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El callejón
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Honrar a los muertos

Escenas finales de la obra “Don Juan Tenorio”, de Zorrilla, en la inolvidable versión dirigida por Gustavo Pérez Puig, en 1966, dentro del mítico espacio Estudio 1, de Televisión Española. Los protagonistas son Francisco Rabal y Concha Velasco.

"Su alma caía lenta en la duermevela al oír caer la nieve leve sobre el universo y caer leve la nieve, como el descenso de su último ocaso, sobre todos los vivos y sobre los muertos"

Los muertos, James Joyce

El apuesto joven, seductor de mujeres de cualquier edad y condición, que hace girar su vida en torno a la consecución de una interminable lista de conquistas amorosas, es la proyección de una de las más antiguas fantasías de la sexualidad masculina, que se materializa en el personaje literario de Don Juan, de profundas y hondas raíces españolas, y aparece por vez primera en una obra de ficción, en 1630, en la comedia del dramaturgo fray Gabriel Téllez, Tirso de Molina, bajo el título de El burlador de Sevilla y convidado de piedra.

En esta pieza, de la que hoy se conserva una única versión inferior en calidad a la original, su protagonista es un noble sevillano, libertino y pendenciero, que no duda en recurrir al asesinato para encubrir sus libidinosas andanzas. Al final, Don Juan pagará sus pecados en las eternas llamas del infierno como castigo a su conducta inmoral y sacrílega, ya que no contento con dar muerte al comendador Gonzalo de Ulloa, cuya hija intentó forzar, visita su tumba con ánimo de mofarse del difunto y le reta a volver a la vida.

El burlador de Sevilla sirvió de inspiración a otros escritores y artistas que abordaron el mítico personaje desde sus propias perspectivas. Tal es el caso de Don Juan, la tragicomedia estrenada por Molière, en 1665, o de Juan Tenorio o el libertino castigado, del veneciano Carlo Goldoni, que se estrenó en 1736 y que, posteriormente, sirvió de base para la ópera de Mozart, Don Giovanni, con libreto de Lorenzo da Ponte, representada por primera vez en la ciudad de Praga, en 1787.

Asimismo, en este breve repaso a la extensa trayectoria literaria de tan inmortal arquetipo no podíamos dejar de citar los memorables versos que le han dedicado poetas de la talla de Byron o Pushkin o el relato Las almas del purgatorio, publicado en 1834 por el escritor, historiador y arqueólogo francés Prosper Mérimée (autor también de la novela Carmen, luego convertida en célebre ópera por Georges Bizet), que junto al drama de Antonio de Zamora, No hay plazo que no se cumpla ni deuda que no se pague, y convidado de piedra, fueron los principales puntos de referencia de los que se sirvió José Zorrilla para componer su Don Juan Tenorio: sin duda, la obra más popular de cuantas se hayan creado a partir de este tema.

Nacido en el seno de una familia con recursos y de mentalidad profundamente conservadora, José Zorrilla y Moral (Valladolid, 1817-Madrid, 1893), abandonó los estudios de Derecho para dedicarse a la literatura. Su pasión por el dibujo, las mujeres y los novelistas románticos (como Walter Scott, James Fenimore Cooper, Alejandro Dumas o Víctor Hugo) le llevaron al Madrid de 1836, donde frecuentó los ambientes artísticos y bohemios y empezó a sufrir las dificultades económicas que nunca le abandonarían.

Al principio obtenía unos modestos ingresos como dibujante, publicaba poesías y pronunciaba encendidos discursos revolucionarios en cafés y tabernas. Su primer drama, escrito en colaboración con García Gutiérrez, fue Juan Dándolo, estrenado en julio de 1839. Un año después edita sus conocidos Cantos del trovador y estrena tres comedias de capa y espada (Más vale llegar a tiempo que rondar un año, Vivir loco y morir más y Cada cual con su razón). En 1842 aparecen sus Vigilias de Estío y da a conocer su obra El zapatero y el rey, considerada por un sector de la crítica como su mejor pieza teatral, después de que presentase sin éxito dos tragedias clásicas.

En 1838 contrae matrimonio con Matilde O"Reilly, una viuda irlandesa arruinada, dieciséis años mayor que él y con un hijo. Ambos cónyuges fueron inmensamente infelices y, en 1845, tras el estreno de Don Juan Tenorio, abandonó a su esposa y se marchó a París, donde además de asistir a algunas clases en la Facultad de Medicina, trabó amistad con sus admirados Alejandro Dumas, Alfred de Musset, Víctor Hugo, Théophile Gautier y George Sand.

Al morir su madre, regresó a la capital de España en 1846. Malvendió los derechos de propiedad de sus obras a la editorial parisina Baudry y los honores que empezaban a dispensarle (como ser miembro de la junta del nuevo Teatro Español o de la Real Academia) no conseguían reparar sus numerosas deudas ni el sentimiento de culpa que albergaba por las malas relaciones que mantuvo siempre con su padre, quien jamás le perdonó que malgastase su vida entregándola a la literatura.

Huyó de nuevo de su esposa, en 1851, y regresó a París, de donde se trasladaría a Londres y, más tarde, en 1854, a México, donde viviría hasta 1866, bajo la protección del emperador Maximiliano I. En el país azteca llevó una vida de soledad y pobreza. A su regreso a España y tras el fallecimiento de su primera mujer, vuelve a casarse, en 1869, con Juana Pacheco, mucho más joven que él.

Las penurias económicas no lo dejan en paz y se le concede una pensión estatal en 1884, en reconocimiento a su categoría literaria.

Murió en Madrid, en 1893, como consecuencia de una operación efectuada para extraerle un tumor cerebral. En cumplimiento de su última voluntad, sus restos mortales fueron trasladados a su ciudad natal y en la actualidad se hallan en el Panteón de Vallisoletanos Ilustres del cementerio del Carmen.

