Que nuestras islas son una escala de alto valor estratégico en medio del Atlántico y que sus puertos son muy cosmopolitas son dos verdades muy antiguas. Un tópico aquello de la tricontinentalidad, pero sí que tiene algo de razón. Nuestro origen norteafricano, nuestra impregnación europea, nuestros caminos de ida y vuelta con América: Yucatán, Texas, Cuba, Venezuela, República Dominicana, Argentina, Uruguay, etcétera. Incluso Santa Cruz de La Palma fue desde el principio un desfile de agentes comerciales de Flandes, Alemania e Italia, mercaderes del azúcar, ricos propietarios que aquí se establecieron para enriquecerse aprovechando todas las posibilidades. Por ejemplo: el adelantado que hizo la conquista, Alonso Fernández de Lugo, se había enriquecido en Gran Canaria entre otras actividades con el comercio de esclavos, y gracias al trapicheo con esclavos logró créditos para entrar con sus naves por el puerto de Tazacorte un 29 de septiembre. Españoles y portugueses, sin olvidar familias de judíos conversos, esclavos negros y berberiscos para las explotaciones agrícolas, configuraron desde el siglo XVI la identidad múltiple, ecléctica y mestiza de La Palma en la cual -como en el resto del archipiélago- fue importante la pervivencia norteafricana y bereber, la sangre que nos ha llegado a través de las mujeres, ya que a buena parte de los hombres vencidos los vendieron en los puertos de Andalucía y Levante, e incluso Francia e Italia. Y en la definición de nuestra modernidad, desde el siglo XIX ha sido fundamental la presencia británica. Los ingleses fueron quienes plantaron aquí el plátano y el tomate, quienes impulsaron el desarrollo de los puertos, quienes trajeron sus bancos y sus consignatarias, quienes influyeron decisivamente en la plasmación de las dos principales ciudades.
Las islas son una especie de imán para los continentales: algunos siguen buscando aquí sus particulares Ítacas. El hecho de que en el valle de Aridane haya 4000 alemanes censados (8000 en toda la isla) nos viene a demostrar el atractivo de nuestro paisaje, nuestra naturaleza, nuestros senderos, nuestra presencia en definitiva. Parejas de alemanes, británicos, austríacos o suizos llegan a la isla, se compran una casa a punto de desmoronarse, se instalan con diez cabras, se ponen a fabricar queso ahumado, verduras y carne ecológicas. Estos urbanitas que podríamos definir como neohippies vuelven al campo, regresan al edén del que ya han abjurado los jóvenes del lugar, pues la agricultura siempre fue dura. En el mercadillo de Puntagorda se aprecia el absoluto predominio de los extranjeros en los puestos de venta. Que conste que los alemanes han hecho bastante por la isla, nos han llegado sus inversiones, han valorado muy positivamente nuestra naturaleza, son los primeros que restauraron la arquitectura tradicional. Cierto también que en el lado negativo hay quienes piensan que se han aprovechado de esa abulia insular cuando les hemos dejado construir múltiples apartamentos de dudosa legalidad que alquilan a sus propios congéneres, dinero que se queda en Alemania y deja poco en la isla. También hay quienes estiman que se aíslan en ghettos y tienen poco trato con el palmero, algunos apenas hablan español después de muchos años entre nosotros. Y en el otro lado de la balanza hay que poner el hecho de que tienen un alto nivel cultural, su presencia anima las convocatorias máxime cuando es patente la escasa asistencia del nativo. Existen ya matrimonios con gente del país, qué duda cabe, pero el grueso de esta presencia extranjera es de personas de avanzada edad. La segunda generación tiene mayor interés en integrarse, así cuando hemos visitado colegios de la isla para charlas literarias y hemos encontrado niños que se llaman por ejemplo Tomás Schroeder les hemos preguntado ¿tú de dónde res? "Yo soy de aquí", responde de inmediato. El será de padres alemanes o austríacos, pero ya se considera un palmero más.
Todo esto sucede porque La Palma es la isla menos agredida entre las de nuestro archipiélago y ojalá esa razón diferencial se mantenga muchos años. La laurisilva, los pinares, los manantiales, los barrancos, el mar y el cielo, la pervivencia de las tradiciones, las fiestas populares, los caseríos de la antigua Ben-Awara constituyen recursos naturales muy atractivos.
Vivimos en la aldea global, y es estupendo que la isla atraiga a los europeos. También atrae a otros inmigrantes: el cupo latinoamericano es cada vez más visible, sobre todo en servicios de bares y restaurantes. Y hasta el cupo de musulmanes existe, no en vano frente mismo a nuestro apartamento de Los Llanos de Aridane, en la prolongación de Pío XII, existe la única mezquita de la isla, bastante frecuentada en los días del último Ramadán. A eso de la medianoche escuchábamos atentamente los cánticos rituales.
Quiere todo esto decir que La Palma ya no es aquel territorio aislado y atrasado, donde el caciquismo de unos cuantos terratenientes imponía sus normas a machamartillo, donde las comunicaciones con el exterior eran escasas y difíciles, donde las carreteras solo llegaban a media isla. Cuidar este lugar tan especial ha de ser tarea primordial de los ciudadanos, digo ciudadanos porque los ciudadanos han de estar vigilantes sobre la clase política, que como todos sabemos en Canarias tiene manifiestas tendencias endogámicas y por tanto está dispuesta a sucederse a sí misma. También corresponde a los palmeros la necesidad de lograr iniciativas emprendedoras que consigan crear puestos de trabajo y vías de futuro. Soluciones que tendrían que ver con el desarrollo y la correcta distribución hacia el exterior de productos agropecuarios, captación de un turismo selectivo, actividades náuticas, senderismo. Compatibilizar la naturaleza con el futuro se ha hecho bien hasta ahora, y tal es el único camino.