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El callejón
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Un talento malgastado

Coloquio del desaparecido programa “Qué grande es el cine”, tras el pase del film “Ciudadano Kane”, de Orson Welles, de quien se han cumplido veinticinco años de su muerte. En la charla interviene el crítico Juan Cobos, amigo personal de Welles.

"Era un hombre extraordinario. Qué importa lo que digan los demás"

Sed de mal (1958) 

El 10 de octubre de 1985 había recién comenzado mi primer año de Bachillerato (en el instituto Alonso Pérez Díaz) y por aquel entonces ya sabía quién era Orson Welles. Con motivo de su muerte, Televisión Española programó sobre la marcha, ese mismo fin de semana, la proyección de su obra maestra, Ciudadano Kane. Conocía la película porque, con frecuencia, era citada en las enciclopedias y libros de cine que empezaba a hojear con creciente interés, aunque nunca la había visto. Como la emitieron un domingo por la noche, coincidiendo con Estudio Estadio, la grabé para verla con tranquilidad otro día.

El impacto que me produjo el visionado en solitario de este largometraje, ahora hace veinticinco años, no lo he vuelto a experimentar después con ningún otro film, ya que jamás ninguna otra cinta me ha causado una impresión tan intensa a tantos niveles: estético, emocional, literario, vocacional… La habré visto no menos de una docena de veces y, a pesar de ello, siempre descubro en ella algún elemento nuevo, sorprendente.

El poderoso influjo de esta verdadera obra de arte, con la que Welles (un hombre nacido por y para el teatro que reorientó su inmenso caudal creativo hacia un medio, el cine, que le quedaba demasiado pequeño) alumbró, sin pretenderlo, la gran novela norteamericana, se ha extendido a través del último medio siglo de lenguaje cinematográfico, sin que haya perdido un átomo de frescura, de magnetismo, ni de intensidad.

Hace veinticinco años que me convertí en devoto de Orson Welles y he tratado de ir indagando, libro a libro, película a película, en una de las personalidades más fascinantes y extraordinarias que nos legó la pasada centuria. En mi particular búsqueda tras las huellas de este artista formidable, en 2001, tuve la gratísima oportunidad de conocer y entrevistar al crítico y guionista Juan Cobos, ayudante del director norteamericano en el rodaje de Campanadas a medianoche y amigo íntimo de éste durante treinta años.

Cobos, que es un hombre apocado, tímido, de gran humildad, había llegado a Tenerife para participar en un diálogo en vivo, junto al periodista, escritor y crítico cinematográfico, José Andrés Dulce, con quien conversaría sobre Welles, ante el público reunido en el salón noble del Cabildo, y accedió a hablar conmigo porque, tratándose del autor de Fraude, siempre acepta encantado.

Fue un encuentro plácido y agradable, en la terraza del (hoy cerrado) hotel Mencey, y el reservado Juan Cobos se transformó por completo en cuanto empezó a responder a mi primera pregunta. Sus palabras transmitían, además de una admiración absoluta por el genio incomprendido, todo el afecto y el candor que se siente hacia un amigo que aún vive en el recuerdo.

A continuación, reproducimos aquella entrevista sobre Orson Welles, publicada en el suplemento cultural de La Gaceta de Canarias el 10 de junio de 2001. 

* * * 

El cineasta neoyorkino Martin Scorsese (Taxi driver, Toro salvaje, Uno de los nuestros) cuenta que la contemplación de Ciudadano Kane en un pase televisivo cuando aún era un niño le hizo tomar una determinación que cambiaría su vida. Aquella tarde, apabullado sobre el sofá del salón de estar de su casa, decidió que de mayor sería director de cine.

Estrenada el 1 de mayo de 1941, Ciudadano Kane fue el primer fruto de un contrato sin precedentes en la industria cinematográfica. La productora RKO le había ofrecido una libertad creativa absoluta a su realizador. Un joven de veinticinco años de edad que debutaba en el medio audiovisual tras triunfar como actor tanto en el teatro como en la radio.

A los veintipocos años, George Orson Welles (Kenosha, Wisconsin, 1915 – Los Ángeles, 1985) dirigía su propia compañía, desconcertaba al público de Broadway con sus audaces montajes escénicos -incluyendo una versión de Macbeth representada íntegramente por actores negros en el Teatro Lafayette, de Harlem- y ganaba dos mil dólares a la semana poniendo su voz a un sinfín de personajes de seriales radiofónicos.

