El sistema económico en el que estamos inmersos tiene unas contradicciones internas que muestran su cara y su cruz. Todos sabemos que en Brasil cuando hay un exceso de producción de café, son quemadas muchas toneladas tras ser recogidas en los campos de cafetales. Lo que vale para el café vale para el cacao, la caña de azúcar, y suponemos que para otros muchos productos agrícolas y ganaderos, como la leche. Con los cereales al parecer existe otra política, ya que no son tan perecederos el exceso de producción puede almacenarse y luego venderse a bajo precio a los países del Tercer Mundo. ¿Y qué sucede en Canarias cuando hay exceso de producción de nuestros productos? El tomate y el plátano han protagonizado y siguen protagonizando escenas bien conocidas. Al barranco. Miles y miles de kilos van directamente a los barrancos.
Cuando la fruta de la que depende en gran medida la economía de una isla se tira en los vertederos es porque los precios que se pagan en el mercado no dan ni para sufragar los costes del transporte. Desde el mes de junio la isla de La Palma es testigo de una dura realidad para los agricultores. La denominada pica consiste en que la fruta es clasificada, es empaquetada y en vez de enviarla al puerto para se embarcada se tira en un contenedor, con destino a un vertedero. Los datos son escandalosos. Desde el 1 de junio han sido inutilizados más de 9 millones de kilos en todo el archipiélago, de los cuales la mitad corresponden a La Palma. Esto significa unos 10 millones de euros en pérdidas. Los afectados reclaman un cambio de modelo, una reestructuración del sector que corrija esta tendencia suicida. Se piden medidas de fondo para evitar que el sistema actual termine por virarse en contra de los propios cosecheros.
Ya se sabe que si no fuera por las subvenciones de la Unión Europea, el plátano habría desaparecido de nuestra geografía hace tiempo. Entonces ¿cómo entender a un sistema que subvenciona al plátano que termina en el barranco? Cada kilo que va al vertedero recibe una subvención de 0.35 euros. Europa nos paga por no vender. Un sistema que se basa en políticas de supervivencia para un sector que sin ayudas ya habría desaparecido. El kilo embarcado de plátanos cuesta precisamente 0.35 euros y es preferible tirarlo. Hasta finales de agosto dura este proceso. Es difícil aceptarlo, pero así es la cuestión. Claro que es duro entender que por un lado se tiran los plátanos y por otro lado se piden subvenciones. Pero los agricultores también piensan que es lógico que ocurra todo esto. Europa tiene que proteger al sector en el que no sólo interviene Canarias sino también Madeira y las islas francesas del Caribe, como Martinica. Europa tiene que hacerlo cuando permite que el banano centroamericano entre en el continente ocupando el mercado natural del plátano europeo. La presión de las grandes compañías bananeras controladas por Estados Unidos ha hecho que las cosas sean como son. Pero antes de la entrada del plátano centroamericano también se tiraban plátanos a los barrancos. Digamos que es una práctica de autorregulación que se usa desde siempre.
Uno supone, de cualquier modo, que en África hay mucha hambre y es lamentable que una parte de esa producción no sea enviada a los países vecinos como donativo del llamado Primer Mundo. Un Primer Mundo que ahora padece las consecuencias de su propia irreflexión, del descontrol de los tiburones financieros que sacan provecho de cualquier incidencia.