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Opinión
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La pulsión del poder

Dailos González. Archivo.

En los últimos años estoy detectando entre algunos sectores de la población una tendencia que quizás podría explicar este auge de la extrema derecha, auge que no se da sólo a nivel del Estado español, sino que es un fenómeno internacional. En alguna ocasión le he comentado a gente que mi preocupación no es tanto el porcentaje de votos que pueda tener cierta formación política cuyo nombre coincide con el de un diccionario, sino cuáles son los valores e ideas que comparten las personas que han decidido votar por dicho partido. Y, efectivamente, cada vez estoy viendo más la extensión de valores reaccionarios que uno creía marginales, ya superados, y en parte ha sido por culpa de la propia izquierda poco consciente de que el sentido común siempre está en disputa, se trata de un eje móvil y hay que batallarlo en vez de plegarnos a lo ya existente, como ya he explicado en algún artículo.

Sin embargo querría reflexionar aquí sobre otro elemento que debe ser tenido en cuenta, la pulsión de poder.

Hay una pulsión de poder que puede explicar este ascenso de las posiciones reaccionarias; una pulsión de poder que no necesariamente implica ejercerlo sobre el otro, sino que, conscientes del carácter relacional (dialéctico) del propio poder, se obtiene también un placer ocupando un puesto subalterno en la jerarquía, se forma parte del poder siendo un objeto estando abajo que guarda fidelidad al líder.

Las ideas igualitarias (así como las subversivas) atentarían contra ese orden, y reprimirían esa pulsión de poder, de ahí que hablen de la “dictadura de lo políticamente correcto” o la “dictadura progre”. Sienten que rompen un orden, un sistema, del que forman parte.

La pulsión de poder, que no es ni biológica ni está presente siempre en el mismo grado, no es la tendencia a oprimir a la otra persona, ni tampoco la idea del “todos contra todos” hasta que llega un Leviatán a ponerle orden. La admiración hacia la jerarquía y los símbolos de poder (ya sea un monumento, ya sea el propio ejercicio del mismo por una exhibición de fuerza policial contra una manifestación) no se da porque las personas que profesan dicha admiración crean que algún día ellos podrán estar también arriba en la pirámide social o ejercer una parte del mismo si ingresan en algunas de las instituciones represivas desde las cuales gozar del ejercicio práctico del “monopolio la violencia légitima” (esto es, policía o ejército). No, tampoco es el fenómeno, existente también, de que se promueva el conflicto del penúltimo contra el último para evitar que los primeros, quienes se encuentran en la cúspide, sean cuestionados. Estos fenómenos existen, pero también este otro fenómeno que se deriva del propio carácter del poder. Aunque sea unidireccional, de arriba hacia abajo, el poder es una relación, una relación que requiere de una contradicción entre quienes ejercen el poder y las personas sobre las que se ejerce dicho poder.

Las ideas igualitaristas o subversivas pretenden solucionar esa contradicción o bien dándole la vuelta o bien destruyéndola, pero siempre planteándola desde el conflicto; las ideas liberales y fascistas niegan ese conflicto y la resolución de la contradicción se resuelve en orden y estabilidad, la contradicción se reproduce a sí misma y es la tensión, disfrazada de armonía, la que garantiza esa estabilidad. De todos modos, la pulsión de poder puede verse en algunos sectores también de la izquierda, por ejemplo en el fenómeno contemporáneo que he denominado como stalinismo cultural, en realidad alejado de los postulados ideológicos del stalinismo, pero que hace un uso profuso de la iconografía stalinista. También existe una pulsión de poder en algunos sectores que, en teoría, cuestionan la propia idea de poder, esto es, en algunos sectores anarquistas (anarquistas culturales, podríamos llamarlos más bien, muchas veces ligados a determinadas culturas urbanas) que admiran como máxima expresión del poder no el orden, sino lo que tiene también de poder el aparente desorden. En distintos fenómenos más transversales se observa también una cierta pulsión de poder, ya sea en determinados géneros cinematográficos (cine de superhéroes, cine de zombies, cine bélico, etc.) o en el prestigio de las personas con cuerpos moldeados por el gimnasio.

Repito, la pulsión de poder, no es un deseo de estar por encima de alguien, que también existe, es un cierto gusto también por estar debajo en la escala jerárquica rindiendo pleitesía al de arriba. Una especie de fantasía masoquista que funciona siempre y cuando se mantenga en el terreno de la fantasía, de este modo hay quienes aplauden a la policía o a la guardia civil cuando emplean la violencia para reprimir a unos manifestantes, pero a la vez participan en grupos de Whatsapp o buscan distintas artimañas para eludir los controles de tráfico, defendiendo su derecho a conducir bajo los efectos del alcohol (es decir, no solo cometiendo una infracción, sino algo mucho más grave, que es poniendo en peligro la vida propia y la de otras personas).

No siendo un hecho biológico ni estable, ya que su presencia varía a lo largo del tiempo en las distintas sociedades, sería una labor desde los sectores críticos cuestionar y enfrentarnos a la pulsión de poder, aun aprovechando circunstancialmente aquellos elementos que nos puedan valer para el propio conflicto. El cambio social, la construcción de una sociedad igualitaria post-capitalista y la creación de nuevos sentidos comunes, esto es, compartidos por la mayor parte de la sociedad, requieren de un conflicto, pero un conflicto que no debe presentarse desde la marginalidad, puesto que sería visto como un extremismo y sin capacidad real de cambio social. Un conflicto no es sinónimo de violencia, defender la igualdad frente a la desigualdad es ya un conflicto, es la resolución de una contradicción. Por eso a la hora de frenar el fenómeno de la extensión de las pulsiones de poder no nos vale con la mera represión de dichas pulsiones, pues nos podríamos encontrar con terribles reacciones violentas o nuevos extremismos (lo estamos viendo con la proliferación de discursos abiertamente machistas), sino con la divulgación de discursos alternativos, con pretensiones de generar nuevas mayorías y no de mera autoafirmación.

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