"Creo que estaría escrito así. Siento una gran tristeza por esas gentes de la calle que yo veía todos los días: los lunes, los martes… Esa gente mayor, esos niños que tenían una ilusión tan tremenda y que yo pensaba que podíamos desilusionarlos, porque podía pasar esto. Porque ya no es la primera vez que me pasa o que le pasa a las gentes. Y ha pasado. Hasta fuimos a fallar un penalti cuando no había ni tempo para respirar. Tuvo que darse todo así"
Arsenio Iglesias, minutos después de perder el Campeonato de Liga de 1994, en la última jornada
"El fútbol me lo ha dado todo. Soy un privilegiado: hago lo que más me gusta y me pagan muy bien. Soy feliz en el banquillo, mientras dirijo a los jugadores durante el partido. Miguel Muñoz, que sabía mucho de esto, decía que el fútbol era casi perfecto porque le sobraban los domingos. Sin embargo, para mí no hay nada como sentir la tensión de la competición: el campo, el césped, el público en la grada, la emoción del propio juego…"
Luis Aragonés, en declaraciones hechas en la temporada 2000-2001, en la que clasificó al Real Mallorca para jugar la Liga de Campeones
"Les dije que íbamos a jugar el partido más importante de nuestra profesión, les pedí que se acordasen de los niños, de todos los niños de España que estaban pendientes de esta victoria, y también les recordé que tal vez seamos un poco románticos y que no podíamos renunciar a nuestro estilo"
Vicente del Bosque, en referencia a la charla previa a la final de la Copa del Mundo de Sudáfrica 2010
"Si Dios hubiera querido que el fútbol se jugara en las nubes, no habría puesto hierba en el suelo"
Brian Clough, en respuesta a quienes le criticaban por haber renegado del tradicional juego aéreo inglés y por fomentar, en cambio, el toque y la pelota rasa
"Bajen los balones…"
Francisco Duque
Resulta difícil encontrar un mejor escenario que Wembley para la final de la Copa de Europa que mañana disputarán Barcelona y Manchester United. Quizás no exista en el Viejo Continente un recinto con mayor solera para albergar la contienda que habrá de coronar al mejor club del planeta fútbol, ya que en dicho estadio, reconstruido en el mismo enclave que el edifico inaugurado en 1923, que acogió los Juegos Olímpicos de 1948 (los primeros celebrados después de la guerra), la final de la Copa del Mundo de 1966 (en la que el linier azerbaiyano, Tofik Bakhramov, dio por válido el tercer gol de Inglaterra, que nunca existió) y los más multitudinarios conciertos de la banda Queen, los dos equipos que este sábado se vuelven a ver las caras, tras la final de hace dos años, en Roma, consiguieron el primero de sus tres entorchados continentales (en 1992 y 1968, respectivamente).
Todo está listo para que ambas escuadras ofrezcan un brillante espectáculo desde planteamientos dispares y es de desear que el encuentro se desarrolle por los derroteros del buen juego, aunque la notable superioridad técnica de los azulgranas augura más bien un duelo un tanto desigual que se resolverá por el mayor talento individual que posee el conjunto catalán, en cuyas filas milita el artista más grande que ha dado este deporte desde la retirada de su compatriota y ex seleccionador, Diego Armando Maradona. No obstante, también es previsible que la alargada sombra de la UEFA haga notar sobre el césped toda su maliciosa influencia y, a través del colegiado de turno, le pase factura al equipo culé por los agravios sufridos por su rival en la anterior eliminatoria, el todopoderoso Real Moudrid, y haga valer el peso internacional del Manchester que, no olvidemos, juega en casa.
De todas formas, de lo menos que quería hablarles hoy era del enfrentamiento entre estos dos auténticos expresos europeos, verdaderas superpotencias en lo deportivo y en lo financiero, que desde un punto de vista afectivo y emocional no despiertan en mí sino una admirativa indiferencia. En realidad, en el caso que aquí nos ocupa, la final de Wembley es el pretexto para echar la vista atrás y evocar un tiempo en el que el balompié, sin dejar de ser un deporte de masas, aún no había entrado con todas sus consecuencias dentro de la siniestra trituradora de la macroeconomía de mercado y se regía entonces por una mayor igualdad, sin duda mucho más alejado que en la actualidad de los enjuagues multimillonarios y de las turbias maniobras político-empresariales que ahora se perpetran desde todos los despachos sin que nadie, absolutamente nadie, esté limpio de pecado y pueda arrojar, por tanto, la primera piedra.