Estrenada en 1844 con el título de Don Juan Tenorio: drama religioso fantástico en dos partes, esta obra, escrita en sonoros versos de rima consonante, es la pieza más célebre del teatro español y, prueba de ello, es que aún pervive, aunque ya con carácter excepcional, la tradición decimonónica de representarla la noche del día 1 de noviembre, Festividad de Todos los Santos, tal y como deja constancia Leopoldo Alas "Clarín" en un pasaje de su obra maestra, La Regenta, cuando su atribulada heroína, Ana Ozores, asiste a una representación del drama de Zorrilla.

Aunque su propio autor ironizase sobre su mayor éxito y prefiriese Traidor, inconfeso y mártir, otra obra en verso, basada en la causa judicial seguida, en 1595, contra un pastelero de Madrigal que decía ser el rey Sebastián de Portugal, Don Juan Tenorio ha sobrevivido en el tiempo a Zorrilla, gracias, en buena medida, a que, desde una concepción absolutamente romántica de la dramaturgia (a diferencia del teatro del siglo XVIII, aquí la acción se agiliza, los personajes se mueven impulsados por las más intensas y puras pasiones o por los más bajos instintos, los escenarios son múltiples y variopintos y hay cabida para lo insólito y lo sobrenatural), se dilucida en ella la eterna controversia moral entre el bien y el mal, entre la virtud y el deseo, entre la fe y la duda, que, azuzados por el Demonio y la Carne, convierten a este drama en una entretenida fábula sobre el pecado, la culpa, el arrepentimiento y la redención, muy del gusto de una sociedad tan católica como la española.

Buena muestra de todo lo apuntado es la imprevisible línea argumental de este drama, en cuya primera parte Don Juan Tenorio y su amigo Don Luis Mejía se encuentran en una posada sevillana, en la que intercambian anécdotas sobre los hombres a los que han dado muerte y las mujeres que han seducido en el último año. Don Luis desafía a Don Juan al recordarle que entre sus numerosas conquistas falta una novicia. A lo que Don Juan responde que no sólo enamorará a una novicia sino que además le quitará a su prometida, Doña Ana de Pantoja. Al oír semejante reto, el comendador Don Gonzalo de Ulloa, padre de Doña Inés, que lleva en un convento desde su infancia y está destinada a casarse con Don Juan, deshace el matrimonio convenido. Esa misma noche, Don Juan seduce a Doña Ana haciéndose pasar por su prometido. Después, escala los muros del convento donde está encerrada Doña Inés y la rapta. Don Juan y Doña Inés se enamoran perdidamente el uno de la otra. Más tarde, Don Luis Mejía y Don Gonzalo se enfrentan a don Juan Tenorio en un duelo y mueren, por lo que éste tiene que huir a Italia.

La segunda parte transcurre cinco años después. Don Juan regresa a Sevilla y visita el cementerio donde está enterrada Doña Inés, que sucumbió de desamor. Doña Inés también había hecho una apuesta, pero con Dios: si antes de la muerte de Tenorio, ella logra su rectificación, los dos se salvarán, pero, si no lo consigue, ambas almas se condenarán eternamente. Ante la tumba de Don Gonzalo de Ulloa, Don Juan invita al comendador a cenar y éste a su vez lo convida a compartir la mesa de piedra con él, en el panteón. Justo cuando el espíritu del comendador está a punto de conducir a Don Juan al infierno, Doña Inés reaparece y ruega a su amado que se arrepienta de todo el daño que causó en vida.

El pasado 26 de octubre acompañamos a un grupo de setenta y tantos alumnos del IES Tomás de Iriarte a la representación de Don Juan Tenorio, que la compañía Timaginas Teatro llevó a cabo en un teatro Guimerá abarrotado de escolares procedentes de ocho centros de Santa Cruz de Tenerife. Se trata de un montaje escénico con el que esta compañía, dirigida por los actores Armando Jerez y María Rodríguez y que, desde 2009, cuenta con un local propio, La Casa Roja, en la que se vienen desarrollando todo tipo de talleres didácticos dirigidos a jóvenes de diferentes edades (impartiéndose clases de interpretación, voz, caracterización, escenografía o expresión corporal), obtuvo este año cuatro candidaturas a los premios Réplica, de las Artes Escénicas en Canarias, en las categorías de Mejor Dirección, Mejor Iluminación, Mejor Escenografía y Mejor Vestuario.

No dejó de resultar sorprendente la silenciosa expectación con la que estos cientos de adolescentes, que tan solo una semana después se entregarían con ingenua despreocupación a la carnavalesca algarabía de Halloween, siguieron las peripecias de unos personajes concebidos hace casi dos siglos. Y de igual manera fue sobrecogedora la calurosa y sentida ovación que dispensaron al elenco de actores en cuanto el telón puso feliz término al drama romántico.

Luego, al retornar a la cruda intemperie de la realidad, esa que confirma que al menos el sesenta por ciento de los españoles abandona a sus difuntos a la eterna soledad de la muerte, al cabo de diez años de su fallecimiento, uno se pregunta qué es lo que ha cambiado en nuestra sociedad para que el mito de Don Juan haya pasado de moda y casi al mismo tiempo hayamos dejado de honrar a nuestros muertos. A tenor de la absoluta falta de escrúpulos morales que muestran ciertos jueces, políticos, banqueros, delincuentes, presidentes de Cabildo, terroristas y asesinos en serie (y en serio), la respuesta parece obvia: puesto que no hay consciencia de haber cometido pecado alguno y Dios no existe, no hay razón para el arrepentimiento.

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