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El callejón
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En el camino recto

“En el sótano se oyen rollos… No vayan” (2006) es una divertidísima parodia de los programas televisivos sobre el mundo paranormal con la que el quinteto cómico El Supositorio dio el salto de calidad y el primer paso al estrellato del humor canario.

Uno de los rasgos de inteligencia que nos hace distintos al resto de especies que habitan este planeta es la capacidad de reírnos de nosotros mismos. Y bienaventurados los que posean sentido del humor porque siempre se reirán dos veces: de ellos y mismos y de los demás.

            Quizás nos tomemos demasiado en serio la tragicomedia de la vida y debido a ello dejamos pasar la breve oportunidad que se nos brinda de disfrutar de este corto lapso de la existencia ya que, en lugar de buscar el regocijo y la simple diversión, preferimos gastar gran parte de nuestras energías en pendencias inútiles y en discusiones estériles.

            Por eso resulta tan complicado hacer reír. La condición natural del ser humano es el enojo, derivado del dolor, más o menos intenso, de estar vivo, y el considerar el efímero trayecto entre la cuna y la sepultura como un valle de lágrimas o -como escribe Bécquer- "de eternas nieves y de eternas, melancólicas brumas".

            Encima, para más inri (nunca mejor dicho), las grandes religiones, ya sean panteístas o monoteístas (desde el antiguo Egipto al Fondo Monetario Internacional), han encarecido la vida más allá de la muerte, minusvalorando la importancia de esta pasajera estancia mundana en el más acá, que todos conocemos, y cuyos escasos goces y pocos logros se ven reducidos a la insignificancia frente a la plenitud infinita de la Gloria Eterna, Amén.

            Ya en la Grecia clásica (es decir, anteayer) existía una inflación de la metafísica (sí, desde entonces los helenos vivían ya por encima de sus posibilidades y no contentos con comprometer la liquidez de las arcas públicas comenzaron a hipotecar el alma de los ciudadanos) en detrimento de la física a secas y la escuela de pensamiento estoico corrió mejor suerte que la doctrina vitalista propugnada por Epicuro. Incluso en el teatro siempre tuvieron mayor consideración los trágicos que los comediógrafos (que cultivaban un género tildado de menor), mientras los poetas miraban por encima del hombro a los humoristas, sin reparar en que la verdadera esencia del arte no deja de ser un espejismo recubierto por un manto de mentiras.

            En un mundo en el que, por lo general, predomina la violencia y el miedo y sólo el amor sirve de única fuerza compensatoria que impide nuestra autodestrucción, la risa, ese eficaz remedio contra la melancolía, ha quedado relegada a un segundo y hasta un tercer plano dentro de las emociones primarias a las que tenemos derecho desde que llegamos aquí. Algo que hacemos, por cierto, en medio de un llanto inducido y que es nuestra forma espontánea de decir: "¿Por qué? Con lo a gusto que se estaba ahí dentro".

            Por todo ello, hacer reír es una de las actividades profesionales más complicadas e ingratas. Y el humor es una ciencia compleja que requiere de una alquimia cuyas claves y secretos tan sólo están al alcance de unos cuantos sabios con auténtico talento.

            En Canarias, tierra de promisión y de la eterna primavera, el isleño aprendió pronto a cultivar una cierta ironía, socarrona y descreída, que le ha permitido sobrevivir a más de cinco siglos de vasallaje (y a veinticuatro años de estatuto de autonomía) y soportar con apacible estoicismo toda clase de virreyes, gobernadores civiles y presidentes (¡cielo santo, si hasta tuvimos a Román Rodríguez!).

            El humor canario, que es mitad chanza y mitad chascarrillo, está presente, con su pátina de prudente y discreta provocación, en algunos de los ensayos de Viera y Clavijo, en la prosa de don Benito Pérez Galdós, en el teatro del absurdo de Claudio de la Torre, en los poemas satíricos de Domingo Acosta Guión, en los cuentos de Pancho Guerra (magníficamente recreados por el inolvidable José Castellano), en las letras envenenadas de Nicolás Mingorance para la NiFú-NiFá, en los monólogos de Manolo Vieira, en los personajes radiofónicos de Juan Luis Calero, en las ocurrencias del dúo Piedra Pómez, en las canciones del Trío Zapatista, en las viñetas de Morgan, en los entremeses de En clave de Ja, en los ingeniosos versos de Pedro Flores (ganador del último Premio Ciudad de Santa Cruz de La Palma de Poesía), en los artículos más inspirados de Andrés Chaves y de Luis Alemany, en las agudas coplas y comentarios que suele colgar en las páginas de este periódico el profesor Pedro Luis Pérez de Paz o en los chistes que cuenta mi tío Pepe.

            [Para todas aquellas lectoras interesadas: José Amaro Carrillo Trujillo reside en Guamasa. Está soltero, dispone de una aceptable pensión como ex empleado de la Telefónica y su corazón aún permanece abierto al amor o a un esporádico]

            A tan ilustre nómina de literatos y de cómicos, hay que sumar a partir de ahora (aunque lleven en el candelero desde 2003, fecha en que comenzaron oficialmente como grupo) a El Supositorio: un quinteto integrado por actores y guionistas que, tras el estreno el pasado 2 de marzo de su último espectáculo, Peor es robar, en el teatro Guimerá, han pasado a ocupar por méritos propios un lugar preferente y destacado dentro del humor con la denominación de origen de este vergel de belleza sin par.