["De repente me vi haciendo tantos papeles que ni siquiera tenía tiempo para ensayar. Cuando entraba en escena no tenía ni idea de lo que iba a pasar. Apenas acababa un desgraciado final llorón en el séptimo piso de la CBS, ya estaba corriendo hacia el ascensor para subir a la novena planta, donde el programa ya había empezado y alguien me ponía en las manos el guión y me susurraba al oído: "Mandarín chino, 75 años". Algunos días tenía que ir de una emisora a otra usando una ambulancia para poder llegar a tiempo"]

El espectacular éxito de la transmisión de La guerra de los mundos -una ficción radiofónica que siguieron nueve millones de oyentes, muchos de los cuales protagonizaron verdaderas escenas de pánico, convencidos de que lo que escuchaban a través de las ondas era real- le abrió a Welles, de par en par, las puertas de Hollywood.

"El cine es el tren eléctrico más fantástico que le pueden regalar a un adulto", comentó después de estampar su firma en un contrato que le comprometía a filmar dos películas en calidad de productor, guionista, director y protagonista.

La primera de estas dos obras -considerada unánimemente como una de las joyas imprescindibles del arte cinematográfico- narra la indagación en clave casi policial que un reportero lleva a cabo entre las personas que trataron más de cerca a un magnate de la prensa, Charles Foster Kane -inspirado en la figura de William Randolph Hearst-, que pronuncia una enigmática palabra antes de exhalar su último suspiro.

Tan colosal y legendario como la criatura ficticia a la que dio vida, Orson Welles, la persona, el individuo sin máscaras -llámense Fausto, Otelo, Gregory Arkadin, Hank Quinlan, John Falstaff o Harry Lime- continúa siendo un misterio. Una incógnita difícil de despejar.

["Un actor nunca interpreta otra cosa más que a sí mismo, prescinde de todo lo que no sea él. Y de ese modo, naturalmente, en todos los personajes que he interpretado hay algo de mí. Cuando interpreto a alguien a quien odio, trato de ser noble con el enemigo"]

Al igual que el encuestador anónimo -sin nombre, sin rostro- de Ciudadano Kane rastrea todos los resquicios para dar con la respuesta a un interrogante en forma de capullo de rosa (Rosebud), el pasado lunes acudimos al Mencey para averiguar más datos acerca del ciudadano Welles, de labios de Juan Cobos Sáinz (Madrid, 1933).

Este licenciado en Filología Inglesa e Historia, profesor mercantil y crítico de cine -fundador, entre otras, de la emblemática Film Ideal, dirige en la actualidad la revista Nickel Odeon– mantuvo durante treinta años una estrecha relación con el autor de El cuarto mandamiento.

Conversador ameno, de modales exquisitos, Juan Cobos es el contertulio idóneo -como lo demuestra en el espacio televisivo Qué grande es el cine– y expresa una admiración sin límites, intacta, por quien fuera su amigo.

"Cuando lo conocí yo había visto todas sus películas. Fuimos a entrevistarle para hacer un reportaje y me brindé a colaborar con él en el rodaje de Campanadas a medianoche, que estaba preparando. Ante mi sorpresa, al cabo de unos meses, me llamó para que trabajase con él como asistente personal", recuerda.

Con una corta experiencia en la filmación de películas -limitada a su labor de meritorio en dos producciones profesionales-, Juan Cobos se convirtió en la mano derecha de Orson Welles durante la complicada realización de Campanadas que, por problemas de financiación y retrasos diversos, se prolongó desde septiembre de 1964 hasta abril de 1965.

"Precisamente, mientras localizaba exteriores en Barcelona, nació mi hija y el primer ramo de flores que recibió en su vida se lo envió él", comenta Cobos, quien jamás ha ocultado -en contra de la voluntad del propio Welles- cómo el director norteamericano le envió un cheque al enterarse de que "nos habíamos quedado sin una peseta en el banco, después de que mi mujer fuese víctima de un timo miserable".

"Alguien se presentó ante ella como un supuesto miembro del equipo de la película y le dijo que mi hermano estaba ingresado a causa de su úlcera. Ella le entregó todos nuestros ahorros para los gastos hospitalarios. Orson me mandó entonces una cantidad que duplicaba aquel dinero. En una tarjeta que me entregó su chófer escribió: Juan, esto que quede entre tú y yo. Secreto que no he respetado. ¿Por qué ocultar las cosas buenas de una persona?", apunta el crítico madrileño.

En cierto sentido, detalles como éste ayudan a suavizar el tópico que pinta a Welles como un auténtico "ogro" dentro del plató.

