“Discutimos, pero nos queremos a rabiar”. En estos términos se expresan los sentimientos más auténticos de tres hermanas, de Puntagorda, en unos días de convivencia en su casa natal de la isla de La Palma, donde se reencontraron para abordar el dichoso reparto de la herencia, que siempre saca a florecer la verdad de las personas, sus sentimientos más descarnados.
Macu Machín, directora de ‘La hojarasca’, película galardonada en prestigiosos certámenes de Europa, presentó este sábado en Multicines Milenium, de Los Llanos de Aridane, esta película, que es todo un canto a la tierra y al sentido de pertenencia.
Una cinta autobiográfica, que sin embargo construye un relato universal, que refleja la humanidad descarnada, sin adornos, ni artificios, y hunde sus raíces en la propia naturaleza, que llega a su extremo de máxima intensidad con la erupción volcánica.
“Esta película es una carta de amor a mi familia, que al final se acabó convirtiendo en una carta de amor de ellas hacia mí”, reconoció la autora de esta obra que permanecerá en cartelera en los citados cines hasta el 11 de julio, durante un diálogo que mantuvo con la cineasta palmera Mercedes Afonso, al término de la proyección. Y es que las tres actrices que sostienen ‘La hojarasca’ son la madre y las dos tías de Macu Machín.
Los almendros de Puntagorda, donde las protagonistas varean los árboles para recoger su fruto; las hijuelas que marcan territorios y topónimos difusos, como los orígenes de estas propiedades, que se pierden en tiempos legendarios y son complejos de reconocer en el presente (no se pierdan el relato con el que se inicia la obra); bodegas insertas en cuevas naturales, donde conservar un vino fuerte y áspero, como la vida de quienes no lo han tenido fácil, y confesar los sentimientos más auténticos; la fiesta que se disfraza de alegría con viejas mantas; la niebla, el viento, los temblores y, finalmente, la violenta erupción y el constante zumbido del volcán. Es la geografía de ‘La hojarasca’.
Y la geografía humana, donde las manos hechas de trabajo y esfuerzo, en el campo y en el cuidado de una de las hermanas, son uno de los elementos más icónicos de la película, que no esconde las arrugas, que como dice la autora, recuerdan la corteza de los árboles. Tres mujeres que se reconocen en el afecto familiar y en un sentido de la existencia, donde la tierra austera, el amargor de las almendras, la constante niebla y humedad, y la dependencia que presenta una de ellas, se integran en su vida como elementos de una naturaleza que no es ni buena ni mala, sino que es aquello que acaba dando sentido a todo.
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