cerrar
cerrar
Registrarse
Publicidad
El callejón
Publicidad

Cinco días que casi estremecieron mi mundo

"Esa doctrina (que su más reciente inventor llama del Eterno Retorno) es formulable así: El número de todos los átomos que componen el mundo es, aunque desmesurado, finito, y sólo capaz como tal de un número finito (aunque desmesurado también) de permutaciones. En un tiempo infinito, el número de las permutaciones posibles debe ser alcanzado, y el universo tiene que repetirse. De nuevo nacerás de un vientre, de nuevo crecerá tu esqueleto, de nuevo arribará esta misma página a tus manos iguales, de nuevo cursarás todas las horas hasta la de tu muerte increíble. Tal es el orden habitual de aquel argumento, desde el preludio insípido hasta el enorme desenlace amenazador. Es común atribuirlo a Nietzsche"

Jorge Luis Borges, Historia de la eternidad  *

 

Lunes, 6 de octubre de 2014

            Arranca la semana con su provisión inevitable de rutinas y su dosis de expectativas que rara vez se ven satisfechas; lo que hace que la vida tenga esa cosa de opresión molesta, fastidiosa, de que ya todo está escrito de antemano y que la realidad quizá sea una inercia de la que resulta casi imposible escapar.

Hoy, la actualidad informativa (a la que te sientes unido por deformación profesional y vocacional, como si fueras incapaz de romper ese cordón umbilical con los noticiarios radiofónicos y televisivos, mientras retornas al mundo cada mañana) se ve sacudida por la ola de indignación que provoca el descubrimiento de un nuevo escándalo financiero: la sobreexplotación de tarjetas de crédito con las que Bankia obsequiaba a sus consejeros incluso cuando ya todo llevaba tiempo yéndose al carajo.

En fin. Nada nuevo bajo el sol. Nada que no hubiesen denunciado los hermanos Graco hace más de dos mil años.

 

Martes, 7 de octubre de 2014

            Hoy toca visita al Parlamento de Canarias junto a los alumnos y alumnas del IES Tomás de Iriarte que participaron a finales del pasado curso en el I Torneo de Debate Escolar "Adolfo Suárez". Una interesante iniciativa que se inscribe dentro del proyecto educativo Pido la palabra, con el que, bajo la eficaz coordinación de nuestra diligente, atenta y encantadora jefa de estudios, Eva Quintero Núñez, tratamos de fomentar y potenciar entre los chicos la expresión oral, la mediación social y la empatía.

            Nos recibe en la puerta Fernando Prieto Melián, quien lleva en el edificio de la calle Teobaldo Power casi tanto tiempo como el presidente de la cámara regional, el ilustre paisano Antonio Castro Cordobez, que en política ha sido cocinero, fraile y abad. Fernando, funcionario de carrera, especializado en relaciones institucionales y protocolo, les brinda a los chicos una completa y amena explicación del enclave en el que nos encontramos y recalca su valor como órgano de representación de la soberanía popular y sede de la democracia. Luego, asistimos a una parte de la primera sesión del pleno. Aquí, los chicos tienen ocasión de empaparse de parlamentarismo contemporáneo, es decir, asisten a unas cuantas interpelaciones y réplicas que intercambian varios miembros del Gobierno y diputados de la oposición, ante la indiferencia del resto de la sala, en la que muchas de sus señorías prefieren teclear con fruición sus iphones de última generación, consultar sus tablets o parlotear con su compañero o compañera de escaño. La falta de interés resulta tan obvia que uno de los alumnos me susurra al oído un comentario que, en la parte alta de este hemiciclo que, a falta de tribunas, recuerda a un corral de comedias, no puede sonar más demoledor:

            "Profe, parecen niños de la ESO".

            Afortunadamente, muy metido en su papel, el presidente mantiene la compostura y es tal vez el único que presta atención a las intervenciones de los representantes de los ciudadanos y nos da la bienvenida con unas palabras cordiales y afectuosas, congratulándose del hecho de que todavía haya jóvenes interesados en los asuntos de relevancia pública.

            Rematamos la soleada mañana en la plaza de La Candelaria, donde un aspirante a rapero improvisa versos en compañía de un bajista y los pibes se sientan en los bancos de madera a sentir cómo se escurre el tiempo entre galletas y magdalenas. A lo lejos, inesperadamente, descubro la belleza intacta de alguien a quien quise durante bastante tiempo (mucho más del que me gustaría reconocer) y que se acerca, me identifica, me saluda y me despacha con unas pocas líneas de diálogo irrelevante. Cuando se marcha, con el capuchino del McDonald"s aún humeante en mi mano derecha, me pregunto si acaso el fugaz reencuentro no haya sido producto de mi imaginación. Si a lo mejor toda nuestra historia no fue más que un espejismo. Más tarde, entre las páginas del libro que ahora llevo encima (siempre intento leer varios a la vez y uno de ellos me acompaña a todas partes, como un amigo inseparable) encuentro una posible respuesta:

