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El callejón
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Alexis

El joven Alexis Barrios Carballo -en el centro de la imagen- sostiene el trofeo que lo acredita como máximo goleador del torneo de fútbol celebrado en el IES Poeta Viana, en diciembre de 2009 [foto de la profesora Mª Carmen Rodríguez].

En su afán por conseguir la igualdad de oportunidades dentro del sistema público de enseñanza, la LOGSE (que, al carecer de la debida asignación presupuestaria, propició, a la larga, exactamente todo lo contrario de lo que pretendía) contempla, entre otras medidas compensatorias de las dificultades de aprendizaje y de las carencias cognitivas, la implantación del programa de Diversificación Curricular, en virtud del cual un grupo reducido de alumnos y alumnas, que acumulan ya un historial de fracasos y de cursos repetidos, pueden obtener el título de graduado en Secundaria, después de dos años académicos consecutivos, en los que las materias troncales, debidamente adaptadas a su paupérrimo nivel de conocimientos, les son impartidas en dos ámbitos especializados: socio-lingüístico y científico-tecnológico.

Por vez primera en mi trayectoria como docente, el pasado mes de septiembre me fue asignada la tutoría de uno de estos grupos; concretamente, de Tercero de ESO, que equivale al antiguo Primero de Bachillerato Unificado Polivalente (BUP), aunque cualquier parecido entre ambos cursos sea una remotísima coincidencia. En concreto, este Tercero de Diver, que es como coloquialmente se conoce en la jerga de la enseñanza a dicha fórmula pedagógica de integración, está compuesto por trece chicos y chicas, de entre quince y diecisiete años, que poseen unos expedientes repletos de asignaturas suspendidas, de materias pendientes, de faltas leves y graves y de expulsiones más o menos prolongadas. Una completa muestra de adolescentes apáticos, con escasa motivación y pocos o nulos hábitos de estudio, que constituyen el reverso desolador y frustrante de una realidad educativa caracterizada, comúnmente, por la desidia y la mediocridad.

De un deficiente rendimiento académico (por ejemplo: tan sólo dos muchachos alcanzaron la cota máxima de tener nada más que dos materias suspendidas en la primera evaluación), la mayoría de ellos y ellas no encuentran el menor aliciente en el proceso de aprendizaje y sus intereses personales se disuelven en una nebulosa de vocaciones inciertas, largas horas de chateo con colegas, tardes de ocio callejero y ocasionales salidas nocturnas durante los fines de semana. Aunque, en honor a la verdad, no todos ellos ni ellas disfrutan de una adolescencia tan despreocupada como disoluta. También los hay y las hay (porque haberlos y haberlas, haylos y haylas) que alternan el estudio con el trabajo (en negocios familiares de restauración) y quienes dedican su tiempo libre a la práctica del fútbol federado. De estos últimos chicos quería yo hablarles.

Se trata de cuatro chavales que han encontrado en el deporte algo más que una actividad física a través de la cual canalizan el superávit de energía que segrega su hipófisis. El balompié les proporciona un medio de expresión con el que se reivindican a sí mismos, una buena causa por la que merece sacrificarse y un código cifrado de señales que les permiten orientarse y reconocerse en una etapa de sus vidas en la que resulta demasiado fácil perder el rumbo.

Tres de estos muchachos, con quienes paso ocho horas a la semana dentro del aula, pertenecen a modestos clubes de barrio que llevan a cabo una labor social que, en tiempos difíciles como los actuales, de desbarajuste y recesión, se me antoja impagable. Es el caso del sobrio guardameta Matías Ezequiel Aráoz, natural de Argentina, que juega en el juvenil del Arenas y que, asimismo, está inscrito, desde hace un par de años, en la Escuela Insular de Porteros, auspiciada por el Cabildo de Tenerife, en colaboración con el Ayuntamiento de San Cristóbal de La Laguna; del elegante interior derecho Mamadou Dioulde Diallo, procedente de Guinea Conakry, que milita en el cadete del Campana, y del delantero tinerfeño Alexis Gabriel Barrios Carballo, cadete del Santa Cruz. Completa el cuarteto Kilian Javier Castellano Iborra, firme aspirante a actor cómico y a showman televisivo que, aunque carece del nivel técnico de los otros tres y no está sujeto a la disciplina de ningún equipo, siempre se suma a los demás cuando llega el momento de perseguir y patear el balón en la cancha de juego.

En diciembre, coincidiendo con los últimos días de clases antes de las vacaciones navideñas, se disputó en nuestro instituto el tradicional torneo de fútbol siete y participamos con un combinado integrado por los cuatro chicos de mi tutoría y otros dos de Tercero A: Carlos Andrés Pérez Marín, voluntarioso lateral derecho colombiano del Santa Cruz, en categoría cadete, y Gilberto Guillén González, un desinquieto pibe, repetidor, que reside en la conflictiva barriada de Añaza y que este año, por expresa decisión materna, no está en club alguno, para ver si así se centra en las asignaturas, pero que, en cuanto se viste de corto y rueda la pelota, se transforma en un jugador temperamental, todoterreno, de esos que ejercen el mando en plaza y se multiplican por todos los rincones del campo.

