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El callejón
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La cena de los idiotas

El arrogante Pierre Brochant invita al señor François Pignon a una cena con los amigos. Todos pretenden reírse a costa de su cretinez y él no lo sabe. Ocurre en "La cena de los idiotas", una comedia francesa, revivida por Garzón unos años después.

Francis Veber es un veterano comediógrafo francés que alterna con éxito las tablas del teatro con los platós de rodaje, en un complicado juego de malabares que sólo unos pocos elegidos dominan a la perfección. Ahora mismo, a bote pronto, se me ocurren los ilustres nombres del británico Nöel Coward, del neoyorkino Neil Simon o del madrileño Alfonso Paso.

Veber dio su primer gran pelotazo en taquilla, en 1973, con la adaptación cinematográfica de su obra Le Contrat, estrenada dos años antes. En ella, un patético suicida boicotea una y otra vez, con sus involuntarias intromisiones, los intentos de un frío asesino a sueldo de acabar con la vida de otro. En la pantalla, fue el cantante belga Jacques Brel, en una interpretación en exceso histriónica, el encargado de estropear los planes del impasible sicario, espléndidamente encarnado por Lino Ventura. Esta cinta, originalmente titulada L"Emmerdeur (aunque en España fue rebautizada con el rótulo menos escatológico de El embrollón), dio pie a una versión norteamericana que, a la postre, terminaría siendo el último film de Billy Wilder. Aquí, un amigo (Buddy, Buddy, 1981), a pesar de contar con Jack Lemmon y Walter Matthau, no es precisamente el broche de oro que cabría esperar para una de las carreras, como director y guionista, más excelentes que haya dado el celuloide sonoro.

En el caso de Francis Veber, su mayor éxito, sin duda, se produjo a raíz del estreno de su farsa La cena de los idiotas, que él mismo convirtió en película en 1998, y que le ha reportado un ingente caudal de ingresos, al ser llevada a la escena en diferentes idiomas y siempre con magníficos resultados. Sin ir más lejos, la primavera pasada el teatro Guimerá acogió la presentación de un segundo montaje, siete años después de que la pieza se representase por vez primera en la misma sala.

La trama de esta comedia hilarante y, por momentos, francamente divertida se resume en muy pocas líneas: un próspero hombre de negocios, Pierre Brochant, se reúne cada miércoles con sus amigos en una cena en la que todos ellos compiten por ver quién lleva al convidado más imbécil. A sugerencia de un amigo, Brochant decide invitar a la última reunión a un tal François Pignon, un funcionario de Hacienda cuyo hobby consiste en confeccionar con fósforos réplicas de famosos monumentos. Como es de esperar, la irrupción de Pignon en la vida de Brochant resulta una auténtica catástrofe, de proporciones casi épicas.

Regocijante entretenimiento sin mayores pretensiones, La cena de los idiotas es una variación gamberra del juego del timador timado o del cazador cazado, carente de la sutileza y del finísimo sentido del humor que se aprecian en las mejores obras de Jardiel Poncela o en las sensacionales bromas con las que el maestro Miguel Mihura se despachaba a gusto, al ridiculizar (sin que los aludidos y aludidas se dieran cuenta) los usos y costumbres de la burguesía de nuevo cuño que llenaba la platea para reírle las gracias.

Algo de todo esto se puede entrever en la factura de 4.575 dólares que costó la cena con la que, el 15 de diciembre de 2005, el ya ex juez Baltasar Garzón agasajó a veinticuatro personas (entre ellas, los ex presidentes Felipe González y Ernesto Zedillo y el ex secretario de Estado, Henry Kissinger, gran aliado de Augusto Pinochet en su cruzada contra Salvador Allende), con cargo a los cursos que por aquel entonces le patrocinaba el Banco de Santander. Ahora bien, la cuestión a dilucidar aquí es quién desempeñó entonces el papel del señor Pignon. Se admiten apuestas. Aunque, conociendo a Garzón, lo más fiable es poner una X en el pronóstico.

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