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El papa, la España sin paz y sin gente

Con ese tono misterioso que emplea con cierta frecuencia, su santidad el papa ha dicho que no va a venir de visita oficial a nuestro país mientras no haya paz. Quizá algún resquemor haya podido quedar en el fondo de su alma por las muchas expulsiones que la orden de los jesuitas ha padecido dentro y fuera de España, en Europa hubo muchas salidas forzosas de los miembros de su orden religiosa y en nuestro país, según la Wikipedia, tales acontecimientos sucedieron en tres siglos distintos: en el XVIII, en el XIX y en el XX. La última vez fue con la II República, en 1932. Todo el mundo sabe que los jesuitas son una rama particular del catolicismo, gente muy intelectual, gente muy preparada, y que quizá por eso -y sin duda también por los bienes que han atesorado históricamente- molestaban al poder establecido. Cuando los jesuitas eran expulsados, una y otra vez, alguien se quedaba con sus importantes legados. Una persona creyente y cercana manifiesta su propia teoría: es una pena que a los papas los elijan siendo tan mayores, este pontífice ya tiene 82 cumplidos, parece obvio que cuando se llegado a una edad avanzada las neuronas flojean y la persona tiene mayor posibilidad de chochear, por ejemplo hace unos días retiró con brusquedad su mano cuando estaba siendo besada por los fieles. El papa, que en su mandato ha deseado alejarse del boato vaticano y por ello ha querido hacer cosas nuevas, no está dispuesto a visitar su país natal y tampoco tiene muchas ganas de venir a España, nación significativa dentro del catolicismo y que emprendió una acción evangelizadora en otras naciones. Otra persona cercana, que es sacerdote, explica que en realidad este pontífice está mal asesorado, tiene en su entorno como consejeros a prelados latinoamericanos y tampoco se lleva demasiado bien con los obispos españoles. ¿Será porque estos tienen una ligera tendencia al Opus Dei, herencia de su predecesor, Juan Pablo II o habrá otra cuestión digamos vinculada a la visión que los pueblos indígenas americanos y hasta el presidente de México tienen de la conquista española en América, y toca la hora de la rebelión y la crítica? Ahora bien, siendo el máximo dirigente de los católicos, el pontífice debería predicar con el ejemplo de sus ilustres precedentes: una exquisita mano izquierda, una exquisita neutralidad, una capacidad de silencio evasivo semejante a la que tuvo Pío XII frente a dos verdaderas desgracias de su época: Adolfo Hitler y Mussolini. Al parecer, también el papa podría haber sido ganado por la causa catalana, ya que doña Ana Colau, el presidente de la Generalitat y otros altos dirigentes lo han visitado en el Vaticano, y de las palabras de Francisco sobre los inmigrantes se desprende una velada condena al gobierno español y un elogio a la Generalitat.

Un asunto que viene de lejos se ha colado sin previo aviso en las elecciones de este final de mes. En plena campaña electoral los poquitos habitantes que quedan en la España interior salen a la calle y dicen aquí estamos, queremos calidad de vida, queremos vivir. El drama de Teruel, Soria, Cuenca y tantas otras provincias es similar al de Artenara, Tejeda o Garafía, por nombrar solo algunos de los muchos municipios canarios que pierden población año tras año. El asunto es complejo, pues uno de cada cuatro municipios de las islas pierden habitantes, sobre todo en La Palma, Gran Canaria y Tenerife. En concreto los municipios que más pierden conforman una nutrida lista en la que incluso figuran dos ciudades capitalinas, Santa Cruz de La Palma y Santa Cruz de Tenerife y un municipio, Tazacorte, que ha perdido casi un tercio de su población en los últimos años. Sin olvidar San Andrés y Sauces, también en La Palma. Y en Gran Canaria no dejamos de citar el colapso poblacional en Artenara, Tejeda o Valleseco. En Tenerife la propia capital ha perdido bastantes miles de habitantes, también pudiera ser que hasta ahora los censos han estado inflados para obtener mayores subvenciones así como para poder presumir de la “gran capital” que el periódico El Día instaba a formar con La Laguna. La lista se completa con Agulo y Hermigua en La Gomera y Frontera y El Pinar, en El Hierro. Las únicas islas cuyos municipios incrementan su población son las más turísticas: Lanzarote y Fuerteventura, donde hay más empleo y también más inmigración, son las islas con menos paro y tal vez las que tienen mayor futuro.

La natalidad ha bajado de manera drástica y en cientos o miles de municipios de la España profunda no existen las comodidades básicas para poder vivir, el personal sigue huyendo a las ciudades porque es allí donde hay trabajo y oportunidades. No existe ninguna idea orientada a proteger a las familias, y aquel bono-bebé de la etapa de Zapatero quedó olvidado muy pronto. En la mayor parte de los pueblos de la España interior no existe internet, no hay buenas carreteras ni oficinas bancarias, no hay médicos, no hay supermercados, no quedan escuelas, no se dan los equipamientos básicos para la vida comunitaria. Las personas que se atreven a sobrevivir en estos lugares son casi unos héroes. Remedando el título de la muy reciente película de Pedro Almodóvar -que por cierto nos ha parecido bastante floja- contemplamos la gloria de que somos un país del Primer Mundo y el dolor de que sigue habiendo mucha desigualdad social, puesto que hay bastantes ciudadanos que están por debajo del umbral de la pobreza. Y además es brutal la diferencia de renta entre las regiones ricas y las regiones menos desarrolladas, las que están a la cabeza y el pelotón de cola, el paro en Euskadi o Navarra tiene poco que ver con nuestro paro.

Por mucha demagogia y por muchas promesas que formulen los candidatos ante las elecciones, este asunto del despoblamiento tiene difícil solución. Lo padecen países cercanos como Francia, Italia y Portugal, y podremos afirmar que la tendencia a que las grandes ciudades crezcan cada vez más es firme y universal, con lo cual vivir en el mundo rural será poco apetecible, aunque por supuesto que alguien tendrá que ocuparse del sector agropecuario. En un país con tan escasa propensión de las nuevas generaciones a fundar familias y tener hijos, la inmigración –ese demonio del que todos quieren huir- es una necesidad perentoria. Necesitamos que venga gente, y que esa gente tenga hijos para que puedan mantenerse las pensiones.

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