            "Catorce horas viendo un álbum de imágenes de cadáveres y esto es lo que comienzas a ver. Los miras a los ojos, incluso en una foto, y puedes leerlos como si fueran un libro. ¿Sabes lo que ves? Te dan la bienvenida. No al principio, sino justo en ese momento, en el último instante. Es indudablemente un alivio. Porque todos ellos tenían miedo y ahora ven, por primera vez, lo fácil que era simplemente dejarse ir. Después ven, en ese último nanosegundo, lo que eran. Tú, tú mismo, todo este gran drama, nunca fuiste más que un burdo engaño de la arrogancia y la estúpida voluntad, y puedes simplemente librarte de todo eso, darte cuenta por fin de que no tienes que aferrarte tan fuerte. Entonces percibes que toda tu vida, todo lo que amas, lo que odias, tus recuerdos, todo tu dolor, eran parte de una misma cosa. Era todo un mismo sueño, un sueño que albergaste dentro de una habitación cerrada, un sueño acerca de ser una persona. Y como en muchos sueños, al final hay un monstruo"

 

Miércoles, 8 de octubre de 2014

            La noticia de la enfermera Teresa Romero, contagiada con el virus del Ébola, no por predecible deja de caer con el estrépito de una furia desatada, de la rabia feroz, incontenible, justificada, de una opinión pública harta de la pasividad, de la tibieza, del dontancredismo rajoyista, del silencio como forma de expresión de aquello que no tiene nombre: es la cota que falta por alcanzar en este descenso a los abismos que protagoniza un país desdichado, propenso a la automutilación y al castigo infligido a sí mismo.

            La noticia es demasiado triste como para tratar de remediar su devastador efecto como si ésta fuera el síntoma de un trastorno episódico.

            El hecho cierto es que vivimos permanentemente la ficción de estar dentro de una realidad que no es. Esta España no existe, nos la hemos inventado entre todos para soportar la dura condena de que, en verdad, nuestra frágil democracia está cogida por los pelos y el día menos pensado nos daremos cuenta de que nos lo arrebataron todo, que nadie vendrá a salvarnos de la destrucción total y lo que es peor: ya será demasiado tarde.

 

Madrugada del miércoles al jueves

            Me desvelo. Enciendo la lámpara de la mesilla de noche. Me levanto. En el cuarto de baño, orino con las telarañas de la última pesadilla aún impresas en la retina de mis ojos.

            Abro el libro.

            El capítulo está dedicado a Schopenhauer. Es un collage compuesto de párrafos sacados de varias de sus obras. El profe alemán me parece especialmente revelador en esta madrugada insomne.

             "Una vez que, tras diversas consideraciones teóricas e investigación sobre los rasgos elementales de la vida humana, nos hemos convencido a priori de que la vida, en su entera constitución, no es capaz de aportar ninguna felicidad verdadera, sino que consiste esencialmente en sufrimientos dispares y en un estado general de desdicha, podríamos afianzar esa convicción de manera todavía más sólida si, procediendo a continuación a posteriori y por tanto con relación a la experiencia, nos ocupásemos de casos concretos, trajésemos imágenes a la imaginación y nos dispusiésemos a ilustrar con ejemplos la miseria innombrable que la experiencia y la historia nos presentan allá donde uno mire y con independencia de los campos que se analicen. Pero esta investigación sería inabarcable y nos alejaría de la perspectiva general que es propia de la filosofía. Además, se nos acusaría de lamentarnos sobre la mísera condición humana y de tratarla con parcialidad, puesto que partiríamos entonces de hechos particulares. Sin embargo, nuestra certificación de la inevitabilidad del sufrimiento como elemento arraigado en la esencia misma de la vida, comprobación llevada a cabo de forma serena y filosófica, a priori y desde hechos generales, está libre de este reproche y de esta sospecha. Y la confirmación a posteriori es, en todo caso, fácil de apreciar. Salvo que un prejuicio innato y permanente paralice su buen juicio, cualquiera que haya despertado ya de los sueños juveniles, que haya echado la vista atrás sobre su propia experiencia o la ajena, que haya sopesado su vida, la historia pasada y la de su propio tiempo, o las obras de los grandes poetas, coincidirá en que el mundo de los hombres es el reino del azar y del error, que lo dominan todo sin piedad, y junto a los cuales, además, la idiotez y la maldad fustigan con su látigo. De aquí que todo lo bueno se abra paso sólo con esfuerzo, que lo noble y lo sabio comparezcan como rareza y apenas encuentren eco y repercusión, mientras que el absurdo y el equívoco (en el terreno del pensamiento), la maldad y la trampa (en la vida cotidiana), alterados sólo por contadas excepciones, lo rijan todo mientras que la excelencia es una entre un millón; de ahí que, cuando se ha manifestado en una obra duradera y ha sobrevivido al odio de sus contemporáneos, ésta se halla aislada y se conserva como si fuera un meteorito procedente de un mundo distinto al nuestro. Pero en lo concerniente a la existencia del individuo, cada vida es igualmente trágica: constituye la sucesión de una serie de accidentes, mayores o menores, que cada cual tiende a relativizar en la medida de lo posible, pues sabe bien que los demás raras veces experimentan empatía o compasión con relación a esos hechos, sino más bien satisfacción al imaginar las penalidades de las que, en ese mismo instante, ellos se han librado. Al final de la vida, seguramente ningún hombre sensato y honesto deseará comenzar, sino alcanzar la inexistencia absoluta"

 

Jueves, 9 de octubre de 2014

            Ha sido una jornada larga, interminable. Diez horas en el trabajo. Diez horas de clases, reuniones y entrenamiento con los chicos del equipo de básquet del instituto.