Gracias a mi condición de profesor de Secundaria, en los últimos años he podido explorar ciertos aspectos de mi personalidad que permanecían guardados, latentes, como escondidos en un recodo de mi consciencia, a la espera de una oportunidad, malhadada o bendita, para salir a la luz. Así, a pesar de que en contadas situaciones este trabajo es capaz de sacar lo peor de uno mismo, no es menos cierto que, por contra, te permite disfrutar de emociones y experiencias positivas que, en otra tesitura profesional, serían imposibles. Como la satisfacción de desempeñar, aunque sea por un rato y en plan informal, la función de entrenador, oficio que comparte más de un rasgo característico con el de enseñante.

Al principio, asumí este cometido como una mera prolongación de mi papel como tutor del grupo correspondiente pero, con el tiempo, he terminado implicándome con los chicos hasta el punto de darles instrucciones y consejos desde la banda, sin dejar de animarles para que compitan, eso sí, con nobleza y deportividad. Este curso, por primera vez desde que intervengo activamente en estos campeonatos escolares de ámbito interno, que se deben en su mayor parte a la generosa y desinteresada labor de organización desempeñada por el compañero de Educación Física, Juan Manuel Prieto Rocha, pude saborear las mieles del triunfo, ya que, sin duda, contamos con el mejor equipo del instituto: un sexteto de muchachos que se toman muy en serio este juego y que, por suerte para ellos, se dirigen solos. Aparte de alguna sugerencia aislada, mi papel en esta última competición ha consistido en proveerles de bebidas isotónicas el día de las finales, alentarles con mis gritos y gozar del espectáculo, al estilo del inolvidable Luis Molowny, El Mangas, maestro y mentor de mi admirado Vicente del Bosque, y que aleccionaba a los jugadores del Madrid de la Quinta del Buitre con un simple: "Bueno, mis hijos, ahora salgan y jueguen como ustedes saben".

Sin embargo, las cosas no resultaron tan sencillas para los chicos de Tercero de ESO en el torneo interclases de diciembre. Durante el partido de semifinal contra los pibes de Cuarto, mis muchachos empezaron perdiendo y confieso que una cierta sombra de fatalismo comenzó a flotar en el interior de mi cabeza. El fantasma de la derrota, que es un incómodo compañero de viaje con el que los atléticos hemos aprendido a convivir a golpe de disgustos y frustraciones, me estuvo rondando el tiempo justo que la estrella de nuestro equipo, Alexis Barrios (apellido que posee obvias resonancias futboleras en Tenerife), tardó en entrar en calor.

Conviene que, antes de proseguir con el relato, abra un breve paréntesis para comentarles algo sobre este joven.

Alexis, que lleva el fútbol en la sangre, es el hijo menor de una mujer sensata que rehízo su vida, tras un matrimonio fracasado, y trabaja como limpiadora. Preocupada por el inquietante círculo de amistades que frecuentaba el pequeño de la casa, hace dos años se mudó de Añaza al barrio de La Salud y su hijo cambió de ambiente, de compañías y de instituto, aunque no de pasión, porque, tal y como nos recuerda el memorable procurador borrachín de El secreto de sus ojos, "un hombre puede cambiar de todo, pero no puede cambiar de pasión".

De constitución delgada, un poco desgarbado y con pinta de estar siempre a punto de desguarniarse, Alexis es un futbolista atípico. Con dieciséis años, que cumplirá el próximo 1 de febrero, aún no ha terminado de dar el estirón y suple su falta de músculo con una insólita habilidad cada vez que la pelota se posa en sus pies. Su agilidad, su velocidad y su puntería para el remate es felina y prueba de ello es que, por segundo año consecutivo, ha vuelto ser el máximo goleador del torneo de fútbol del IES Poeta Viana.

En diciembre de 2010, el Real Madrid celebró en el sur de la isla un campus para reclutar a jóvenes promesas del balompié. Y el club centenario que preside uno de los tipos más ricos de España y cuya primera plantilla tiene un presupuesto anual que para sí ya querrían muchísimos ayuntamientos de este país exigía ochenta euros en concepto de inscripción. Ochenta euros por hacer una prueba. Ochenta euros para que unos cuantos chicos pudieran cumplir su sueño. Y Alexis Barrios, que es un madridista adicto y confeso, prefirió que los Reyes Magos le dejasen la bicicleta.

Desconozco si en el futuro este muchacho llegará o no a ganarse el pan con el sudor de sus botas, si firmará autógrafos o pasará completamente desapercibido. Sólo sé que el otro día, cuando marcó su enésimo tanto, después de realizar un amago increíble, al frenar en seco su rápida carrera hacia la portería, lo que dejó sentado al defensa, y tras empujar con suavidad la pelota a la red con la pierna cambiada, mientras lo veía celebrar el gol con el índice elevado al cielo (igual que hacían Luis Miguel Dominguín y Emilio Butragueño) y la sonrisa iluminaba su rostro aún de niño travieso, sentí que asistía a uno de esos fugaces momentos de perfección absoluta que sólo consiguen los verdaderos artistas y que quedan fuera del alcance de los demás: de los torpes, de los carentes de talento, de los apóstoles de la eficacia, de los esclavos de la estrategia, de los ases de la previsibilidad y de los reyes del triunfo sólo obtenido a partir del cálculo concienzudo y de una meticulosa planificación.

Quizás este chico no juegue nunca en el Madrid -me dije- pero este instante de genial, de feliz y sublime epifanía, no lo ha experimentado ni lo experimentará en carne propia José Mourinho en toda su vida. 

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