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La crueldad inadmisible de las peleas de gallos

Una de las escenas que se me quedaron grabadas en la infancia fue la agitación y el vértigo de la sangre en la gallera. Cada domingo después de la misa mayor se concentraban en la Plaza de España de Los Llanos de Aridane docenas de hombres que primero se tomaban unas copitas de aguardiente o coñac y luego entraban en el recinto donde vociferaban, cruzaban apuestas, manifestaban su euforia o su decepción. Yo era un niño que se dejaba arrastrar por aquella turba y que salía horrorizado del espectáculo. Los hispanos somos un pueblo poco amante de la naturaleza y de los animales, nos va destruir árboles, dejar abandonadas a las mascotas en las carreteras cuando nos cansamos de ellas.

Ahora hay una polémica en Cataluña porque se quiere prohibir ahí la fiesta de los toros, la mal llamada fiesta nacional. Un acto cruel, una exhibición del pasado que aquí en las islas está prohibida por el Estatuto. Sin embargo, en nuestro territorio se autorizan las peleas de gallos. Lo siento por Elfidio Alonso, cuya novela El giro real era un excelente testimonio histórico sobre esta actividad, con tono épico y belleza literaria. Las peleas de gallos son tan crueles como el hecho de tirar una cabra desde el campanario o echar a volar un pavo desde la torre de la iglesia para degollar al animal cuando pise el suelo, o alancear un toro y darle muerte con saña como se hace en Tordesillas. Todas estas exhibiciones forman parte de la barbarie nacional, pues éste ha sido un país áspero e ignorante, bronco en las costumbres, inquisitorial a la hora de afrontar la convivencia, donde pocas veces se cultivó la estética ni la sensibilidad. Pero el hecho de que en las islas se sigan celebrando peleas de gallos no es motivo de orgullo, sino lo contrario. Igual que lo es el hecho de las luchas clandestinas de perros, que mueven dinerales en apuestas y movilizan a mucha gente.

ADENA solicita la definitiva prohibición de esta práctica porque que las peleas causan graves problemas a los animales, que sufren y mueren. Una cosa es la competencia instintiva entre los gallos y otra diferente es propiciar el espectáculo con la muerte de los contendientes. Por su parte los miembros de Ecologistas en Acción estiman que estos animales son entrenados para que sean agresivos y en el momento del enfrentamiento están encerrados en una jaula, un espacio muy acotado, por lo que no podrían huir. Estos gallos han sido modificados genéticamente durante siglos y la crueldad con la que se enfrentan es lamentable. Las peleas son legales en la mayoría de los países latinoamericanos, Filipinas y otros lugares de Asia, así como en Canarias. Como escribió Daniel Millet, el gallo que acaba de ser derrotado tras apenas dos minutos de lucha parece un pescado recién salido del mar y en sus últimas convulsiones mancha de sangre el tapiz verde hasta que uno de sus criadores lo termina de desnucar con disimulo.

El espectáculo funciona en La Palma, Tenerife y Gran Canaria, en nuestra isla tiene una larga tradición. Miguel Cabrera Pérez-Camacho, parlamentario del PP, ya propuso en 1990 la prohibición de esta actividad, además de los toros, el tiro al pichón y las peleas de perros. "Es el espectáculo más salvaje y lamentable que se permite en Canarias, y es lo que más nos acerca al mundo subdesarrollado y al salvajismo", añade. La ley autonómica de 1991 es contradictoria, de una parte dice que "se prohíbe la utilización de animales en peleas, fiestas, espectáculos y otras actividades que conlleven maltrato, crueldad o sufrimiento", con la única excepción de los gallos. Se dice que las administraciones públicas se abstendrán de fomentar o promocionar estas actividades, pero Millet pone el énfasis en que en el Día de Canarias cada 30 de mayo suele incluirse una riña de gallos en el programa oficial. Así nos luce el pelo, y debería caérsenos la cara de vergüenza cuando la emprendemos contra las crueldades que se dan en la Península sin reparar en las que fomentamos en nuestra propia casa.

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