            De vuelta a casa me aguarda la ducha y una cena frugal: crema de bubangos, gentileza de mi madre, y queso blanco fresco (de mezcla) de Valsequillo.

            Entre cucharada y cucharada, asisto, con una combinación de asombro y pena, no falta de insana e íntima satisfacción, al imparable desbarajuste en que ha derivado la selección nacional de fútbol, ya que interpreto que, en la pusilanimidad cómplice y negligente de Del Bosque (y en su inalterable pretensión de continuar en el cargo pase lo que pase y pese a quien le pese), se atisba la mediocre terquedad de un gobierno que siempre mira hacia otro lado.

 

Viernes, 10 de octubre de 2014

            Tras una noche en blanco, extremadamente intensa, volcánica, vivificadora, retorno a las fauces del instituto sin apenas dormir y con los ojos inyectados en sangre. Me desplazo por esos pasillos, rebosantes de gritos y hormonas en ebullición, como un púgil a punto de ser noqueado, que muy a duras penas permanece en pie, al borde del precipicio del K.O. Sin embargo, se obra el milagro.

            A las nueve de la mañana, los chiquillos de un Primero de ESO, acompañados por su profesora de Lengua, toman asiento detrás de sus pupitres, dispuestos a que les muestre un ejemplo de narración cinematográfica y les pongo el extraordinario arranque de El circo, el cuarto largometraje de Charles Chaplin, estrenado en 1928.

            Naturalmente, los alumnos y alumnas, la mayoría de los cuales no han visto nunca antes en acción al genuino Charlot, piden, ruegan, que continuemos viendo la película: quieren saber qué es lo que pasa al final con ese vagabundo zarrapastroso que, a su pesar, deviene en la estrella rutilante del espectáculo, que se enamora de la guapa amazona, hija del déspota empresario, y que entabla una tierna rivalidad con el apuesto trapecista por conquistar el corazón de la muchacha. Pero, desoyendo sus súplicas, les cuento a los niños la inmensa grandeza de este artista, de su sobrenatural talento para expresarlo todo con un solo gesto, con una sola mirada, y así les enseño el sobrecogedor instante en que Charlie descubre, mientras escucha a través de una cortina el diálogo de la joven heroína con la echadora de cartas, que su amor no es correspondido y que la chica, en realidad, quiere al otro. En ese momento, la máscara del payaso que es Charlot se transforma en el feroz rictus del desengaño: la sombra cruel y vacía de la felicidad frustrada, de la pérdida irreparable, del fracaso. Entonces, les explico a los muchachos y muchachas, que me escuchan en el más completo silencio, que esa escena (que figura entre los fotogramas más desgarradores que ha brindado el cine) refleja el designio terrible no sólo de todo aquel que se gana la vida haciendo reír a los demás, sino también de todos nosotros, que, en más de una ocasión, debemos encarar las obligaciones profesionales dejando a un lado nuestras circunstancias personales, cualesquiera que éstas sean.

            Les recuerdo que Chaplin rodó El circo en medio del azaroso desenlace de su matrimonio con Lita Grey y que esta áspera experiencia, cuyo juicio lo convirtió en golosa carne para los medios sensacionalistas de la época, que se lanzaron sobre él con la voracidad de aves carroñeras, convierte a este film inolvidable en una de sus fábulas más amargas y tristes.

            La clase, que se ha ido en un abrir y cerrar de ojos o en un golpe de claqueta, concluye con el visionado de una fantástica secuencia que el más genial artista del pasado siglo excluyó del montaje final de la película. Los alumnos salen del aula y muchos me solicitan que otro día veamos el largometraje en su integridad.

            "Si se portan bien en las próximas clases, la veremos", les prometo.

            Y así, de esta forma tan sencilla y compleja, Charlot me salva el día y me devuelve, al mismo tiempo, la fe en mí mismo, en la Humanidad e incluso en Dios, en quien el propio Chaplin no creía, en un extraño contrasentido y en una curiosa paradoja, porque difícilmente puede entenderse un universo sin creador, capaz de engendrar por sí solo tan fascinantes y maravillosas criaturas como Charles Spencer Chaplin.           

 

*Todas las citas incluidas en este texto han sido extraídas de True Detective: Antología de lecturas no obligatorias, Errata Naturae, Madrid, 2014.

Archivado en:

Publicidad
Comentarios (4)

Leer más

Leer más

Leer más

Leer más

Publicidad

Últimas noticias

Publicidad

Lo último en blogs

Publicidad