Al teólogo Ignacio Ellacuría SJ lo mataron en noviembre de 1989 para callar a quien buscaba una paz justa para El Salvador. Ellacuría formuló su pensamiento teológico en torno al verbo cargar y el sustantivo realidad. A su juicio, las personas debemos “hacernos cargo de la realidad, cargar con la realidad y encargarnos de la realidad”. Durante la guerra civil de la república centroamericana se trataba de buscar un conocimiento preciso y pertinente (hacernos cargo de la realidad), nos toca aplicar criterio ético (cargar con la realidad) y debemos comprometernos en una actuación que transforme lo que sucede (encargarse de la realidad).
La mayoría de quienes estamos viviendo la erupción nos hacemos cargo, más o menos intuitivamente, de lo que está pasando. Pero no es fácil. Hay, al menos, tres elementos distractivos: el primero, es el propio fenómeno natural que puede encandilar y fascinar por su novedad y desproporción respecto a lo que somos; el segundo es cierto periodismo a modo de “reality show”, con la denominada “realidad aumentada” y la sobredosis informativa del “minuto y resultado” que subraya el espectáculo; el tercer elemento distractivo puede ser la complejidad de los datos, las hipótesis y el lenguaje científico que nos hace más difícil a los profanos distinguir lo anecdótico de lo relevante.
Pero, más allá de los elementos distractivos, la principal dificultad para hacernos cargo de la erupción proviene principalmente de la misma complejidad del fenómeno: afecta a vivencias personales y procesos psicológicos intransferibles, a situaciones familiares y comunitarias íntimas, a una historia que se teje con hilos que atraviesan los siglos y con comunidades recién llegadas, a procesos económicos complejos y no controlables, a ecosistemas frágiles que vienen sufriendo ya la carga del cambio climático, a dinámicas legales y políticas complicadas, a expresiones culturales, artísticas, religiosas originales de una sociedad concreta en continua evolución. La erupción, al alargarse, afecta un número creciente de facetas de la realidad y lo hace de modo cada vez más insospechado y radical. Se nos hace difícil hacernos cargo profundamente de lo que pasa y es bueno que saquemos conclusiones de esa dificultad para evitar acercamientos banales, ideológicos o superficiales que podrían acarrear respuestas apresuradas, insuficientes e incluso dañinas. Es comprensible psicológica y sociológicamente que demos ese tipo de respuestas, pero nos corresponde dejarlas de lado para poder, en el lenguaje de Ellacuría, cargar apropiadamente con la realidad.
Para cargar con la realidad que el volcán provoca, será importante que tengamos criterio. De los muchos a tener en cuenta, hay cuatro que querría proponer: la centralidad de la persona, el criterio de sostenibilidad, la distinción entre lo urgente y lo importante y, finalmente, el principio de subsidiariedad.
Por supuesto, el primer criterio es la centralidad de la persona. Las personas directamente afectadas y, con ellas, la del conjunto de la sociedad isleña, son el centro de nuestra actuación. Es un poco absurdo contraponer esa centralidad a las ayudas a animales o al medio ambiente. Sin embargo, sí es oportuno recordar que, en ocasiones, determinadas legislaciones y prácticas políticas, culturales o económicas generan víctimas o culpabilizan a las víctimas. Las personas, sus derechos y deberes, son el centro de cualquier acción que quiera encargarse del volcán, ahora y cuando se apague la actual erupción.
Para encargarnos de la realidad, será importante abandonar discursos anticuados que pretenden contraponer sostenibilidad medioambiental con sostenibilidad económica. Creo que hoy hay un amplio consenso en que la crisis ecológica tiene la misma matriz causal que las crisis sociales, culturales, económicas. No podemos plantearnos un desarrollo que no sea sostenible, porque, de nuevo, sería aplicar soluciones que pueden dar apariencia de respuesta en el corto plazo pero que acaban creando un problema mayor para el presente y el futuro inmediato.
Metodológicamente, defendemos el criterio que nos permite distinguir lo que es urgente e importante de lo que es solo urgente. Ahora mismo, es urgente seguir garantizando la seguridad, es urgente atender a las personas directamente afectadas y es urgente dotar de recursos a la sociedad y economía isleña para que siga funcionando. Pero hay que evitar respuestas a lo urgente que tienden a convertirse en permanentes, es decir en una manera de no afrontar lo importante. Por ejemplo, en el tema de las viviendas, instalaciones provisionales pueden alargarse treinta años en su provisionalidad.
También desde la perspectiva metodológica, el principio de subsidiariedad y de la participación es muy relevante a la hora de encargarnos del volcán. Las administraciones públicas deberán actuar desde sus respectivos ámbitos de competencia y son necesarias muchas actuaciones también de la sociedad civil que superen los recursos y posibilidades de quienes vivimos en La Palma. Sin embargo, es muy importante que las respuestas locales cuenten con agentes públicos y privados locales. Las actuaciones deben pensarse y generarse con procesos participativos que convoquen a quienes sufren el poder destructivo del volcán y deben ser protagonistas de las soluciones, por supuesto, contando con todas las asistencias y la dirección política oportuna.
Si nos hacemos cargo de lo que supone la erupción y cargamos responsablemente con la respuesta, todavía nos quedará, en el lenguaje de Ellacuría, “encargarnos del volcán”: el compromiso capaz de transformar la realidad. Jon Sobrino SJ, compañero y colega de Ellacuría, que sobrevivió a la matanza del 16 de noviembre de 1989 en la Universidad Centroamericana de San Salvador, añadió un cuarto término a la secuencia: “dejarse cargar por la realidad”. Se trata de introducir una dimensión de agradecimiento gratuito ante lo que sucede. Habrá tiempo para eso.
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