Quisiera recordar un tiempo en el que, a pesar de todas sus crisis y convulsiones, quedaba un amplio margen para la rebeldía, la indignación, la protesta y la sorpresa, y en el que la voz de los disidentes se hacía escuchar sin necesidad de que se orquestara ninguna campaña de marketing ni de que se amplificara su eco entretejiendo la invisible madeja de las actuales redes sociales. Las constantes turbulencias y la bronca permanente bajo la que se desenvolvieron, en general, los años setenta fueron el marco propicio para que surgiesen outsiders como Brian Clough.
Sexto de los nueve hijos de un obrero de una fábrica de dulces, Brian Howard Clough nació en Middlesbrough, al noreste de Inglaterra, el 21 de marzo de 1935. Sus malas aptitudes para el estudio las compensaba con sus buenas dotes para la práctica del fútbol y, una vez finalizado el servicio militar en la Royal Air Force, se enroló en la primera plantilla del Middlesbrough F. C., en la Segunda División.
Durante seis temporadas en el Boro, como popularmente se conoce a este equipo británico, marcó 251 tantos en 274 partidos y fue internacional con su país en seis ocasiones. Cifras que le llevaron a ser fichado por el Sunderland, que pagó por él 42.000 libras de 1961. Sin embargo, al año siguiente, un encontronazo con el portero del Bury F. C., Chris Harker, supuso la rotura del ligamento cruzado anterior de su pierna derecha, que le mantuvo fuera de los terrenos de juego durante casi dos años. Clough regresó en la temporada 1964-1965, con el Sunderland ya en Primera División, pero apenas disputó tres encuentros, en los que anotó un gol. Finalmente, tomó la decisión de retirarse.
Ese mismo año inició su carrera profesional en los banquillos: primero, como preparador de fútbol base en el propio Middlesbrough y, luego, como primer técnico en un equipo de la Cuarta División, el Hartlepools United. Con veintinueve años de edad y su título oficial de entrenador en la cartera, Clough pone en práctica en este club modestísimo su propia concepción del juego, basada en el buen trato al balón, la deportividad (sus jugadores tenían terminantemente prohibido discutir con el árbitro), la firmeza en la línea defensiva y en el centro del campo y un uso generoso de las bandas a la hora de atacar. Además, su gran temperamento y su sentido de la autoridad (obligaba a sus hombres a que lo tratasen de usted) no estaba reñida con una extraordinaria capacidad para motivar a futbolistas de escasa valía de quienes obtenía un rendimiento impensable.
En el Hartlepools, Brian Clough contaría por vez primera con el respaldo incondicional de su segundo, Peter Taylor. Amigos íntimos desde su etapa en el Middlesbrough, en el que ambos habían jugado, formaron un tándem excepcional, en el que Clough tomaba las decisiones tácticas y Taylor aportaba su magnífica intuición a la hora de encontrar chollos en el mercado de fichajes. Como es el caso del centrocampista escocés de 16 años, John McGovern, que, de la mano de Clough ("Írguete, echa los hombros hacia atrás y córtate el pelo, pareces una chica", le espetó el entrenador nada más conocerle) y Taylor, pasó de la Cuarta División a levantar la Copa de Europa como capitán del Nottingham Forest, catorce años después.
En 1967, Brian Clough aterriza en el Derby County, fundado en 1884 y todo un clásico en la Segunda División del fútbol inglés. Dos años después, el equipo, reforzado con jugadores como Roy McFarland, John O"Hare, Dave Mackay o el ya citado John McGovern, se alza con el campeonato y asciende a la Primera División. En su primera temporada en la élite, el Derby alcanza la cuarta plaza, la mejor clasificación del club desde 1949. En 1972, apenas transcurridos cinco años desde la llegada de Clough, el Derby logra, contra todo pronóstico, su primera Liga, ya que ni Liverpool ni Leeds fueron capaces de ganar sus respectivos encuentros finales. Tanto el entrenador como la plantilla del Derby, que se hallaban fuera de Gran Bretaña de vacaciones, al haber concluido su calendario de partidos, tuvieron que regresar a casa antes de tiempo para celebrar el título.
Sin embargo, poco después de conseguir el mayor éxito en la historia del club, las diferencias entre Brian Clough y la junta directiva empezaron a ser irreconciliables. En la pretemporada de la campaña siguiente, Clough se negó a hacer una concentración en los Países Bajos y Alemania Occidental si no podía llevar a su familia. El presidente del Derby, Sam Longson, no accedió y Brian no fue con el equipo, dejando a Taylor al frente. Además, Clough volvió a fichar al enésimo jugador sin comunicárselo a la directiva: David Nish, con el que estableció el récord del fichaje más caro del club, tras pagarle al Leicester City 225.000 libras.
