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Opinión
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Eduardo Cabrera

El debate del 20N

  • Cien minutos de debate que centraron la atención en el bipartidismo

Concluye el debate entre los candidatos a la presidencia del Gobierno. Alfredo Pérez Rubalcaba por el Partido Socialista (PSOE), Mariano Rajoy por el Partido Popular (PP). Termina el debate y los dos han ganado. Termina el debate y los dos merecen gobernar. Termina el debate y los dos deberían permanecer en la oposición. Termina el debate y no hemos escuchado más voces. Termina el debate de temperaturas marcadas, colores elegidos como quien elige las cortinas del salón. Termina un debate en el nada queda claro del todo.

Rajoy no quitó un ojo a los papeles que traía consigo. Rubalcaba rescató los gráficos del baúl de los recuerdos. Todo medido, muchos temores. Un solo asalto. Ni siquiera en el Congreso se habían enfrentado. ¿Son estos ingredientes para la confianza? ¿Para la sospecha? O simplemente para la duda.

El logro está en que los cien minutos de debate concentraron la atención en el bipartidismo. Cien minutos que se prolongarían después. Abandonaba el plató Rajoy acompañado de la sonrisa incontenible de Pons. Salía Rubalcaba, con menos pose, queriendo salir de escena, dando la espalda a las cámaras, sin detenerse.

Los dos llegan a sus respectivas sedes. Los dos arropados por los mismos aplausos que solo un audímetro podría desequilibrar. Los dos bajo gritos de "presidente, presidente". Los dos son ganadores para los suyos. Claros derrotados para los oponentes. Y uno y otros se empeñan en explicar lo sucedido cuando todos lo hemos visto, aunque esto signifique que cada uno tenga una opinión diferente. Porque no hay ganadores ni vencidos. Gana o pierde quien arriesga, quien hace apuesta. Y no repartir cartas al resto… (invito a sumar los votos del resto de fuerzas políticas y, en función de ello, determinemos si está o no justificada su participación).

Una mayoría de quienes han analizado el debate dan como ganador al líder popular Mariano Rajoy. Cierto es que acudía con la tranquilidad que le otorgan las encuestas. Cierto que llegaba con la ventaja que le dan cinco millones de parados en un gobierno socialista. Dos cimas difíciles de escalar para el PSOE a pesar del intento. Sin embargo, el debate tuvo momentos para uno y para otro. Como suelen ser los debates. La búsqueda de un triunfo apabullante debe ser solo para los incondicionales. Sobre todo porque no ha sucedido nada que no pudiera intuirse con anterioridad. De nuevo, más de lo mismo.

Dos detalles, no sé si significativos. Mariano Rajoy confundió por dos veces a su oponente con José Luis Rodríguez Zapatero y apunto estuvo de citar el nombre del actual presidente del Gobierno. Rubalcaba hizo a Rajoy presidente electo cuando, en no menos ocasiones, se dirigió a él con un: "usted va a…". Es lo que tiene el subconsciente. Al menos quedó patente que, al final, todos somos humanos.
Pero me pregunto qué hemos sacado en claro de todo esto. Qué hay del resto cuya mera existencia justifica que se pueda hablar de Democracia. ¿Qué pasa con quienes no comparten las propuestas de uno ni de otro? ¿Cuánto vale el espacio dedicado a dos si lo repartimos entre cinco?

Del debate me quedo con la copa de vino. La que disfruté mientras Rajoy eludía del contenido de su programa el futuro de las prestaciones. La que disfruté mientras Rubalcaba reconocía que no frenaron a tiempo el disparate inmobiliario. Pero con la incertidumbre y el deseo de saber qué hubiese sucedido si en lugar de dos hubiesen sido más. Y si en lugar de un único encuentro, se emplazaran hoy para otro la víspera de la reflexión.

Pero se juegan demasiado para aceptar esas condiciones. Y se lo juegan ellos porque el resto, muchos, lo hubiésemos aceptado. Lo hecho ahí queda y serán las urnas las que determinen. Pero me queda la sensación de no haber recibido lo que me correspondía. De momento, es lo que hay.

 

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