Este último año convertido por la pandemia en un dramático y desolador escenario nos ha devuelto sin embargo, y debido al uso de las mascarillas, el redescubrimiento del lenguaje no verbal de la mirada. El uso de la mascarilla nos ha obligado a mirar a los ojos, a la necesidad de entendernos a través de los mismos, de aprender a leerlos como de igual manera se pueden a llegar a leer los labios. Con casi dos tercios de la cara ocultos los ojos se hacen los auténticos protagonistas de cualquier conversación, los colores del iris se vuelven más intensos e incluso las arrugas de alrededor de los ojos se hacen aún más si cabe imprescindibles pues son las que muestran nuestras sonrisas, denotan nuestra disconformidad, confirman nuestro beneplácito o expresan incluso el enojo.
Como en muchos otros aspectos, este golpe de revés del coronavirus nos brindará unas cuantas lecciones, claro está, de las que solo se beneficiarán aquellos individuos interesados en el conocimiento y en sus cimientos, en la comunicación y en sus instrumentos, en la humanización y en su preservación junto al progreso. Para todos ellos, los pormenores de la cotidianidad volverán a ocupar un papel prioritario frente a la adicción a las redes sociales y al escaparate insaciable de las mismas. Para todos ellos, la investigación y la ciencia recuperarán su prestigio frente a toda índole de intrusismo oportunista; y los políticos depurarán sus discursos en busca de un diálogo más conciso y respetuoso alejado de cualquier farándula de acusaciones entre partidos. Y esperemos que en ese resurgir de la consciencia, tanto individual como social, la mirada también renazca con más fuerza.
La mirada, poesía en sí misma; la mirada, hermosa galaxia de color, profundidad, oscuridad, brillo, reflejo; al igual que los otros sentidos, se origina en un órgano del cuerpo pero más allá de lo corpóreo es capaz de hacernos desembocar en un mundo de sensaciones intangibles, etéreas, muchas de las cuales serán bibliográficas en nuestro acervo más íntimo acumulado a lo largo de tan largos e inescrutables devaneos vitales, en constante relación con los demás y con uno mismo. Hay miradas que titilan como estrellas y cuando en algunas noches aciagas alzamos la vista al cielo buscando tal vez un fugaz consuelo, puede que no las reconozcamos pero entre tanto y tanto centelleo de recuerdos y de astros brillantes, se prende un hálito cálido en lo más profundo del alma que nos incita a sonreír de nuevo, con ese regusto a la belleza degustada y que aún añora una gotita más de su indescifrable pócima.
También hay miradas tan poderosas que son capaces de imantar tus pasos en cualquier rambla o bulevar de cualquier ciudad a cualquier hora, hay miradas oscuras grabadas en tu mente con tal rotundidad que perduran más allá del personaje (como la de Heatchcliff de Cumbres Borrascosas), o miradas ajustadas a una forma tan precisa y tantas veces leída y adorada en las novelas de Antonio Gala (como sus ojos almendrados) que si coincidieras con ellas en la vida real creerías haber por fin topado con el protagonista de sus novelas y por supuesto, quedarías prendada al instante de esa mirada o más bien del reflejo de aquella otra que de tanto imaginarla entre líneas y páginas te llevó a desearla, pasara donde pasara. Hay miradas fugaces que aunque solo sirvan para emocionar instantes… son miradas inspiradoras, y simplemente se posan como el rocío de cada mañana sobre el haz de las hojas. Miradas que nos llevan a imaginar con el valor y la fuerza del que carecemos en la vida real, y miradas que como en “nuestros ojos se hallaron” de Bécquer, fueron el preámbulo de un corazón ya entregado de antemano…
Sírvanos este rostro “enmascarillado” para desenmascarar miradas, en las que de cualquier otro modo o en cualquier otro lugar, nunca nos habríamos fijado. Sírvanos este conversar con la mirada para olvidarnos de las pantallas móviles y así reconectar con el cara a cara. Sírvanos este momento para desenmascarar nuestros sentimientos a través de miradas repletas de ganas de vivir, de carcajadas, de afecto, y de ilusión porque por fin podremos el año próximo reencontrarnos con los nuestros.
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