Esa misma temporada (1972-1973) el Derby County llegó a disputar la semifinal de la Copa de Europa frente a la Juventus. Tras sufrir en Turín un arbitraje bastante controvertido, que dejó al Derby sin dos de sus piezas claves para la vuelta, Gemmill y McFarland, Clough se negó a hacer declaraciones a la prensa italiana ("No voy a hablar para esos bastardos tramposos", dijo fuera de sí) y les recordó la falta de valor que los transalpinos habían demostrado -según él- durante la Segunda Guerra Mundial, cuando se unieron a Hitler. La rigurosa prensa británica, representada por The Times y The Guardian, fue implacable con Clough y le exigió una rectificación.
Envuelto en una gran polémica, el partido de vuelta finalizó con empate a cero y se produjo la expulsión de Roger Davies, delantero centro del Derby, mientras que Alan Hilton falló un penalti. Días más tarde y, de nuevo, de espaldas a su presidente, Clough gestionó la adquisición de los servicios del gran Bobby Moore y de su compañero del West Ham United, Trevor Brooking, por los que ofreció 400.000 libras. Esta última maniobra fue la gota que colmó la paciencia de la junta directiva del Derby, cuyo mandamás, Sam Longson, exigió su cese el 11 de octubre de 1973. Cuatro días después, Clough y su ayudante, Peter Taylor, dimitieron, a pesar de que contaban con el respaldo unánime de la plantilla, que llegó incluso a firmar un comunicado exigiendo su vuelta, y de la hinchada, que emprendió una campaña de apoyo bajo el eslogan "Bring Back Clough", "Traed de vuelta a Clough".
Después de un breve paréntesis en el Brighton, de la Tercera División, en el que rubricó una más que discreta campaña, en 1974, Clough afrontaría el mayor reto de su carrera al aceptar el puesto de entrenador en el Leeds United, que acababa de dejar vacante, tras 16 años en la casa, el carismático Don Revie, que había sido nombrado seleccionador inglés. Clough pagaría muy cara la osadía y la arrogancia de coger las riendas de un equipo del que siempre había despotricado y cuya forma de jugar (al límite del reglamento) se encontraba en los antípodas de su propio código, tanto ético como estético. "Hasta donde yo sé, podéis tirar todas esas medallas que habéis ganado a la basura, ya que las ganasteis todas robando. A partir de ahora empezaréis a jugar de verdad al fútbol", les recriminó a sus nuevos jugadores, antes de comenzar la primera sesión de entrenamiento.
Los cuarenta y cuatro días que Clough permaneció al frente del campeón británico, hasta su despido, resultaron un verdadero calvario para el técnico que, curiosamente, encontró en el frontal rechazo de sus hombres una peculiar vía de expiación para su insoportable soberbia. Además, al marcharse al Leeds, se convirtió en un renegado, en un descastado que pagó con creces el error de haberse traicionado, en primer lugar, a sí mismo. Esta dolorosa peripecia, que recuerda ligeramente el bochornoso final que tuvo la carrera de Arsenio Iglesias, quien mancilló su impecable hoja de servicios cuando sufrió toda clase de humillaciones y desplantes y cosechó un enorme fracaso deportivo en su postrera etapa como preparador del Real Madrid, sirvió de inspiración para el escritor de novela negra, David Peace, que, en 2006, publicó The Damned United (Maldito United), una ficción que recrea el personal infierno vivido por Brian Clough en aquel fatídico mes y medio.
Tres años después de la publicación de este libro, se estrenó la película del mismo título, dirigida por Tom Hooper (reciente ganador del Oscar, por la estupenda El discurso del rey), escrita por el reputado guionista Peter Morgan (The Queen, El último Rey de Escocia, El desafío: Nixon contra Frost y Más allá de la vida) y protagonizada por un formidable elenco de actores ingleses, encabezados por el exquisito Michael Sheen, que encarna con admirable brillantez al propio Clough. El film, que fue boicoteado por la familia del entrenador de Middlesbrough, ya que discrepan abiertamente de la imagen tergiversada y "psicótica" que -a su juicio- la novela transmite del técnico, resulta un más que agradable entretenimiento y se sirve del fútbol para trazar un interesante retrato, lleno de humanidad, de un personaje conflictivo, ególatra, encantador, contradictorio y fascinante.
Al final, en su epílogo, la película (recomendable para todos los aficionados al buen cine, sin etiquetas) recupera imágenes reales de Clough y nos explica que, en enero de 1975, recaló en un equipo de una pequeña ciudad de provincias, Nottingham, que por entonces malvivía en la Segunda División. El Forest, cuyo equivalente español bien podría ser el Valladolid o el Sporting de Gijón, era un club centenario, creado en 1889, que llevaba gran parte del siglo XX en el vagón de segunda clase del fútbol británico. En su tercer año al frente del banquillo del Nottingham, Clough, que se había vuelto a reencontrar con su amigo Peter Taylor, que no quiso acompañarle en su insensata aventura en Leeds, clasifica al equipo en tercer lugar y obtiene el ascenso a Primera. En la temporada siguiente, 1977-1978, esta pareja irrepetible arma una plantilla bastante apañada, nutrida por ilustres desconocidos (como el portero Peter Shilton) y por veteranos sin brillo, algunos de los cuales estaban en venta cuando Clough llegó al club y cuya salida impidió (es el caso de Martin O"Neill y John Robertson). En su primera campaña de retorno a la División de Honor, el Forest consiguió varias proezas: conquistar la Liga y la Copa de la Liga y establecer un récord de imbatibilidad de cuarenta y dos partidos que no superó el Arsenal hasta 2004.
