En el mar
tormentoso
del Caribe
vive el mulato criollo,
mitad gorila,
mitad repollo,
y en las urnas
bolivarianas,
en pleno Orinoco,
con poco coco y mucho moco,
nació como caudillo,
traidor, locuaz,
mendaz, pillo,
uniformado mentiroso,
para hacer al fiel dichoso
y al disidente bichoso.
Odia los votos y hoy queda
descubierto cual moneda
falsa que arruina al país,
sobre el que ZP se hace pis
y el fraude reluce
entre tantos embusteros
y vacíos Monederos,
que no hay que ser un Mendiluce
para ver que Enrique Santiago
es un bolchevique zurriago
a quien importa un carajo
la ley, la democracia y el trabajo:
ese manjar precioso,
de aroma apetitoso,
cuya fragancia inunda
de riqueza a todo estado
que no quiera estar atado,
cual bestia inmunda,
como buey al arado
por otro tirado.
Mientras se cuece
el pucherazo en la olla
y la verdad se retuerce
como el cuello de una vieja polla
y afirman unos y otros que ganaron
y que ambos pararon
al contrario, la democracia
es historia y niebla en la memoria
y para el común crece la desgracia
de llenar el plato de zanahoria,
sin carne ni la gloria
de un mísero pez de río,
que el hambre es el frío
que sumerge al alma
en la infernal llama
de la desesperación
donde acaba toda revolución:
como una sombra espesa,
que aniquila, derrota y pesa
hasta que el caudillo
sea pasado por el rodillo
y reemplazado por otro tirano,
igual de cruel y de marrano,
que prometerá pan y libertad
a los hombres de buena voluntad
que volverán a caer en el abismo
de creer real un burdo espejismo.