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Un año sin Teresa, mi madre

Con mi madre.

Un día como hoy hace ya un año fallecía María Teresa García Sánchez, mi madre. Todo ocurrió de repente, empezó a sentirse mal, se le hinchó el abdomen y en una semana se fue. La causa, un cáncer de páncreas con metástasis inoperable. En su interior había un volcán que explosionó y en unos pocos días se apagó.

Me vienen a la memoria los momentos duros de verla en el hospital, con oxígeno, cansada y con dificultades para respirar. Recuerdo sus palabras diciendo que no sabía lo que le pasaba y su cara desencajada. “Con lo bien que uno estaba”, se lamentaba.

Cuánto dolor vivido, cuántas lágrimas derramadas, cuánto desgarro interior, cuánto vacío deja la ausencia de una madre que se va sin esperarlo. Me da pena por ella, porque era una mujer vital, con ganas de vivir, que daba y recibía mucho por su forma de ser. Por eso su pérdida ha sido tan desgarradora para todos, para su familia y para sus amigos, que tenía muchos y la querían de verdad.

Mi padre, Matías Martín, su compañero de viaje durante 51 años, se quedó noqueado. Se le han olvidado las palabras, no se acuerda de muchas de ellas porque Teresa era la “jefa” y su guía y ya no está. Pero por suerte uno logra sobreponerse y hoy está fuerte como una tea, como es la gente del norte, y con ganas de hacer cosas a sus 76 años, para seguir remando.

Es difícil explicar una ausencia tan importante. Reconozco que me ha costado verbalizar lo que siento. Durante este año he sentido las ganas de escribir sobre ella pero el dolor me lo impedía. Hoy ese dolor sigue estando ahí pero es de otra manera. Soy consciente de que está muerta, pero he decidido que sigue conmigo, con nosotros y que nos acompaña. Porque además es así. No está físicamente, no la vemos pero a la vez la vemos y la sentimos.

En su tumba nunca han faltado flores. Siempre hay una flor que alguien, familiar o amigo, le ha puesto porque ella era así, daba pero también recibía como un día me dijo una amiga suya. La recuerdo cuando alguien le regalaba algo y por pequeño que fuera, te enseñaba ilusionada, contenta y muy agradecida. Teresa era así, visitaba a las personas mayores y a los enfermos porque decía que había que pensar en ellas, atenderlas y cuidarlas, y así lo hizo en vida siempre que pudo.

Hablar de mi madre es hablar de una mujer luchadora y trabajadora, como tantas mujeres del campo; la recuerdo desde pequeña trabajando, era una mujer y un hombre a la vez porque hizo las tareas que como mujer se supone que le estaban “encomendadas” pero también las de un hombre: cuidó animales (bueyes, cabras, gallinas, conejos), hacía queso, trabajó en los plátanos, desflorillando piñas, regando, y estuvo al frente de una tienda de comestibles con mi padre. Trabajó duro, se partió el lomo y lo pagó de mayor porque tenía los huesos rotos.

Era una mujer ejemplar, trabajadora, siempre preocupada por los demás y con nobles sentimientos. Quería y era querida y en este año lo he podido comprobar y constatar; cuántas veces me lo han dicho sus amigas: “cuánto echamos de menos a tu madre”, “vaya palo más grande”, “tu madre nos llenaba mucho”. Y es verdad, era así, única e irrepetible.

Ha sido duro, pero siendo realistas es lo mejor que pudo pasar porque sufrió poco y descansó en paz. Era un ser de luz que se apagó pero siento que desde su faro nos sigue alumbrando. Teresa, mamá, te quiero, te queremos.

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