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El callejón
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La tragedia de dos hombres ridículos

Durante estos siete largos años de gobierno zapaterista, su presidente ha ofrecido innumerables muestras de un peculiar sentido de la responsabilidad pública. Esta secuencia de “Sopa de ganso” (1933) es el mejor reflejo (deformado) de este septenio.

Nunca estoy seguro de nada. Además, como uno es lo que habla ("Somos lenguaje", que diría don Emilio Lledó), mi condición de isleño se manifiesta, al igual que en el resto de mis compatriotas canarios (que editorializaría don José Rodríguez Ramírez), en una actitud de proximidad afectiva, de respeto y atención hacia mi interlocutor, y de atenuación del discurso, lo que deriva en una expresión insegura, dubitativa, precedida, por lo general, por la construcción sintáctica "yo creo que", para desesperación del hablante peninsular, tan convencido siempre de sus respuestas, tan seguro de sus propias convicciones. Cada curso, al explicarles la modalidad canaria del español a mis alumnos de Bachillerato, les recalco que nosotros rara vez nos expresamos desde la total certeza y que, en una improbable discusión con nuestro opuesto, es decir, el hablante godo, nuestra ancestral desconfianza ante la férrea firmeza del otro (a quien no le importa caer en el impudor de desnudar su mucha ignorancia, oculta detrás de una avasalladora ineptitud) nos lleva a eludir las verdades más claras, incuestionables y absolutas, aunque tengamos toda la razón.

Así pues, vivo inmerso en la duda, en el purgatorio de la duda (como señalaba con su vehemencia particular el bueno de Fiódor Dostoievski), y ando con el paso corto e indeciso de los descreídos, de los socráticos y de los peripatléticos, que ni creemos ni dejamos de creer, que desconfiamos de todo por no confiar excesivamente en nadie y que, muy en línea con la moral judeokantiana, abrazamos la fe del escéptico y la democracia de inspiración cristiana, que no la ideología demócrata-cristiana.

Desde mi agnóstico credo anarquista, que no reconoce otra forma legítima de poder político que aquel que emana de los ciudadanos que se expresan en plena libertad y sin ningún tipo de coacciones, recelo, por lo general, de todos los partidos mayoritarios (sea cual sea su signo), ya que éstos suelen actuar como maquinarias que exigen una adhesión inquebrantable y como mecanismos de decisión al servicio de grupos de presión que operan únicamente impulsados por un mero interés económico (en ocasiones, lícito, cuando no, directamente execrable). De tal manera que las diferencias entre dichas formaciones políticas no suelen ser especialmente significativas.

Así, a uno le parece que, en la actualidad, la distancia que separa a socialistas y populares dentro del panorama nacional tiene que ver más con simples cuestiones éticas (como la regularización de los matrimonios entre homosexuales o la ampliación del aborto) que con el auténtico trasfondo de los asuntos de máxima trascendencia social. Porque, a la hora de la verdad, ambos partidos siguen similares consignas y se comportan como leales servidores de sus respectivos amos y se arrastran (algunos de sus dirigentes incluso reptan) atados a un mismo collar: los dos respaldan (con mayor o menor entusiasmo) el modelo de explotación capitalista y buscan el apoyo abierto y sin reservas de la banca y de las grandes empresas y corporaciones; optan, siempre que se lo exigen sus patronos (los agentes antes mencionados), por la privatización del sector público; abaratan tanto la contratación de trabajadores como el despido; recortan ostensiblemente los gastos en sanidad y educación; torpedean la enseñanza pública; impiden la reforma electoral; tratan de manipular a su antojo a jueces y magistrados; niegan la posibilidad de implantar un estado federal y, por el contrario, permiten el desbarajuste (y el despilfarro) autonómico; rinden culto a la monarquía (anacrónica institución donde las haya) e involucran a España en conflictos bélicos internacionales, de dudosa justificación y legalidad e imprevisibles consecuencias, mostrando con ello una completa sumisión al imperio norteamericano.

