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El callejón
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Hong Kong

El complicado ensamblaje de esta superficie de apenas mil cien kilómetros cuadrados en la monstruosa inmensidad geográfica de la República Popular China (la más multitudinaria y eficaz demostración de que Orwell no iba del todo desencaminado y de que sí, en efecto, el purgatorio existe y en él se habla mandarín) bien podría ser una china (y perdonen el chiste facilón) en el zapato del gigante de las siete leguas o quién sabe, tal vez la cosa se salga de madre y esta airada sublevación civil termine por extenderse cual metástasis que ponga en riesgo los cimientos del régimen de Pekín: una especie de colosal hormiguero humano; despiadado cruce entre la delirante república de Platón, la Gran Germania de Hitler y la añorada (por unos cuantos mandos podemitas) CCCP de Stalin, ese “gran invento”, según Ramón Tamames, quien por lo visto no solo heredó la peluca de Tom Carby sino también su estrambótico sentido del humor.

Supongo que para los venerables jerarcas chinos los desórdenes públicos en Hong Kong, a cuenta de una ley penal de extradición a la que ahora se le pretende dar marcha atrás, son los inconvenientes de la libertad y de la democracia, ambas enfermedades altamente contagiosas e incurables, a juicio de los sucesores del Gran Timonel.

Por el momento, se desconoce si el discípulo gerundense de Gandhi, Carles Puigdemont, se ha ofrecido como mediador en un conflicto que le quita el sueño a la comunidad internacional, que anda preocupadísima por el brexit y, sobre todo, por el futuro profesional de Neymar.

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