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Opinión
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José Manuel Díaz Calero, pedagogo

Educación en igualdad

  • Parece que no hemos hecho los deberes porque nos han puesto un suspenso

Antes de nada, en un ejercicio de empatía, me pongo en el lugar de la madre, el padre, y de toda la familia de Laura, me uno a su dolor, a su rabia e impotencia contenida. Es humano que nuestra primera reacción sea una explosión de ira ante un execrable acto de violencia machista, que nos hace sentir deseos de resolver también violentamente y destrozar la existencia a quien de forma injusta y salvaje cercenó la vida de una joven mujer. Salen de nuestra boca improperios, maldiciones, amenazas,… ninguna tan dañina como el menor de los rasguños.

Pasados esos primeros momentos, quizás seamos capaces de pararnos y reflexionar, ¿qué estamos haciendo mal?¿Cuáles son las causas?¿Qué desencadena que una persona se convierta en el mal? ¿Cómo podríamos ponerle solución? Y concluimos: Si seguimos haciendo lo que estamos haciendo, seguiremos consiguiendo lo que estamos consiguiendo.

Manifestamos nuestro más enérgico rechazo, nuestra repulsa ante tan abominable acto y el firme deseo de poner fin a todo tipo de violencia, mediante los recursos racionales que poseemos como seres humanos dotados de inteligencia. El firme deseo de poner ésta al servicio de la convivencia pacífica, libre de actos crueles, opresivos, sinvergüenzas, abusadores, cobardes, criminales… hasta lograr que estas palabras se conviertan en vocablos en desuso por caducidad de su contenido.

Pero el firme deseo de poner fin a todo tipo de violencia ha de materializarse, inevitablemente, en procesos educativos de integración de valores, que hagan posible el desarrollo de hábitos para la convivencia, donde la palabra educación cobre su correcta definición y su verdadero sentido.

El proceso educativo supone un camino, unos pasos, una sucesión de escalones para alcanzar un objetivo, que dicho sea de paso, y no sin menoscabo, este proceso, para que lleve el calificativo de educativo, ha de ser siempre perfectivo y esto demanda la imperiosa e ineludible necesidad de elaborar un programa, sistemática y metodológicamente concebido.

La buena voluntad y la preocupación son necesarias, pero han de durar lo justo para no convertirse en el "deja ver" o, peor aún, en la eterna quietud del "déjalo estar".

Ningún acto, ningún hacer, ninguna conducta se produce porque sí, ha de haber habido un encadenamiento de acontecimientos, una sucesión de influencias formativas que hayan reforzado, no ya el hecho consumado sino, la probabilidad de que ocurra ésta y no otra forma de resolución de un conflicto. La maduración biológica no basta, hace falta además el encauzamiento de la inteligencia emocional, el aprendizaje de habilidades sociales necesarias, la interiorización de pensamiento consecuencial.

En palabras de Elsa López, a las que yo me sumo: "mientras la educación no sea igualitaria y abierta y no se enseñe a los varones que las personas del otro sexo son merecedoras del mismo respeto que ellos pretenden obtener para sí mismos, no habremos conseguido nada, no habremos avanzado nada. Ni las fiestas ni las conmemoraciones van a evitar la muerte de una mujer."

Pero, la realidad nos dice, nos muestra, que no hay beneficios a coste cero. Para que esa educación se produzca han de ponerse al servicio de las personas los recursos necesarios en la cantidad y calidad. En cantidad, que sean los profesionales suficientes; en calidad, que sean profesionales formados, que no es otra cosa que responder a las funciones para las que se supone han sido preparados y elegidos. Además, claro está, de contar con los medios necesarios para que así sea.

En definitiva, parece que no hemos hecho los deberes porque nos han puesto un suspenso, que digo un suspenso, un "cero patatero". La evaluación de los resultados obtenidos así nos lo ha hecho saber.

Tristemente, no ya sólo por los luctuosos sucesos del, en adelante 10 j negro de la Bajada de 2015, además son escandalosamente excesivas las denuncias que se producen por violencia hacia la mujer. Está bien que se creen medidas rápidas de choque y afrontamiento para que los violentos den con sus huesos en un lugar seguro, donde no puedan agredir. Pero sería aún más humano, más digno de la racionalidad que, como tales, se supone somos capaces de poner en marcha, que las medidas educativas se pudieran llevar a cabo con garantías de éxito, por inversión, por calidad de formación, por la rotundidad de los argumentos que, de manera demostrable, vehiculen la nave de las buenas relaciones a buen puerto. Sin ningún tipo de escamoteo o economicismo, del paradójico ahorro que deja de gastar un euro en una gomilla de la cisterna para gastar millones en el derroche de un escape de agua.

La fuerza de choque sería matar a los mosquitos que nos agreden, uno a uno, junto a luminarias y estanques. La otra solución, sería apartarnos del foco y del fango.
Juzguen ustedes y, ante una situación similar, díganme qué hicieron y cuál fue la salida que tuvo más éxito.

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