Paseo por Los Cancajos que todavía conserva la ceniza. Desde el día de Santa Lucía, cuando miramos hacia occidente, ya no vemos el penacho de piroclastos de nuestra última erupción del volcán de Cumbre Vieja. Aunque los funcionarios municipales se esfuerzan, la ceniza permanece, como sobre nuestra frente, el miércoles con el que empieza la Cuaresma. Queda a modo de recordatorio del pasado y como promesa de futuro: “Recuerda que polvo eres y en polvo te convertirás”. Ahora que dejamos atrás la fase eruptiva, el volcán permanece. Muchas personas se han implicado desde el comienzo en elaborar y proponer planes para las poblaciones directamente afectadas, la comarca y la isla entera. El empeño se pone en “reconstruir” La Palma (¿volver a lo de antes?) y las ayudas económicas se comprometen con ese fin. Sin embargo, la ceniza, marcando nuestra frente, o el negro intenso de la colada rompiendo el paisaje, nos recuerdan que somos volcán y que el volcán no se apaga para siempre.
Al mirar hacia el futuro, partimos de una memoria de la que quiero recuperar dos elementos. El primero tiene directamente que ver con la erupción volcánica: en apenas cincuenta años hemos tenido tres erupciones volcánicas en las islas occidentales, dos en La Palma, en Cumbre Vieja, y nada hace pensar que los próximos cincuenta años tendremos menos. El segundo dato de memoria, que creo que trabaja en la conciencia de la sociedad palmera es que mientras La Palma a duras penas mantiene la población que tenía cuando entró en erupción el Teneguía, el conjunto de Canarias aumenta de forma exponencial. Si La Palma hubiera crecido a la misma velocidad que, por ejemplo, Lanzarote o Fuerteventura en los últimos treinta años, la población actual de la isla estaría en torno a doscientos cincuenta mil habitantes. En La Palma hemos visto como muchas familias enviaban a su gente joven a estudiar a las universidades e hicieron su vida en otras islas. Así que en nuestra Isla, el volcán y su memoria suma sobre cierta sensación de ser de las perdedoras, convirtiéndose, tal y como señala Melendi en su canción, en la “quinta de las ocho hermanas”.
Creo que hay un consenso bastante generalizado e impreciso sobre el futuro económico de La Palma: además de la relevante presencia del sector público, ha de contar con el plátano como cabeza del sector primario agrícola y ganadero y una fuerte relevancia del turismo liderando el sector terciario. También parece que la sociedad isleña entiende que las tecnologías abren oportunidades económicas que empiezan a explotarse pero que todavía pueden crecer y que deben servir para atraer perfiles profesionales que, hasta ahora, buscaban su desarrollo fuera de La Palma. Así, sector público más agricultura, turismo y tecnología ponen sobre la mesa un posible consenso que, seguramente, será más complejo a medida que trate de concretarse en los planes inmediatos.
En lo social, quizá podamos hablar también de un consenso sobre el modo de vida de la isla. Queremos conservar un paisaje único que hemos recibido como legado de un modo de convivencia poco depredador entre quienes nos precedieron habitando nuestras costas y medianías y la naturaleza que lleva a que nuestro paisaje sea reconocido como la “Isla Bonita”. También, por lo general, queremos conservar el modo de vida familiar y tranquilo que, por otro lado, en los últimos años, ha incorporado a poblaciones significativas que provienen de Centroeuropa, de otras partes de España o de Latinoamérica, principalmente de Venezuela y, en menor medida, de la cercana África Occidental. Nos gustaría, eso sí, que su llegada, que supone sin duda riqueza y un poblamiento que necesitamos, permitiera que nuestra identidad, siempre mestiza, profundizara en esa dirección sin desgarros ni enfrentamientos.
Cualquiera que esté leyendo estas letras, comprenderá que los consensos planteados tienen mucho que ver con los valores más generales de nuestro modo de vida y fácilmente reconocibles en nuestras instituciones. Pero también son consensos muy generales que pueden entrar en colisión cuando se aplican a la realidad concreta. Así que, probablemente, los próximos meses y años, nuestras instituciones públicas y las organizaciones de la sociedad civil, tanto las mercantiles como las del tercer sector (sociales no lucrativas), se van a ver sometidas a tensiones lógicas de una tarea desafiante y de soluciones controvertidas. Si no nos damos un buen cauce, como rezan las Folías Pobres cantadas por Los Sabandeños, “siempre será el grande quien se come al chico”. Algunos movimientos ya realizados para posicionar determinadas propuestas, por más que se hagan de modo legítimo, parecen responder más a intereses y oportunidades de parte que a la búsqueda del bien común que debe orientarnos.
