Estimado maestro:
Le escribo estas líneas para a darle una grata noticia que, a buen seguro, hará un poquito más llevadera su estancia en donde quiera que se encuentre. Sin embargo, conociéndole como creo conocerlo, supongo que en estos momentos andará de gira por esas provincias de la eternidad, al frente de su propia compañía, tal y como hacía su padre y como luego continuó haciendo usted mismo durante años de éxitos y de algún que otro fracaso.
El motivo de mi carta está directamente relacionado con la primera de sus obras. Sí, ya sabe a cuál me refiero: la que le dio tantos sinsabores, la misma que lo convirtió en autor emblemático, esa figura de la que usted tanto renegaba, porque siempre huyó -y corríjame si me equivoco- de la vanidad, de los honores tan pomposos como vacíos y de la pedantería.
Pues sepa usted, querido maestro, que el pasado miércoles, víspera de la festividad de San Juan, después de ocho meses de ensayos, de altibajos, de desencuentros y reconciliaciones, un grupo de estudiantes de bachillerato de un instituto de Santa Cruz de Tenerife llevó a cabo la representación de Tres sombreros de copa y que, a pesar de que hayan transcurrido casi ochenta años desde que usted la escribiera en aquella interminable convalecencia médica que lo mantuvo atado a una cama durante un montón de meses, el público asistente, que llenaba el salón de actos donde tuvo lugar la función, acogió la obra con sincero entusiasmo, celebró con estrepitosas carcajadas cada uno de los chistes que, como bien pudimos comprobar, conservan intacta toda su frescura, y recibió sobrecogido y acongojado el infeliz desenlace de la comedia. Confieso que, una vez que Dionisio avanzó por el pasillo central del patio de butacas, empujado por el ingenuo paliza de don Rosario, rumbo a un matrimonio desdichado y a la hiperclorhidria, mientras el resto del elenco de actores le lanzaban confeti, no pude evitar que, de nuevo, se me encogiera el corazón y unas furtivas lágrimas empañaran mis ojos.
Querido y admirado maestro, cuando el telón se cerró definitivamente, después de que Paula hiciera un último juego de malabares, los espectadores, que eran una heterogénea y afectuosa audiencia formada por profesores, alumnos, familiares, amigos y personal del servicio de limpieza del centro, estalló en una jubilosa ovación de la que hago a usted destinatario en calidad de principal responsable.
Créame cuando le digo que esta única representación ha sido por completo fiel al espíritu que le llevó a usted a componer este prodigioso alegato en favor de la libertad y que se mantiene con idéntica validez hoy igual que hace setenta y tantos años. Porque, para nuestra desgracia, este mundo sigue estando repleto de caballeros que no lo son, de odiosos señores y de intransigentes y grotescos patriarcas con ideas antiguas y caducas sobre la felicidad conyugal.
En cuanto al trabajo de los actores y actrices, puede usted dormir tranquilo, don Miguel. Los chicos, en su mayoría sin la menor experiencia teatral, realizaron una magnífica labor y, en concreto, Alejandro Díaz (como don Rosario), Yohandri Hernández (como Buby), Rebeca Nave (como Fanny) y Alexander Rivas (como el insoportable don Sacramento) lograron unas composiciones sensacionales. Además, estuvieron secundados con acierto por el resto del plantel, en papeles mucho más cortos aunque bien defendidos: Karen Pérez (como Madame Olga), Airam Correa (como el guapo muchacho), Rafael Acosta (como el cazador astuto), David García (como el anciano militar), Yannick Martín (como el alegre explorador) y Ángel Funes (como el romántico enamorado). Por su parte, la pareja protagonista, Marta Carmona (Paula) y Mariano López (Dionisio) ofrecieron un hermoso recital interpretativo, equilibrado, honesto y pleno de matices, ya que en sus caracterizaciones no faltaron ni la inocencia, ni la picardía, ni la ternura, ni una cierta desesperación contenida.
Apenas introdujimos modificaciones en el texto original aunque, eso sí, la excesiva extensión del papel del negro Buby (encarnado aquí por un joven cubano) nos obligó a añadir un nuevo personaje, una sexta bailarina del ballet de variedades (junto a unas simpatiquísimas y traviesas Sagra/Sondiray Rodríguez, Carmela/Carolina Claure y Trudy/Yetsabel Zamora) y a quien dio vida una encantadora muchacha, Ángela González, que, al inicio del segundo acto, trata inútilmente de convencer a Paula para que acepte el dinero del hombre más rico de toda la provincia (un más que convincente Francisco Suárez, metido en la incómoda piel del odioso señor) a cambio de sus favores sexuales. También teníamos previsto otro cambio. Pero éste mucho más significativo y espero que no se enfade por ello, maestro.
Hace meses, cuando asumió el papel principal, le sugerí a Mariano que, al final de la obra, volviese atrás, que renunciase a la boda con su novia Margarita y que regresase a la habitación del hotel y se quedara con Paula y que, a continuación, echaríamos el telón sobre el beso de ambos, que es todo lo contrario de lo que usted quería, don Miguel, porque lo que usted buscaba con esta amarga comedia era mostrar que en la vida real la gente que se casa casi nunca es feliz, ni come perdices y suele criar el ácido úrico y tener unos hijos horrorosos. Pero la vida real resulta a veces tan insoportable, maestro, que este tipo de mentiras dulces no le hacen daño a nadie y pensé que podíamos darle a su jovial fábula envenenada un desenlace optimista, aleccionador. Le dije a Mariano que fuera él y sólo él quien tomase, en el último instante, semejante (y sublime) decisión. Y, como siempre, como viene sucediendo noche tras noche, desde que leí por vez primera esta maravillosa pieza hace ahora veinticinco años, Dionisio no volvió con Paula.
