modernidad occidental. Fue en aquellas conversaciones cuando por primera vez escuché hablar del indio zapoteca (de México) Eleazar López Hernández, sacerdote y teólogo que impulsaba la teología india.

Dos años después, en Cochabamba, Eleazar López tuvo una conferencia que supuso una llamada de su obispo porque, en palabras del propio López, había sectores que le achacaban que estaba “…manipulando textos del Papa haciéndole decir lo que él no dijo” y haciendo “una interpretación simplista de la historia de la evangelización de los indígenas, al afirmar que, al principio, no hubo en los misioneros suficiente diálogo con los indígenas”. También resultaba extraño su exposición sobre el “…bilingüismo religioso, de yuxtaposición y sobreposición de religiosidades”, que se interpretaba como impulsar el sincretismo religioso. El caso es que la reflexión de Eleazar López y otros ministros y teólogos de la Iglesia católica ha continuado afrontando diversos cuestionamientos.

El primero afecta al propio nombre de teología. Las comunidades cristianas indígenas no terminan de sentirse cómodas con el uso de un término -teología- propio de la cultura y el pensamiento occidental. Además, desde la teología católica académica se cuestiona que la sabiduría de los pueblos indios pueda adecuarse a los parámetros metodológicos de la ciencia teológica. Eleazar responde: “Puede ser que esta gramática, como sucede frecuentemente en nuestras lenguas, no esté escrita y ni siquiera sea explícita, pero funciona y muy rigurosamente al narrar los mitos, al celebrar los ritos y al actuar ante cualquier acontecimiento de la vida”. Eleazar insiste en que esa teología india es “reflexión de la inculturación de la fe cristiana hecha por el pueblo indígena sencillo y que está contenida en la llamada “religiosidad popular”. Recuerda que el Papa Pablo VI, en los años setenta, llamó “religión del pueblo” a la vivencia popular de la fe, sus ritos y narraciones (Evangelii Nuntiandi).

En nuestras conversaciones, en torno a una mesa tranquila, bebiendo tereré, Fernando contaba, sin embargo, cómo la llegada de la modernidad afectaba a muchas comunidades indígenas. El mero hecho de manipular un ordenador traía una mentalidad instrumentalista y tecnológica que tiene un claro sesgo occidental.  Eleazar López señala que la modernidad es un desafío para la teología india. Con tono crítico asegura: “La modernidad causa estragos en nuestros pueblos por su carga de secularismo e individualismo. Sin embargo, es imposible ya evadir las influencias de esta modernidad. ¿Cómo entrar en diálogo con ella para no sólo no ser desintegrados por ella, sino sacar provecho de sus avances modernos?”  Añado a la reflexión de Eleazar que también en occidente necesitamos su reflexión, primero, para que el éxito de nuestra cultura occidental no suponga la depredación de la Casa Común en la que vivimos y la miserable explotación de unas personas, las muchas, para el gozo de algunas, las menos. También para que la modernidad, la reflexión nacida de la Ilustración y que tanto nos ha aportado, no sea un mero instrumento que resuelve problemas mientras nos hace insensibles frente a la mística o el misterio.

Han pasado casi 20 años de nuestro reencuentro. Maricarmen Schaerer, que ya está en la casa de Ñandejára, solía sonreír cuando nuestras conversaciones se hacían más dialécticas. Nuestro diálogo no ha parado, como tampoco se ha detenido la labor de Eleazar López. En enero de 2018, en Puerto Maldonado, Perú, el Papa Francisco se reunía con miembros de muchos pueblos de la Amazonía. Constataba en sus palabras que “…probablemente los pueblos originarios amazónicos nunca hayan estado tan amenazados en sus territorios como lo están ahora”. Después de compartir su reflexión, afirmaba: “Urge asumir el aporte esencial que le brindan (los pueblos indígenas) a la sociedad toda, no hacer de sus culturas una idealización de un estado natural ni tampoco una especie de museo de un estilo de vida de antaño. Su cosmovisión, su sabiduría, tienen mucho que enseñarnos a quienes no pertenecemos a su cultura”.   Por su parte, Eleazar López, en un tono de esperanza, el 24 de octubre de 2019, en plena realización del encuentro sinodal en Roma, nos dejó dicho: “Ya no es tiempo de relaciones asimétricas, injustas que terminan oprimiéndonos. Ya es el tiempo de encontrarnos como hermanos, como humanidad y también como hermanos en la Iglesia. Y creo que el sínodo ha mostrado esa posibilidad”.

La actual situación de pandemia, con un Brasil gobernado por el presidente Bolsonaro, está siendo tiempo de dolor, violencia y muerte para muchos pueblos amazónicos. La teología india, sin embargo, no para de afrontar sus desafíos y de plantearnos un cuestionamiento profundo a nuestro modo de vivir con una gramática diferente, la de sus ritos y sus mitos.

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