"Con quien era muy duro y exigente era con los técnicos. Porque con los actores era encantador. Tenía una paciencia infinita con ellos", explica Juan Cobos, que, además de encargarse de la versión en español de Campanadas, intervino en la producción de Una historia inmortal (1968) y en la inconclusa Don Quijote.

Las palabras de Cobos concuerdan con la siguiente opinión, vertida por otro colega de Welles, el director Peter Bogdanovich.

"Actuar para Orson resulta verdaderamente sencillo. Él hace que nos parezca sencillo y que nos sintamos a gusto. Consigue que el actor sea mejor de lo que realmente es y eso es algo que hace también en la vida".

["Siempre estoy dispuesto para recibir cualquier cosa que los actores tengan para sorprenderme. La cámara debe estar al servicio de los actores y no ellos al servicio de la cámara"]

Actor, realizador, escritor, político -no en vano hizo campaña en tres ocasiones a favor de su amigo Franklin Delano Roosevelt, a quien incluso le llegó a escribir más de un discurso-, mago profesional, dibujante… Welles parece un poliedro de mil caras y a nosotros nos gustaría saber algo más del gran hombre fuera de la luz de los focos y de las candilejas.

"Era una persona afectuosa y apasionante, de una rapidez de pensamiento impresionante -comenta Juan Cobos-. Sabía muchísimo de muchísimas cosas. De pintura, de literatura, de economía… Se trataba de un artista completo, superdotado. Pensaba tan deprisa que su cerebro iba a una velocidad tres o cuatro veces superior a lo normal. No le gustaba perder el tiempo y trabajaba muy rápido. Era rapidísimo rodando. Tanto que en Campanadas a medianoche prescindió de la claqueta en la mayoría de las escenas, por lo que hubo que numerar a mano el negativo".

["Mis intereses y entusiasmos son muy amplios y trato de extenderlos sin esfuerzo. No me molesto en abarcar aquello que realmente no me dice nada"]

Sin embargo, a pesar de su fabuloso talento, Orson Welles encarnó mejor que nadie el reverso del sueño americano. Tras un comienzo fulgurante, su carrera se terminaría estrellando contra una penosa sucesión de obstáculos que le obligaron a dejar infinidad de proyectos frustrados por el camino.

"No obstante, como actor siempre fue muy cotizado. Gracias, sobre todo, a su extraordinaria voz -el músico Miles Davis no dudaba en reconocer que "había aprendido a frasear escuchándole"-, lo que le permitía subsistir, cuando no interpretaba o dirigía, a base de grabar cuñas de radio, anuncios de televisión o con la narración en off de documentales", aclara Cobos.

Quizás a muchos les extrañe, pero Orson Welles no está enterrado en Estados Unidos. Sus cenizas reposan en la finca de San Cayetano, en Ronda, propiedad de su admirado Antonio Ordóñez, el torero fallecido hace un año.

Según Cobos -que ha publicado el libro Orson Welles: España como obsesión-, la decisión de trasladar sus restos a nuestro país la tomaron su esposa y su hija porque "aquí fue feliz como en ninguna parte del mundo".

"En América nunca lo llegaron a entender, no comprendían que intentase autofinanciarse, mantener su independencia al margen de la disciplina férrea de los estudios y de los distribuidores. Mientras en Estados Unidos una estrella como Jack Nicholson se negaba a rebajar la mitad de su caché de cuatro millones de dólares para rodar con él, en Europa, una actriz como Jeanne Moreau participó en Campanadas a cambio de una cantidad irrisoria o un intérprete como Walter Chiari lo hizo sin cobrar un duro", añade Juan Cobos.

["Con una producción anual media de 70 películas por estudio hubiese habido espacio para una película de Orson Welles. Pero un independiente es un tipo cuyo trabajo se centra en torno a sus propias dotes personales y en un escenario como ése no hay lugar para mí"]

Siempre peleando contracorriente, el creador de La dama de Shangai hace buena la afirmación pronunciada en su día por su venerado Jean Renoir sobre el conflictivo binomio cine-arte:

"Todo artista tiene que ir veinte años por delante de su tiempo y esto resulta mucho más duro para el artista de cine porque el cine insiste en estar veinte años por detrás del público". 

 

NOTA: Las citas de Orson Welles que aquí aparecen fueron extraídas del libro Ciudadano Welles (Título original: This is Orson Welles), de Orson Welles y Peter Bogdanovich, editado en Barcelona, por Ediciones Grijalbo, en 1994. La traducción corrió a cargo de Joaquín Adsuar.

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