Y, por mi parte, sentí nuevamente la punzada de dolor, la tristeza, la pena, la melancolía, pero entremezclada en esta ocasión con la emoción intensa, con la felicidad incontenible, el orgullo inmenso y la satisfacción impagable de dirigir a un formidable grupo humano, de chicos y chicas fabulosos, que no sólo me han enseñado a ser mejor profesor sino también a redescubrir y disfrutar con mi profesión.
Esto es cuanto tenía que contarle, maestro. Espero y deseo que todo haya sido de su agrado. Como sé que usted acostumbra a coleccionar tales recuerdos, con la presente carta le adjunto el programa de mano que se repartió entre el público en la función del miércoles.
Me despido no sin antes enviarle un cordial y caluroso saludo de quien siente por usted la más alta estima y consideración.
José Amaro Carrillo
P.D.: Si tiene oportunidad y no se olvida, también déles mis más afectuosos recuerdos a don Carlos Arniches, a don Pedro Muñoz Seca, a don Enrique Jardiel Poncela, a don Edgar Neville, a don Antonio de Lara "Tono", a don Alfonso Paso, a don Álvaro de Laiglesia y a don Antonio Buero Vallejo.
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Ficha técnica del montaje de Tres sombreros de copa, a cargo del Grupo de Teatro del IES Poeta Viana, realizado en el salón de actos del citado instituto de la capital tinerfeña el 23 de junio de 2010.
REPARTO
(Por orden de aparición en escena)
DON ROSARIO Alejandro José Díaz Sosa
DIONISIO Mariano José López del Pino
PAULA Marta Carmona Hernández
BUBY Yohandri Hernández Ponce
FANNY Rebeca C. Nave Manso
SAGRA Sondiray Rodríguez Benítez
CARMELA Carolina Belén Claure
TRUDY Yetsabel A. Zamora González
EL ODIOSO SEÑOR Francisco Suárez Izquierdo
MADAME OLGA Karen G. Pérez Salazar
EL CAZADOR ASTUTO Rafael Ángel Acosta Zurita
EL ANCIANO MILITAR David García Gonçalves
EL GUAPO MUCHACHO Airam José Correa González
EL ALEGRE EXPLORADOR Yannick Martín Martín
EL ROMÁNTICO ENAMORADO Ángel Funes Benjumea
ÁNGELA Ángela González Correa
DON SACRAMENTO Alexander Rivas Crespo
DIRECCIÓN: José Amaro Carrillo y Marta Carmona
DECORADO: Mª Carmen Rodríguez y Grupo de Teatro del IES Poeta Viana
SONIDO: Cristopher Joel Reyes Navarrete
LUMINOTECNIA: José Goya del Castillo
SINOPSIS ARGUMENTAL
La acción de esta comedia, dividida en tres actos, transcurre en el cuarto de una modesta pensión de una capital de provincias de segundo orden. Nos encontramos a finales de los años treinta del pasado siglo y Dionisio, un joven algo ingenuo y de poco carácter, va a pasar, en la soledad de la habitación de dicha casa de huéspedes, la noche previa a su boda con Margarita, una chica un tanto cursi con la que lleva saliendo desde hace siete años. A Dionisio le aguardan unas largas horas antes de que salga rumbo a la iglesia, donde contraerá matrimonio a la mañana siguiente. Sin embargo, cuando está a punto de conciliar el sueño, en su alcoba irrumpe Paula, la bailarina de una compañía de music-hall, que se hospeda en el cuarto contiguo. La aparición en su dormitorio de esta joven, alegre, vitalista y desinhibida, va a cambiar la vida de Dionisio para siempre.
SOBRE EL AUTOR Y SU OBRA
Escrita en la segunda mitad de 1932, durante una convalecencia, Tres sombreros de copa fue la primera obra que salió de la juguetona e inventiva mente de Miguel Mihura (Madrid, 1905-1977). Hijo de un actor, empresario y autor teatral, Mihura vivió desde muy niño la magia de las bambalinas y el sabor agridulce de los escenarios. Desempeñó diversos cometidos en la compañía familiar que dirigía su padre y se lanzó a escribir una comedia fresca, disparatada, poética, tierna, ingeniosa y amarga, diferente a todo lo que se había hecho antes. Al no poder contar con apoyo financiero de ninguno de los empresarios a quienes les presentó el texto, Mihura decidió guardar su opera prima en una gaveta y colaborar con otros autores en la escritura de piezas que sí fueron estrenadas: ¡Viva lo imposible!, Ni pobre ni rico, sino todo lo contrario y El caso de la señora asesinadita. El moderado éxito obtenido por esta última obra, coescrita junto a Álvaro de Laiglesia, con quien fundaría la legendaria revista de humor La Codorniz, anima a Mihura a aceptar la propuesta del jovencísimo director del Teatro Español Universitario, Gustavo Pérez Puig, para estrenar, en 1952, Tres sombreros de copa.
La cálida respuesta del público y de la crítica, refrendada con el Premio Nacional de Teatro, lo animan a abandonar la redacción de guiones de cine y a volcarse a partir de entonces y hasta el final de sus días en la creación teatral. ¡Sublime decisión!, Melocotón en almíbar, Maribel y la extraña familia o Ninette y un señor de Murcia son algunas de las obras maestras ideadas por uno de los dramaturgos más originales e imprescindibles en la historia del teatro español.