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Opinión
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Libertad: un crecimiento en común

La libertad, que tiene consecuencias en la vida de cada persona, no es, sin embargo, una tarea exclusivamente personal. Del mismo modo, aunque casi siempre podemos crecer en libertad, no es el resultado de un superpoder. La libertad es una tarea comunitaria alentada por el amor y el resultado de un largo aprendizaje que implica compromiso.

Un viejo profesor: Andrés Tornos SJ
El jesuita Andrés Tornos era nuestro profesor de Antropología filosófica cuando, a mediados de los ochenta, cursaba los estudios en la Universidad de Comillas, en Madrid. La pregunta por la libertad era central en las clases del profesor Tornos. Citaba a Sartre y su “estamos condenados a la libertad”, con la que el esposo de Simone de Beauvoir recuperaba la experiencia de la resistencia francesa para asegurar que incluso el torturado por la Gestapo tenía dos opciones: sufrir más o denunciar a sus camaradas. Luego nos animaba a leer “Tristes trópicos” de Lévi-Strauss, para analizar a quienes sostenían que la libertad era mera apariencia entre dos rigideces: las leyes de la física y las de la química. Nos situaba también frente a “Las palabras y las cosas” de Michel Foucault para encajar a quienes concluían que ni siquiera es relevante el sujeto al que cabría atribuir la libertad: somos como un rostro dibujado en la arena de una playa que desaparecerá tras la siguiente ola.

En cuanto a su posición personal, Andrés Tornos trataba de deshacerse de todas las etiquetas de las diferentes escuelas. Reconocía el peso enorme de los condicionantes que afectan a nuestras decisiones. Pero, sin embargo, nos proponía una metáfora: dos paracaidistas saltan desde un avión y uno solo lleva paracaídas; en el punto de salida se distanciaron cincuenta metros. Esa distancia es la que tienen que recorrer para que ambos puedan salvarse con el mismo paracaídas. Bajarán muchísimos metros, miles de metros antes de juntarse porque los condicionantes (la fuerza de la gravedad y el viento) son enormes frente a su capacidad de desplazarse. Pero esa pequeña capacidad es nuestra libertad; requiere de la comunidad y en ella nos jugamos la vida.

Bukele: el crédito de las “maras”
Sin embargo, en los tiempos que corren, al igual que ya nos pasó en otros momentos de la historia, algunos líderes fuertes nos prometen encargarse de nuestras vidas a cambio de que renunciemos a esos derechos personales y sociales que han configurado nuestro sueño democrático. Antes de llegar a la sala de pasaportes del aeropuerto Oscar Arnulfo Romero, en El Salvador, al fondo de un pasillo, sobre la pared, un retrato de Nayib Bukele acompañado por otro de Gabriela Rodríguez, su esposa, llamó mi atención en agosto de 2023. La figura de Bukele ya era mediáticamente omnipresente en los procesos electorales de América Latina y el Caribe. Posteriormente, cuando en 2024 consiguió su reelección de forma aplastante (aunque con curiosos errores técnicos del mecanismo electoral), quedó constatado que, a pesar de mantener el estado de excepción y cambiar el significado de las palabras en la Constitución, a pesar de las muertes bajo custodia policial o los fracasos en su política económica, Bukele contaba con un apoyo decidido de una parte mayoritaria de la población electoral. La población aceptaba una rebaja en sus derechos con tal de garantizar la ausencia de aquel que había sido su mayor enemigo en la vida cotidiana: las maras.

Dos acercamientos: Fromm y Cortina
No es nuevo. Y aunque, por supuesto, haya críticas posibles a un libro publicado en los años cuarenta del siglo XX, en “Miedo a la libertad”, Erich Fromm muestra el peso rotundo de la responsabilidad. La toma de decisiones responsables nos aboca a la ansiedad y la incertidumbre. Esa ansiedad no es soportable sin un profundo entrenamiento personal y social. Por eso, muchas veces se traduce en apuestas por el autoritarismo, el conformismo o la imposición violenta. Fromm añade además que el modelo social del capitalismo promociona exclusivamente la mera libertad de consumo y fomenta el deseo de un consumo creciente, que sólo garantiza a las élites oligarcas. Nos aboca a nuestros propios límites. Nos da miedo. Para aprovechar estos miedos, los regímenes autoritarios ofrecen una identidad que proporciona sentido y una capacidad represiva que se muestra como seguridad. El cuadro se completa con un ejercicio de propaganda que encubre el malestar. Fromm era judío. Miembro de una familia religiosa y de clase acomodada. Nació en Francfort en 1900 y tenía catorce años cuando estalló la Primera Guerra Mundial. Esa experiencia y el ulterior desarrollo social y político de su país natal condicionaron para siempre su biografía. Su pensamiento se elaboró desde esa experiencia histórica, un poderoso sentido común y la sospecha crítica de la Escuela de Frankfurt y del psicoanálisis freudiano.

Más cerca de nuestro tiempo, Adela Cortina nos habla de la “ética cordial”. Es decir, del ejercicio de la libertad desde el amor. Ser libre implica ser capaz de responder por nuestras acciones y sus consecuencias. La libertad no es solo la capacidad de elegir lo que consideremos conveniente, sino que implica nuestro reconocimiento y valoración de la dignidad de las demás personas y de la creación entera. Nadie es libre en solitario. En realidad, falsea el concepto de libertad aquel dicho aislacionista que afirma que “tu libertad acaba donde empieza la mía”. Por el contrario, nadie es libre hasta el límite de la libertad del otro, sino que nuestra libertad crece junto con la de las otras personas o, sencillamente, se diluye. Es por eso que, siguiendo la estela que marca Cortina, el concepto de justicia social es, en realidad, el valor que orienta a una comunidad que no solo permite o tolera la toma personal de decisiones, sino la que fomenta y garantiza las condiciones para que eso sea posible. Es la sociedad la que nos hace libres.

Conclusión: libertad condicionada y aliada
Conviví con Adolfo Chércoles en el barrio de Almanjáyar, en Granada, apenas un año. Sin embargo, su figura de jesuita albañil, que se buscaba la vida haciendo “chapuzas” por la ciudad y, a la vez, siendo uno de los mejores especialistas a la hora de dar los Ejercicios Espirituales de Ignacio de Loyola, marcó mucho mi modo de entender la toma de decisiones en la vida. Conocí también a Mari, una muchacha del barrio que había hecho aquella experiencia de trabajo interior. “Para ser libres”, decía Mari cuando se le preguntaba para qué servían los Ejercicios Espirituales de San Ignacio. Mari no tenía formación universitaria. Su escuela era la dura vida de una familia numerosa en uno de esos barrios complicados de nuestras ciudades.

La libertad es una tarea. Requiere entrenamiento, requiere ejercitarse. Exige salir de nuestro propio querer e interés. Ese entrenamiento nos lleva a reconocer la realidad como don, a respetar su ser y a disponernos para un servicio mayor. Es decir, para ser libres hace falta el mismo entrenamiento que para amar de verdad. Para amar hace falta la libertad, pero sin amor, se nos hace imposible crecer en libertad. La libertad solo puede crecer en el amor, en comunidad, lejos de todo solipsismo egocéntrico. Esa libertad que, según la metáfora de Andrés Tornos, es siempre condicionada, apenas nada, necesitada siempre de complicidad o colaboración, pero nada menos que permite dar sentido a nuestras vidas, salvar la propia vida y la de otras personas.

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