La belleza de la naturaleza palmera. Agustín R Fariña.
"Dependemos de nuestros bosques". Esta repetida frase aparece como un enunciado ya gastado, y, por lo tanto, pasa sin que le pongamos la atención que merece. Pero, ¡sin el bosque, no tendríamos tierra fértil, ni agua!
Ahora bien. ¿Es el bosque algo intocable? También eso sería volver a un medio humanamente inhabitable, pues el monte sería el dueño único. Por tanto, como todas las cosas de esta vida, es en el justo medio donde se podría encontrar una existencia que permita cierta calidad en nuestra vida. El problema está en definir cuál sería ese "justo medio".
Es ahí, desde los comienzos de nuestra historia, donde aparece en esta Isla una de sus principales complicaciones bajo el punto de vista económico e incluso existencial, cosa que seguirá más o menos latente, hasta hoy inclusive:
Había que defender territorios precisos, parte esencial de la isla en sí, atacada por la continua y peligrosa erosión de las tierras fértiles para poder mantener nuestros microclimas con su lluvia horizontal y fuentes; lugar donde recoger leña casi único combustible; madera para edificación y demás usos cotidianos; varas y horquetones de usanza en la agricultura y así mismo la exportación; a igual pinos para la brea naval, la tea, etc.
Por otro lado, terrenos para nuestra ganadería. Para la agricultura de siempre y la necesariamente mimada de la exportación, en su día la caña de azúcar, y sucesivas, como la viña, el plátano, etc. Terrenos para la construcción pública y privada, incluida la industrialización. Y no se olvide que un porcentaje bastante elevado de nuestro territorio son laderas de inclinación inutilizables, grandes barrancos, montañas, volcanes, cumbres, acantilados. Había que compaginar todo eso en un suelo donde no existe materia prima.
El desequilibrio ha estado siempre al acecho. Por ejemplo, cuando pasados pocos años de la conquista, allá por los 1500 y pico, el Adelantado Fernández de Lugo escribía al Rey, resumiéndole que la necesaria explotación a que se sometía la Isla (referencia principal del entonces, la caña de azúcar), sin otras riquezas que sus bosques y tierras agrícolas, hace predecir que sólo nos servirá para poco más de cien años… Menos mal que el Rey reaccionó de modo distinto, decretando leyes de resguardo, algunas reservas, límites a la explotación…
Si bien muchas fueron vulneradas (y por desgracia seguiría haciéndose en la sucesivo), por lo menos sirvieron para tomar conciencia con miras (no muchas) a la necesidad de la conservación, o sea, aprender que aparte del hoy, existe el mañana.
O bien, otro momento crítico, cuando en los años de penuria económicas después de nuestra última guerra, por los años 1940, 50, 60, y algo más, el frenesí de vender varas para el plátano, los tomateros y demás, exportando a las otras islas, principalmente a Gran Canarias que, por cierto, ya había aniquilado gran parte de sus bosques con esa filosofía, tal como con los pinos madereros, dejaron a nuestras cumbres de laurisilva, monteverde, fayal-brezal, casi peladas, dando lugar por tanto a que se secasen fuentes, quedasen al descubierto terrenos baldíos erosionables (no habíamos aún llegado a la explotación de las galerías actuales). Y eso, sin que a nadie se le ocurriese en ese momento tener un poco de lucidez y responsabilidad. Añádase la tierra fértil que en miles de toneladas se llevaron desde los montes pelados (de lo cual quedan algunas cicatrices), a las huertas plataneras hechas sobre volcanes aún sin fertilidad.
(Continuará).
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Hace Vd. bien, Don Agustín, con recordarnos en estos interesantes artículos muchas consideraciones que muchos palmeros jóvenes desconocen y que en este artículo hace incidencia y nos lo trae a la memoria.
Me refiero en concreto al aspecto que nuestras medianías iban adquiriendo a mediados de los cincuenta y años posteriores, cuando todavía no contábamos con el riego generalizado de nuestros campos y además la demanda para la exportación, de productos de la laurisilva hacia las otras islas iban dejando medio calva la isla por todas aquellas zonas donde se podía llegar con un machete en la mano.
Cierto es que la demanda bajó y muchos campos sobre todo de Gran Canaria dejaron de plantarse de tomates por la aparición de la construcción turística y otras razones, pero si contemplamos fotos de La Palma de la época, sobre todo cuando llegaba el verano y se secaba la hierva, iba tomando camino de parecerse a las muchas zonas peladas que por la época había por otras islas.
Ahora comprende uno la profunda transformación que sufrieron zonas como las amplias medianías del Norte de Gran Canaria, y que fue de los famosos bosques de Doramas que los historiadores hacen mención.
Gracias a Dios, hoy en día tenemos en La Palma, no sólo extensas zonas de monte verde con escasos "remates", y el total regadío de las medianías ha hecho que los frutales extiendan la vida por el amplio manto que La Palma posee desde el pinar a la zonas costeras, ya bien roturadas para platanera, ya bien de típica flora de euforbiáseas con todas sus variedades.
Mucha gente se queja de la utilización del plástico en tantos y tantos invernaderos, pero puede ser que esto sea el mal menor, pues hay que pensar también en que quien lo hace no va a vivir sólo por amor al arte, o a la naturaleza que en este caso es lo mismo.
Lo que es una pena todavía es que hay muchos más desaprensivos que los imprescindibles que van tirando basura por las numerosas pistas que desde Barlovento a los Montes de Mazo, cruzan todo el monteverde, y según he podido observar, no son precisamente los turistas los que hacen semejantes barrabasadas, sino los mismos seguramente que en algunas épocas del año, abandonan los perros a su serte. En alguna ocasión también he oído disculpas del tipo de " no les parece bien que abandonen a los perros y después del aborto no dicen nada. Cuando oigo este tipo de contraposiciones que en absoluto vienen al caso, me acuerdo de una frase de Camilo J. Cela, "hay gente que confundo el culo con las témporas".
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