cerrar
cerrar
Registrarse
Publicidad
El callejón
Publicidad

El valor del miedo

La tarde del 16 de julio de 1950 el reluciente estadio de Maracaná albergaba a una muchedumbre de doscientos mil espectadores, ávidos de disfrutar con el triunfo aplastante de su equipo nacional sobre el combinado uruguayo.

Muy abajo, en las entrañas de ese coloso de la fatuidad, orgullo arquitectónico de un país de contrastes casi brutales, que tan bien definen la hermosa melancolía de los versos de Vinicius de Moraes y de la música de Antonio Carlos Jobim, en las catacumbas del coliseo romano en las proximidades del Amazonas, un grupo de aterrorizados jugadores charrúas eran aleccionados por la voz, firme, contundente, cavernosa, de su capitán, El Negro Jefe, inolvidable, imprescindible, Obdulio Varela:

“No piensen en toda esa gente, no miren para arriba; el partido se juega abajo y si ganamos no va a pasar nada, nunca pasó nada. Los de las gradas son de palo, no juegan, y en el campo seremos once para once, carajo. Este partido se gana con los huevos en la punta de las botas”.

Y luego, pasó lo que pasó.

Hace tres semanas, en un gesto tan espontáneo como inapropiado (con la euforia y la rabia incontenibles de quien olvidó, por un instante, que aún faltaba el partido de vuelta), Diego Pablo Simeone se llevó ambas manos a su bolsa testicular, para festejar la victoria inapelable y merecida de su equipo sobre la Juventus: equivalente piamontés de nuestro muy querido Panathinaikos madrileño, eterna prima donna del balompié transalpino y que jamás alcanzará la adhesión unánime en tan enconado país como sí logró su vecino y rival, el Torino, en la década de los cuarenta; prodigiosa escuadra, que hilvanaba un fútbol preciosista en un entorno yermo y pragmático y que fue destruida, literalmente, en un fatídico accidente aéreo.

Hoy, varios días después de la desalentadora exhibición de miedo escénico, ausencia de combatividad y ridícula insignificancia que sus pupilos brindaron a sus incondicionales, entre los que me incluyo, en una atroz versión deportiva de La noche de los muertos vivientes y a la vista del penoso resultado y de la humillación sufrida (infligida, para más inri, por el menos cristiano de los cracks que ha conocido la historia de este juego de pelota), alguien podría pensar (y estar en su perfecto derecho de hacerlo), respecto a Simeone y su gestito de marras, aquello de “dime de qué presumes y te diré de lo que careces”.

Publicidad
Comentarios (1)

Leer más

Publicidad

Últimas noticias

Publicidad

Lo último en blogs

Publicidad