A resultas de lo expuesto en el anterior párrafo, es lógico pensar que quien firma estas líneas no depositase muchas esperanzas en la figura de José Luis Rodríguez Zapatero cuando hace siete años accedió a la presidencia del gobierno. Es cierto que, durante su primera legislatura, el diputado leonés puso en marcha muchas de las medidas anunciadas en su programa electoral pero no conviene olvidar cuáles fueron las verdaderas circunstancias que provocaron su triunfo en las urnas. Y, en ese sentido, hay un detalle (a veces los detalles lo son todo y la política se reduce casi a los detalles) que, en el fuerte calor emocional de aquellas jornadas, más de uno pasó por alto y en el que ahora se puede leer (y anticipar) la penosa, errática y hasta ridícula trayectoria que, con posterioridad, siguió este político tan incompetente como bienintencionado, tan mediocre como desacertado. A poco de llegar a la Moncloa, Zapatero tomó unas rápidas y efectistas decisiones (como ordenar el regreso de las tropas desplazadas a Irak) pero en una de ellas demostró cuál era su verdadera estatura de estadista. El 29 de noviembre de 1963, tan sólo una semana después del asesinato de su predecesor, Lyndon B. Johnson ordenó que se constituyese, en el Congreso de los EE.UU., una comisión de investigación del magnicidio de John Fitzgerald Kennedy. Al frente de dicha comisión figuraba el prestigioso magistrado Earl Warren, presidente de la Corte Suprema, bajo cuyo mandato se había abolido el régimen de segregación racial en las escuelas públicas de todo el país. Por su parte, en el Congreso de los Diputados, el 27 de mayo de 2004, más de dos meses después de los atentados de Madrid, quedó constituida en sede parlamentaria una comisión investigadora del 11-M, para la que fue designado presidente el alcalde de El Sauzal y diputado por Tenerife, Paulino Rivero Baute. Las comparaciones suelen ser odiosas, pero en este caso resulta también despiadada.

Con toda la funesta sucesión de despropósitos, rectificaciones, patinazos y contradicciones que este desafortunado gobernante (y su corte de calamitosos colaboradores) ha protagonizado en los siete últimos años, lo peor, con muchísima diferencia, ha sido su increíble incapacidad mostrada a la hora de afrontar y de gestionar la recesión que, cual regalo envenenado, gentil herencia de la última administración aznarina, cayó sobre nuestras cabezas con el estrépito con que lo haría el cielo en la más espantosa pesadilla de Abraracúrcix, indiscutido jefe del poblado de Astérix.

La irritante e irrisoria torpeza para maniobrar en medio de una de las peores tempestades económicas y financieras que se recuerdan en Europa, después de la II Guerra Mundial, ha sido la tumba definitiva para la carrera política de Zapatero, que se ve sepultado, antes de tiempo, mientras su cadáver exquisito es pasto de los lobos (o de los buitres), que, en el seno de su partido del alma, se enfrentan a partir de ahora en una contienda fraticida por la sucesión, repleta de juego sucio, traiciones, zancadillas y puñaladas.

El tiempo, sólo el tiempo, dictaminará qué clase de legado (¿tal vez habría que hablar de despojos?) deja semejante líder para las generaciones venideras. A fecha de hoy, y con unas cifras de desempleo que se acercan, a galope tendido, a los cinco millones de parados, la figura de ZP adquiere el aura, entre cómica y desdichada, de un héroe cuyo trágico destino es el de servir en bandeja de plata todo el poder y toda la gloria a su principal enemigo, el registrador de la propiedad, Mariano Rajoy Brey: caricatura sobria y mortecina del antipático rol que debe encarnar todo buen villano en el escenario de la vida. Pero ocurre que, en esta comedia nacional de los horrores, el dirigente gallego optó, en su papel de antagonista, por ejercer durante seis años una oposición fea, ultracatólica y desleal, y en estos últimos doce meses asiste, desde la más escandalosa y nefasta pasividad, al derrumbamiento de un régimen, el zapaterismo, que fue levantado sobre la repulsa generalizada que causaron ciento noventa y una víctimas inocentes y sobre la nada hoy hecha pedazos. 

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