Cuando uno alcanza la frontera vital de la ochentena se da cuenta de que en todos los lugares en que hemos vivido vamos dejando pedazos del alma prendida entre sus paisaje, su historia y, sobre todo, de sus gentes.
En la isla de La Palma se me quedan muchos retazos, desde el Molino del Hoyo de Mazo, Tirimaga, Tigalate, Fuencaliente, Mazo, Los Sauces y, por supuesto, los de la “suidad”, la “Villa del Apurón” y hermosa capital insular, Santa Cruz de La Palma. Allí mi esposa, Juana Herrera, y yo formábamos parte de un alegre grupo de amigos, unos compañeros de profesión en el Instituto que, entonces era “de la Palma” y hoy es el Alonso Pérez Díaz -como Cándido Marante y Antonio Figueroa-y otros de profesiones diversas. Especial amistad tuvimos con la familia Galván-Pérez, de Raúl Galván Escanaverino, su esposa Antonia Pérez Guerra “Antonita” y hasta el padre, D. Domingo, un antiguo miembro de la muy respetada logia masónica “Abora 87” que nos contaba historias palmeras de años enterrados en el olvido que se destapó en 1936.
Raúl y Antonia tuvieron dos hijos que nosotros teníamos como parte de nuestra familia, Antonio y Raúl Galván Pérez. Mis hijos, pequeñajos aún, Tanausú y Tinguaro, se extasiaban viendo correr por el entramado de vías, semáforos y estaciones de un enorme tren eléctrico que cubría toda una habitación de su casa en la Acera Ancha. Entre mis recuerdos más entrañables está la alegre parranda que formamos, arropados por el timple de mi esposa, a recibir de amanecida a Antonio que llegaba en el correíllo desde Tenerife a celebrar el “Día de los Indianos”. Ya nosotros de nuevo en La Laguna no perdíamos oportunidad de reunirnos cuando venían a Tenerife y, luego, con su hijo Antonio estudiando biológicas en la vieja Aguere y, más tarde, casado ya con María Jesús Ramos -a la que cariñosamente llamábamos “Chuchina”- hija del también compañero en el Instituto y referente histórico del socialismo palmero, el catedrático de matemáticas Ramón Ramos
La familia ya sufrió una primera desgracia con la muerte en accidente de moto del joven Raulín en el mismo talud donde la víspera de Reyes de 1970 tuvo el accidente el Fokker de Iberia en el viejo aeropuerto de Buenavista. Más tarde falleció el cabeza de familia, Raúl y, en septiembre del pasado 2022, Antonita se reunió con su hijo y esposo en ese lugar del que nadie regresa.
Anoche, primero Jorge Marante y luego su hijo Raúl Galván nos dieron la triste noticia de la muerte de Antonio. Se nos doblegó el ánimo y empezamos a recordar retazos de la vida de Antonio, a quien teníamos como si fuera un hijo propio, desde verlo a bordo de su barco, que hoy esta en tierra en Tazacorte, a su lucha por la conservación de la biodiversidad palmera y, sobre todo la lucha por la flora de La Caldera y su Patronato. Volvimos a salir al mar desde los Cancajos para ir a la Cueva Bonita, a patear los caminos de la isla, a revivir nuestra acampada en la ladera de Fuencaliente para ver de cerca al Teneguía…y todo el largo periplo que pasamos juntos con mis dos hijos, que también moran ya en el más allá.
Nadie muere si hay quien conserve su memoria y, afortunadamente a Antonio le quedan su esposa, Chuchina Ramos, su hijo Raúl Galván Ramos, su esposa Mª Amparo Sangil y su nietos Ana y Óscar Galván Sangil a quienes, el triste hado que siempre pende sobre nosotros, ha privado de disfrutar del cariño y la sabiduría de su abuelo que no ha podido disfrutar plenamente de la familia que guardará siempre su recuerdo.
Querido amigo Antonio. Nos veremos por las Calderas, Picos, Barrancos y Taliscas de la estrella en que vamos a morar, aunque, seguro, no serán tan bellas como las que conocimos en Benahoare. Como se dice en nuestra vieja lengua “Ar timlilit” “Hasta la vista”.
Francisco Javier González
Gomera a 14 de marzo de 2023
Archivado en:
Más información
Últimas noticias
Lo último en blogs