El 30 de mayo de 1979, en el estadio Olímpico de Munich, un gol al Malmö sueco, anotado por Trevor Francis, fichado en febrero de ese año, siendo el primer jugador inglés por el que se pagó un millón de libras ("En realidad fueron 999.999 libras -aseguró Clough-. Conviene quitarle presión al hombre") le dio al Nottingham su primera Copa de Europa, título que revalidó al año siguiente, en el Santiago Bernabéu, gracias a otro solitario gol de John Robertson (esta vez el rival era el Hamburgo) y a una actuación estelar de su cancerbero, el ahora internacional Peter Shilton. A esta doble corona continental hay que sumar la Supercopa de Europa de 1979, ganada al F.C. Barcelona.
En sus dieciocho temporadas al frente de los Rojos (color que fue adoptado por el Nottingham en honor del revolucionario Garibaldi), Brian Clough le proporcionó al Forest otras tres Copas de la Liga: en 1979, en 1989 y en 1990. El descenso del club en 1993 marcó el final de su trayectoria como entrenador.
Su carácter difícil y su genio incontrolable le cerraron las puertas de la selección nacional pese a que un amplio sector de la prensa, gran parte de los aficionados y la mayoría de los jugadores que habían trabajado a sus órdenes consideraban que reunía sobrados méritos. En este sentido, las palabras del escocés Dave Mackay, que coincidió con él en el Derby, resultan harto elocuentes: "Era un completo fuera de serie. No era como ningún otro entrenador que haya tenido. Sus charlas podían ser un poco feroces pero era único: un entrenador brillante que era respetado por todos los jugadores que tuvo. Muchos ex jugadores intentaron seguir su estilo entrenando, pero nadie pudo lograr nada semejante. Nadie era como Brian Clough. Peter Taylor y él eran una pareja fantástica. La manera en la que llevaba el equipo era espléndida y su estilo, imposible de copiar. Dudo que vaya a haber algún entrenador como él otra vez".
Sin embargo, como tanta gente de talento abrumador y de espíritu indomable, Clough tenía un punto débil que acabó por destruirle: su alcoholismo. "¿Caminar sobre el agua? Supongo que mucha gente estará diciendo que en vez de caminar sobre ella, debería haberla tomado más en mis bebidas. Tienen toda la razón", bromeaba el ex futbolista que, en su autobiografía, titulada Cloughie: Walking on water, ajustaba cuentas consigo mismo y con su peor enemigo. En 2003, le fue diagnosticado un cáncer de hígado y el posterior trasplante al que se sometió apenas le prolongó la vida otros veintiún meses, ya que falleció el 20 de septiembre de 2004, en el hospital de Derby. Su funeral fue oficiado en el viejo Pride Park Stadium, ante más de catorce mil personas que acudieron a rendirle un último tributo.
Mucho antes, había sido distinguido con el doctorado honoris causa por la Universidad de Nottingham y había recibido la Orden del Imperio Británico con el rango de oficial, lo que permitía que le trataran como O.B.E., es decir, Officer Of the British Empire, siglas que jocosamente el propio Clough interpretaba como las iniciales de su apodo: Old Big "EA (Viejo engreído).
Hijo Adoptivo de las localidades de Derby y Nottingham, Brian Clough jamás ocultó su ideología socialista y su fuerte conciencia política le llevó a apoyar y dar dinero de su propio bolsillo a los mineros en huelga, durante las durísimas movilizaciones contra el desmantelamiento de explotaciones siderúrgicas decretado por el Gobierno de Margaret Thatcher, a principios de los ochenta. Clough se hizo entonces un habitual de las marchas e incluso de los piquetes.
Mañana por la noche no intenten buscar alguien así en el estadio de Wembley. No lo encontrarán. Por mi parte, me limitaré a disfrutar del partido si merece la pena pero, sobre todo, degustaré con goloso deleite la paella que preparará en su casa mi amigo Toño Paz Medina y, llegado el momento, levantaré mi copita de vino para brindar por el viejo Brian Clough, que a buen seguro estará disfrutando del duelo entre el Barça y el United en compañía de su colega Peter Taylor (fallecido en 1990).
Que Dios los tenga en su gloria.