Luis León Barreto. Foto de Jesús Ruiz Mesa.
En el planeta cada día aparecen señales contradictorias y, aunque La Palma esté bien controlada, es evidente que las vacunas no nos quitan el miedo, casi nadie se quiere quitar la mascarilla. Y ahora, todavía con restricciones por la pandemia, con la iglesia matriz patas arriba por las interminables obras, vuelve otra vez una conmemoración oscurecida de La Patrona. La iglesia es una de las señas de identidad aridanense, el arcipreste don Marino Sicilia la tenía cuidada como un relicario y bajo su piso de madera de tea yacen sepultados cientos de antepasados. Cuando la guadaña del Covid desaparezca definitivamente, regresarán la luz y la alegría. Amén.
En aquella infancia nunca pasaba nada, y cuando aparecieron unas chicas canadienses con minifalda los adolescentes nos alborotamos como si hubiesen sido extraterrestres, eran una novedad extraordinaria. Eran los tiempos de la Academia de don Pepe Lavers, jugábamos a la pelota en las calles y los domingos por la tarde los parroquianos se agolpaban en el quiosco de la plaza para oír los partidos de fútbol. La isla crecía poco y mi padre, que tomaba nota de los acontecimientos locales en un grueso libro, festejó el haber llegado a los 10.000 habitantes. En cada calle había huertos y las noticias del mundo llegaban en sordina, a través de las pocas páginas de aquel Diario de Avisos. Eran otros tiempos, en aquella dictadura la gente hablaba en baja voz, pues hasta las paredes oían y Franco casi siempre ponía un Real Madrid-Barcelona el 1 de mayo.
Este es uno de los lugares más armoniosos del archipiélago, buen urbanismo, arte en la calle, los laureles de la Plaza. La parte occidental de la isla es la más soleada, bien lo saben los miles de alemanes que por aquí residen, hay que aprovechar esa circunstancia. El turismo en La Palma es diferente y en otros lugares el boom trajo una euforia constructora que no entendía de planes de ordenación del territorio; las consecuencias de este avasallamiento de los espacios se traducen en litorales destruidos por la voracidad de la especulación. Frente a esto la razón nos dice que es forzoso que cada ayuntamiento haga respetar las normas, la definición de su propio entorno, el patrimonio de usos y costumbres, pues el progreso ha de hacerse cuidando la Naturaleza. De cualquier forma, aprovechando las muchas horas de sol se habrán de configurar instalaciones turísticas desde Puerto Naos a Puntagorda.
El Valle fue –desde la propia fundación- la comarca más próspera. Todo empezó en Argual y Tazacorte, el origen de Los Llanos fue más humilde. Pero se convirtió en el eje de la comarca, del comercio y los servicios, y pasa a ser villa en 1868, y más tarde ciudad que va acaparando las funciones urbanas de media isla, declarándosele también cabeza de partido judicial.
Aridane –lugar llano en lengua prehispánica- era la jurisdicción más extensa, antes de que se segregaran El Paso en 1837 y Tazacorte en 1925. Su florecimiento dependió largo tiempo de Argual y Tazacorte, donde se ubicaban los ingenios. El conquistador Alonso Fernández de Lugo repartió tierras, y en 1513 aparece un caballero de Flandes, que castellaniza su apellido y se convierte en Jácome de Monteverde. Fue una etapa tan floreciente que el navegante portugués Gaspar de Frutuoso habla así: “esos dos ingenios y haciendas están valorados en más de doscientos mil cruzados, pues no se hacen en ellos menos de 7 u 8.000 arrobas de azúcar cada año, moliendo de enero a julio, con grandes provechos de mieles y remieles que envían a Flandes.” (Obra De Saudades da terra, 1590).
Viera y Clavijo, citando a Abreu Galindo, señala que “la isla de La Palma, que los naturales llaman Benahoare, como quien dice “mi tierra”, estaba dividida en doce reinos o cantones.” En primer lugar, “el círculo de Aridane, cuyo príncipe se llamaba Mayantigo o Pedazo de Cielo, nombre que le adquirió su agradable fisonomía y el genio popular con que se hacía querer. Y, en fin, estaba el “círculo de Aceró (que hoy llaman La Caldera), el más incontrastable de todos, y su príncipe, llamado Tanausú”.
Si cada isla tiene su personaje mítico, está claro que Tanausú es el palmero por antonomasia, supone la fijación a la tierra ancestral, la isla del matriarcado rural. Y cuando Viera da a conocer su Historia de Canarias –hacia 1772- dice esto: “Los Llanos está a 4 leguas de Mazo, camino en cuesta, pues se monta a la cumbre, pero sin peligro y poblado de bosque. Como una legua antes está la ermita que dicen El Paso, o Nuestra Señora de Bonanza. Las más de las casas son terreras y en buen número arruadas. Abunda en frutos, por lo que están allí los mejores mayorazgos de la isla. La iglesia es de 3 naves, adornada y capaz. El curato es provisión del rey. Contiene toda la jurisdicción 4.194 personas repartidas en los célebres pagos siguientes: Tazacorte, Argual, Tacande, El Paso, Las Manchas, Triana y Calderetas. En Argual y Tazacorte están los dos famosos ingenios de azúcar de las casas de Monteverde, Vandale, Sotomayor, etc., a quienes pertenece todo aquel territorio y sus aguas, con jurisdicción cerrada, y el patronato de las tres ermitas de San Pedro, San Miguel y las Angustias. San Miguel está en Tazacorte, puerto de mar, cuya rada la forma el barranco de las Angustias hacia el Sudoeste, que llaman río porque corre todo el año.”
Somos el resultado de una mezcla de pueblos: nuestros antepasados fusionados con los castellanos, los colonos portugueses, los moriscos y judíos expulsados de la Península, comerciantes de Flandes, Génova, Malta, Irlanda… Algunos han llegado a plantearse que –puesto que nuestra esencia es resultado de la mezcla de otras muchas- nuestra característica básica sería la “no identidad”. No lo comparto porque esa actitud contribuiría a mantener nuestro complejo de indefensión, el viejo síndrome de inferioridad.
Hemos tenido sequías, epidemias y volcanes, y el convencimiento de que nuestro pueblo se construyó en América. Hoy desde este cielo los astrónomos otean las galaxias, desde aquí nos damos cuenta de que somos una insignificancia en el universo, una brizna de polvo mortal en medio de los misterios, ignorantes de nuestro destino. Pero tenemos paisaje para atraer a foráneos que buscan aquí un trozo de su paraíso perdido, hemos conservado el verde y debemos captar el interés de quienes deseen invertir respetando los valores. Finalmente, necesitamos el ocio activo que procurará el Parque Cultural Islas Canarias, ojalá que pueda ser terminado algún día.
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