[Se recomienda leer con quevedos]
Miré los muros de la patria mía,
si un tiempo fuertes, ya desmoronados
de tanta alevosa insidia cansados,
por quien no agota aún su felonía.
Salíme al campo, santo el sol lucía
sobre los muchos nichos enterrados
y entre los quejidos de los finados
presos a la vil sombra en pleno día.
Entré en mi casa; vi que, amancillada,
de aciaga cohabitación es despojo;
mi sino, más torvo y con menos suerte;
vencida en verdad sentí a mi amada.
No hallé causa más que para el sonrojo
que no fuese recuerdo de la muerte.