A Chari, mi Wonder Woman
El pasado 8 de marzo, coincidiendo con el Día Internacional de la Mujer, los estudios Marvel estrenaron en las salas de todo el planeta Capitana Marvel: la adaptación cinematográfica de las historietas protagonizadas por la primera superheroína de la franquicia.
A pesar de los cuantiosos y trascendentales avances que, en el ámbito de la igualdad salarial, se han producido en lo que va del nuevo siglo, la brecha entre ellos y ellas continúa siendo una de las asignaturas pendientes para la actual civilización. De hecho, la propia ONU reconoce que, en todo el mundo, la cuota de mujeres que ocupan cargos de representatividad política apenas alcanza el veinticinco por ciento.
Pese a lo mucho que queda aún por recorrer en este terreno, o quizás precisamente por eso, que una megacorporación especializada en el ocio, como Marvel, cuyas películas, basadas en su fascinante, imaginativo y colorista universo de papel, han devuelto, debidamente revisado y puesto al día, el estatus de “fábrica de sueños” a la industria del cine norteamericano, incluya en su última producción, como valores añadidos, un obvio discurso reivindicativo de la condición femenina, amén de una sutil diatriba anti machista, anti imperialista, anti xenófoba y anti Trump (que es algo así como la quintaesencia de lo más mezquino de la naturaleza humana), no sólo enriquecen a un largometraje magníficamente construido, narrado con brío, nervio y frescura, sino que también aportan, a la grupa de un ágil y sano entretenimiento, su granito de arena a un debate que, en ningún caso, a nosotros, pasajeros y pasajeras fugaces de la presente centuria, debería resultarnos indiferente.