Evidentemente, corresponde a las instituciones públicas, como expresión de la participación democrática de la sociedad, ponerse al servicio de las esperanzas, sueños y elecciones de la sociedad palmera no solo arbitrando entre intereses diferentes, sino también impulsando de forma proactiva las medidas necesarias para afrontar los efectos del volcán y el sueño de la Isla. Sin embargo, somos conscientes que la lucha por el poder político tiene sus propias reglas y no siempre es buena consejera para promover la escucha y hacer avanzar los diálogos necesarios para cerrar heridas y abrirnos a un futuro esperanzador. El principio de subsidiariedad, consagrado en el pensamiento social, apunta a que es mejor escuchar desde abajo, a quienes tienen que protagonizar la historia, que determinar desde arriba lo que a todas y todos afecta. Existen metodologías comunitarias y participativas que pueden servirnos para incorporar el saber de las ciencias económicas y sociales y, a su vez, escuchar las necesidades y propuestas de quienes están afectados en grado diferente. Se trata de participar y de decidir. Personas con preparación profesional y organizaciones apropiadas para promover este modelo participativo están disponibles. Animemos esa senda.
Vuelvo a mi paseo por la Playa de los Cancajos. Me encuentro con un local con un cartel sorprendente: “En Todoque desde 1989”. Es un negocio familiar que, tal y como me explican sus promotoras, “…no podemos esperar a que alguien nos resuelva los problemas; nos toca ponernos en marcha”. Así estamos en La Palma, no podemos esperar y nos toca ponernos en marcha. Probablemente la ceniza nos recuerda donde vivimos y nos debe hacer pensar que quizás no sea muy responsable seguir ocupando el territorio como si el volcán solo nos hablara del pasado. El volcán es persistente en sus consecuencias y, además, promete que volverá. Parece oportuno planificar teniendo en cuenta todos los saberes y tratar de aunar esfuerzos limando algunos intereses. Así, la Isla que pasemos a la siguiente generación, no se sentirá la quinta entre las ocho, seguirá siendo una Isla Bonita y amable, a la vez que una isla que no expulsa a su gente.
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Es imprescindible, aunque no nueva, la preocupación por apuntar posibles salidas viables económicamente que le permitan a La Palma un mantenimiento armonioso de un desarrollo que ofrezca alternativas a toda una juventud que año tras año tiene que buscarse su forma de vida fuera de la isla.
Creo muy positivo que el artículo vaya en esa dirección, pues para conjeturar acerca del futuro, son necesarias ideas que enriquezcan el debate.
Está claro que el inductor de la economía de la isla ha de ser múltiple, pues sabemos que depender casi exclusivamente del plátano como inductor único no tiene ninguna garantía al ser un producto que para que sea viable ha de recibir cuantiosas subvenciones que no están en manos de los palmeros decidirlas, sino de la Unión Europea.
Es imprescindible que se diversifique el sector primario, teniendo en cuenta que el REA no ser el motivo de que muchos productos viables en La Palma, no sean rentables por subvencionar la importación de detrimento de los precios de la producción propia.
Otro capítulo por desarrollar, aparte del aprovechamiento de la ciencia, es el desarrollo de fuentes de energía limpia, capítulo que por intereses incomprensibles no ha arrancado ya hace veinte años. Para buscar inspiración en este capítulo el que lo dude que le eche un vistazo a nuestros vecinos de Madeira/Azores.
Desde luego hay todavía mucho por hacer en cuanto a una industria turística diferenciada. No tenemos que mirar a Lanzarote/Fuerteventura.
Hemos de explotar un turismo minoritario que busque el descanso activo y la naturaleza.
Este tipo de turismo no es de sol y playa de Fuerteventura. En este capítulo también no nos vendría mal darnos un salto de nuevo a Madeira/Azores y ver como es posible conjugar una industria turística sin destruir la naturaleza propia huyendo del modelo de guetos de hormigón.
Hemos de huir del concepto de crecimiento poblacional. Si queremos mantener el diferencial comparativo que nos dé las posibilidades de ofrecer un turismo selectivo, la Palma no ha de sobrepasar los 100.000 habitantes como mucho. No queremos ni Vecindarios ni San Isidros, pues ello es incompatible con el producto turístico que sería viable y sostenible en La Palma.
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Ivan4
A mí lo que dice don Lucas, con todos mis respetos, me entra por un oído y me sale por el otro…Pone de ejemplo a Lanzarote y Fuerteventura y hace suposiciones sobre una isla con 250,000 habitantes…¿Hacemos barriadas en la Caldera de Taburiente?
¿En La Palma habrá otro volcán? ¡Y en San Francisco o Los Ángeles habrá terremotos!
¿Acaso no hay volcanes y terremotos en Italia a cada rato?
Mire los datos económicos de la pandemia: sus ejemplos de Lanzarote y Fuerteventura estuvieron totalmente paralizados. Si no es por los ERTES, se comen unos a otros en esas islas o en el sur de Gran Canaria o Tenerife.
La Isla de La Palma sobrevivió gracias a la agricultura y a la ganadería.
Reciba un saludo y desde ya le digo que no queremos “japonés en miniatura” como Gran Canaria, con más polígonos industriales que bosques.
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