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El callejón
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Amor se escribe sin hache

Quien quiera que sea usted y cualquiera que sea su sexo, raza, credo, condición social, afinidades futbolísticas o lengua materna, además de recibir un cordial y afectuoso saludo por parte de quien esto escribe, recuerde que el código de signos que estamos utilizando en este preciso instante para comunicarnos tiene una antigüedad cifrada en torno a los once siglos, que es cuando los monjes castellanos empezaron a utilizar una variante del latín vulgar para aclarar los pasajes más ininteligibles de sus propias traducciones. Son estas pequeñas anotaciones al margen, conocidas como glosas -algunas de las cuales llevan la firma del abad Juan Crux Crucis-, la primera manifestación escrita de lo que hoy se conoce como español. Idioma que, al igual que otras creaciones del humano ingenio, ha experimentado la misma clase de sacudidas, transformaciones y emociones que jalonan la vida en general.

            Mucho ha recorrido la lengua castellana desde sus bastardos orígenes (o de aquellos "primeros vagidos", según la elocuente metáfora de Dámaso Alonso) y hoy es la principal herramienta comunicativa de cuatrocientos cincuenta millones de personas. Su enseñanza y aprendizaje como segundo idioma es una realidad palpable en gran parte de Europa, en los Estados Unidos de Norteamérica e incluso en España, donde ha de compartir el protagonismo junto a los otros tres idiomas oficiales del Estado (catalán, gallego y euskera), cuya proyección internacional resulta verdaderamente imparable, como lo demuestra su creciente utilización en Andorra, en el norte de Portugal y en el País Vasco-Francés, respectivamente.

            La presencia del español en el mundo, así como su futura supervivencia ante la consolidación del inglés como nueva lingua franca y frente a la feroz expansión territorial del chino mandarín, está garantizada para las próximas generaciones gracias no sólo al peso demográfico de los países de América Latina (y al emergente poderío del Imperio Revolucionario Bolivariano, liderado por Hugo Chávez Frías), sino también debido al interés que la cultura hispana despierta en el resto del planeta.

Desde el diseño de zapatos a la cardiología más avanzada, del flamenco a la arquitectura de vanguardia, en primera línea de todas las áreas del conocimiento se habla español, en cada una de sus modalidades dialectales. Si a eso unimos la relación de destacadas figuras de primer nivel, dentro del amplio espectro económico, político, literario, artístico, gastronómico, deportivo, religioso o científico, que (aunque parezca mentira) piensan y se expresan en español, la difusión de nuestra lengua está más que asegurada, al menos, para los próximos once meses, que es el tiempo que falta para que ésta celebre, el 20 de junio de 2010, su segundo Día Internacional.

            Hace cosa de un mes, los más de setenta centros del Instituto Cervantes repartidos por todo el orbe conmemoraron el decimoctavo aniversario de la creación de este organismo, nacido para velar por la salud del idioma con que fue redactado El Quijote (antes de que Martín de Riquer lo acribillara a notas a pie de página). Para celebrar semejante efeméride, el Ministerio de Cultura tiró de (nuestra) chequera y organizó un suculento menú de actos que incluía el lanzamiento de "lluvias de palabras de papel" por parte de cañones especiales; espontáneos poemas gigantes, escritos sobre soportes de 150 metros de longitud; maratonianas sesiones de cuentacuentos; proyecciones de películas; conciertos a cargo de grupos de denominación tan castiza como Second o Red Bull Music Academy; mientras que a través de Internet se proponía a los usuarios que inventaran palabras para configurar un original ficcionario. De tan peculiar cosecha de neologismos, la más votada resultó "ambientólogo", que la directora del Instituto, Carmen Caffarel, propondrá a su homólogo en la Real Academia, Víctor García de la Concha, como nueva entrada en el próximo DRAE.

            Sin embargo, no deja de resultar cuando menos insólito que la otra iniciativa abierta a la participación de los internautas -la elección de su palabra favorita en español- arrojara el término argentino de "malevo" (es decir, "delincuente", "malhechor" o "matón") como el vocablo más votado por más de setenta mil participantes de ciento diez países. Uno, que se reconoce un punto cursi y sentimental (un poco a la manera del marqués de Bradomín y de don Antonio Buero Vallejo, que en una ocasión dio la misma respuesta ante una pregunta similar) hubiese elegido la palabra "amor" y prefiere pensar que ésta fue la más escogida en la citada encuesta aunque, habida cuenta del rendimiento académico ofrecido en la asignatura de Lengua Castellana por un considerable porcentaje de estudiantes graduados en Secundaria después de la entrada en vigor de la LOGSE, no es de extrañar que muchos de los electores la hubieran escrito con hache.

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