Spain is different

Como diría Jorge Javier Vázquez (periodista, escritor, productor teatral, presentador de televisión), da gusto vivir bajo la amenaza de esta pandemia y saber que nuestra salud y nuestro dinero (de momento, el amor queda fuera de los márgenes de la eficacísima y diligente labor del gobierno de progreso) están en las mejores manos. Duerme uno más tranquilo, sin duda.

Lo puso de manifiesto ayer el vicepresidente segundo y ministro de Derechos Sociales y Agenda 2030, Pablo Iglesias Turrión (su incansable, admirable y extraordinaria gestión al frente de las residencias de la tercera edad durante la crisis sanitaria se ha convertido en un modelo paradigmático para el resto de países de la Unión Europea), cuya intervención telemática, ante la Organización de Naciones Unidas, debe ser considerada desde ya como una de las más brillantes, sólidas y hermosas piezas de retórica jamás pronunciadas en lengua inglesa.

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Mientras tanto, una muchedumbre de insignes patriotas británicos mostraban su legítima desaprobación al infame legado político de un tal Winston Churchill, a cuya efigie estos ejemplares ciudadanos colgaron un cartel que lo retrata como el contumaz fascista que fue. Este gordo y alopécico individuo, a quien la servil Academia Sueca premió con el Nobel de Literatura como pago a sus servicios mercenarios en el curso de la segunda guerra mundial (donde como todo el mundo sabe este energúmeno, enemigo de la humanidad, apenas pasó del papel de simple comparsa), ha pasado a la historia universal de la infamia como un retrógrado, un gobernante incompetente, un antidemócrata, un fracaso vociferante, un fumador enfermizo, un alcohólico empedernido, un mentiroso compulsivo y un pésimo orador, que ni por asomo le llega a Pablo Iglesias a la altura del betún que lustra los zapatos del colíder supremo que habrá de llevarnos con paso firme y decidido hacia la nueva normalidad.