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Opinión
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Las compuertas de La Marina y el ruido ignorado

Una vez más, cuando me encuentro con noticias como la referida a las compuertas móviles de que dispondrá La Marina en un futuro próximo, que básicamente tratan de ampliaciones, «mejoras» o remodelaciones de lo ya hecho, me pregunto cómo no se previeron los resultados finales al abordar el proyecto; cómo no alcanzaron a verse, en este caso, los posibles efectos de las corrientes al acometer una obra que a posteriori ha demostrado ser poco satisfactoria en sus pretensiones. Aunque lo cierto es que no debería de extrañarme, pues lo habitual en el entorno portuario es que se rompa sobre lo recién terminado, o sobre lo que ya se rompiera con anterioridad, o incluso que se abra una bocana donde ya había comenzado a construirse un muro de hormigón, y todo eso por no haber hecho bien las cosas desde un principio, como si fuera necesario ver para creer -y corregir-.

En fin, yo no estoy muy puesto en el tema de los oleajes, aunque pienso que quien acostumbre a navegar en un velero no ha de preocuparse demasiado por el movimiento del mismo una vez amarrado y con las defensas bien dispuestas, pues digamos que se halla en su medio natural. La preocupación, ahora que caigo -¡la virgen santa…!, este empeño en ponerle puertas a todo ya parece que raye en la paranoia-, podría asaltarlo de tener que entrar forzosamente en la marina antes de que se cerraran sus compuertas, como si alguien que esté a merced de los vientos pudiera arribar a puerto a la hora deseada, o partir solo cuando aquellas se abrieran. Yo, personalmente, de ser marino y estar hecho a la libertad de los mares, pasaría muy mucho de arribar a un lugar regido por horarios y compuertas móviles, por mucha quietud que hubiera en su interior.

En cualquier caso, un problema bastante serio al que no se alude, y que sería infinitamente más sencillo y rápido de resolver, es el del ruido de los barcos que pernoctan en el puerto, en concreto el del generado por los motores del «Volcán de Taburiente», cuyo traqueteo tiene medio desquiciada a buena parte de la ciudad, ya que se escucha hasta en el Valle de la Luna. Traqueteo que allá a las diez y media o las once de la noche penetra en la intimidad de los hogares con el mayor descaro y se aposenta en ellos hasta las cuatro de la mañana, obligando a cerrar ventanas, subir el volumen del televisor, interrumpir la lectura o mudarse de habitación. De modo que este ruido, que podría evitarse con una simple toma de tierra tan pronto como finalizaran las operaciones de descarga, debería preocupar a las autoridades no solo en relación a los veleros -me imagino lo frustrante que debe de ser para alguien que ha podido tirarse semanas enteras sin oír más sonido que el del viento y las olas, arribar a un lugar que a la noche será invadido por una especie de ronroneo atroz y desapacible, a tal punto que más de uno habrá salido huyendo al día siguiente, y encima con la intención de advertir del «engaño» a cualquier yate con que se cruce-, sino a las personas de la localidad que, salvo sábados y domingos, han de sufrirlo todas las santas de las noches.

Lo curioso es que siendo este un tema bien conocido en el muelle no se realice el menor esfuerzo -que uno sepa- por solucionarlo, ni por el lado de la Autoridad Portuaria ni por el de la Naviera Armas -cuando sería todo un detalle por parte de ésta librar de cualquier molestia acústica a sus madrugadores clientes, tanto los habituales como los potenciales, ya que son ellos quienes en cierto modo contribuyen a mantenerla a flote-. De forma que, ante una situación de indiferencia como la presente, la pregunta es obvia: ¿habrá que recurrir a la recogida de firmas para denunciar el caso ante la autoridad competente? Probablemente, ya que no me consta, como digo, que se haya hecho nada al respecto, como si al no formalizarse protesta alguna no existiera tal problema. Y en ese sentido, casi que actúan con cierta coherencia quienes tienen la solución en la mano, pues si la gente afectada por el ruido no se solidariza entre sí o no se queja formalmente por cuestión de comodidad o apatía, también se comprende que aquellos, por la misma razón, se crucen de brazos. Pero ¿qué sucede con los veleros, que son aves de paso? ¿Preocupa el que no vengan aquí a causa del «problema» de las corrientes -y en razón de lo cual se va a realizar un gasto de más de un millón de euros, y eso, suponiendo que no haya que andar después, como suele acontecer, con parches y gastos extras-, y no se tiene en cuenta el  ruido del «Taburiente», que tal vez afecte más a los navegantes que el simple vaivén de la marejada? De nuevo, todo me suena a negocio puro y duro, a promoción de obras de resultado dudoso -dado el historial de algunas-, pero de beneficio seguro para unos poquitos.

Y a propósito, días atrás me comentaron algo que viene que ni pintiparado para el tema que nos ocupa. Se conoce que en Melilla, donde el puerto también se halla muy próximo a la ciudad, tenían el mismo problema con el ferry de cierta compañía armadora que pasa la noche atracado al muelle. Ignoro si fue mediante recogida de firmas o mediante una denuncia en regla. El caso es que la Autoridad Portuaria de allá obligó al buque en cuestión a parar los motores y a conectarse a una toma de tierra, o como se diga, con lo cual se hizo el silencio y todos tan contentos. ¡Olé por Melilla! Aquí, en cambio, no sé, pero me da la impresión de que no nos va a caer esa breva, de que se seguirá subestimando el tema aludido y, tal y como ya se anunció, se emprenderá una obra costosísima -cuya parte mecánica requerirá, por otro lado, de mantenimiento permanente- a fin de atraer a los veleros y proteger las embarcaciones deportivas fijas. Y luego ya se verá el resultado. Si no vienen barquitos  -quizás porque, ruidos aparte, también los espante el elevado coste del amarre-, peor para ellos. Y si hay que volver a romper, se rompe, que no pasa nada: paga el contribuyente. Martin Eden.

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