            Procedentes de diferentes ámbitos y con ocupaciones laborales variopintas, Jorge Galván, Conrado Flores, José Juan Ramallo y los hermanos Paco y Domingo Efegé se juntaron inicialmente para pasárselo bien, una vez a la semana, ante los micrófonos de Radio Unión Tenerife, mientras hacían un programa hilarante, titulado El Supositorio. El inusitado éxito de este espacio les animó a grabar unos modestos cortometrajes (La caída de la cápsula Génesis, Jornadas sismológicas en Chigüesque y Jose, el documental) que alcanzaron una notable popularidad entre seguidores y parientes a través de YouTube, plataforma digital que ha servido para la difusión de los trabajos audiovisuales del grupo desde el principio.

            En julio de 2006, preestrenan en el minúsculo pero coqueto teatro Victoria de Santa Cruz, en el curso de un acto graciosísimo y plagado de golpes que me hicieron reír hasta saltárseme las lágrimas, En el sótano se oyen rollos… No vayan, una descacharrante parodia de los programas televisivos centrados en los fenómenos paranormales. A pesar de que se trata de una pieza que dista de ser redonda, los chicos de este simpático quinteto apuntan en ella las principales señas de identidad de su estilo de humor. Un poco a la manera un tanto gamberra y un punto escatológica con la que Monthy Python desmontó tópicos y revolucionó el arte de la comedia en la Inglaterra de los setenta, El Supositorio también opta por la caricatura feroz, mezclada con la sátira despiadada, en la que no dejan títere con cabeza, aderezada con unas oportunas dosis de localismo que convergen en la feliz creación de un espacio imaginario, Chigüesque, en el que estos bufones de barrio se mueven como sargos en el agua y dan rienda suelta a su total anarquía, a su contenido histrionismo y a sus impulsos demoledores.

            Este escenario fetiche (que es como el condado de Yoknapatawpha faulkneriano en versión Ofra-Chimisay) se convierte en el escaparate por el que desfilarán todas las criaturas, grotescas, esperpénticas, entrañables, que pueblan Chigüesque TV, una serie de trece programas, de treinta minutos de duración, producidos para la Autonómica en 2007 y que, en una demostración más del sinsentido e inutilidad que caracteriza a los gestores de un engendro que financiamos entre todos como servicio público al dictado del desgobierno de turno, cambió de día y hora de emisión hasta en tres ocasiones a lo largo de su única temporada en antena.

            Maltratado por los programadores, que nunca supieron qué hacer con un producto tal vez demasiado fresco y audaz para una cadena con una audiencia compuesta en su mayor parte por personas que hace tiempo entraron en la tercera juventud, Chigüesque TV mereció mejor suerte, habida cuenta de que algunos de sus sketches figuran entre los más divertidos que se hayan creado desde que la televisión llegase a España cuando Manuel Fraga (q.e.p.d. todos nosotros) todavía era una joven promesa del franquismo.

            Esta fallida experiencia en el medio televisivo no desanimó a los componentes de El Supositorio, que optaron entonces por buscar y encontrar su sitio en las tablas de los escenarios, convirtiéndose a partir de ese momento en artistas invitados a galas y a fiestas populares en distintos puntos de las Islas. Constituidos como compañía propia, el quinteto emprende una primera gira por el Archipiélago con su espectáculo El último show de El Supositorio, estrenado en el teatro Guimerá en diciembre de 2008. Aunque contaba con un espléndido arranque, continuamente interrumpido por las carcajadas del público, la función iba decayendo a medida que los espectadores perdían interés por unos gags cuya mecánica resultaba en exceso repetitiva.

            Dos años después, los chicos de El Supositorio vuelven a la carretera con Por el camino recto, un montaje dividido en sketches con el que llegaron actuar en el recinto central durante la última Bajada de la Virgen de Las Nieves. Con una duración más reducida que su primer espectáculo, esta segunda aventura escénica contaba con una mejorada puesta en escena y en ella destacaba, sobre todo, una memorable entrevista en directo a Michael Jackson, ataviado con la camisa y el fajín del traje típico de La Orotava, al que daba vida Conrado Flores, el autor de las extraordinarias canciones que jalonan la singladura músico-vocal del grupo, que ya cuenta con hits de la categoría de Hazle caso a la viejita, Cataratas de Pasión (sintonía original del culebrón de igual título), Hembras de ciudad, Dame todo por Chigüesque, El terremoto o Qué bonito es mi Chigüesque, single que conmemora el medio siglo de carrera de Chari Suárez y Los Pinochas.

            Casi al mismo tiempo que han debutado en la prensa escrita, con una colaboración semanal en la edición digital de Diario de Avisos, donde ofrecen Canarias Crónica, cinco minutos chispeantes del informativo más disparatado y surrealista que se puede ver actualmente en la red, la troupe de El Supositorio acaba de arrancar con su tercer y último proyecto escénico: Peor es robar. Se trata de un perfecto cachivache de relojería en el que no sobra ni falta nada. Estructurado en cinco sketches (a cual más cachondo) y con una coreografía a modo de preámbulo, en la que los cinco humoristas canarios emulan, al alimón, a los Monty Python y a Tricicle, mediante un gag sin palabras, este espectáculo ofrece un caudal casi inagotable de risas y buen humor (no se pierdan la escena de la ventanilla única, a la que acude un pibe incauto que piensa montar una heladería artesanal, y el número protagonizado por Güistrol, el entrenador personal que ha patentado el complemento vitamínico MegaSuperPower Brutal 4).

Este humor del bueno que propone El Supositorio es algo que hoy, para los tiempos de desconfianza y desengaño que corren, en los que hasta las primas entrañan riesgo, no sólo es de agradecer, sino que debe acogerse con el aplauso más entusiasta y con la más cordial y sincera enhorabuena.

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